Hablar como la lluvia
Casa de citas/ 752
Hablar como la lluvia
Héctor Cortés Mandujano
Según yo, dado que leí otros libros de la autora, ya había leído Memorias de África (RBA Editores, 1993), de Isak Dinesen, y no. La disfruté.
Isak Dinesen es el seudónimo de Karen Blixen, aristócrata de Dinamarca, quien se casó con su primo y se fue a vivir a África. Era cazadora y cuenta varias de sus hazañas. También descubrió por sí misma varias características de los animales salvajes y de la gente que convivió con ella.
Escribe (p. 19): “Ningún animal doméstico es capaz de una quietud igual a la de un animal salvaje. […] El arte de moverse suavemente, sin brusquedades, es lo primero que debe estudiar el cazador, sobre todo si lleva una cámara. Los cazadores no pueden hacer lo que quieran, deben mezclarse con el viento y con los colores y olores del paisaje y adaptarse al tempo de todo el conjunto. A veces un movimiento se repite una y otra vez y deben copiarlo”.
Los animales protegen a sus hijos (p. 21): “En las shambas, por la mañana, te encontrabas a veces faisanes con espolones que corrían ante tu caballo como si tuvieran el ala rota y temieran que les cogieran los perros. Pero su ala no estaba rota ni tenían miedo de los perros –podían alzar el vuelo ante ellos cuando quisieran–, lo que pasaba es que su nidada de polluelos estaba cerca y querían llamar nuestra atención para que no la descubriéramos”.
La religión no separa a las dos divinidades (la buena y la mala), al contrario (p. 22): “entre todos los continentes es África quien nos lo puede enseñar: que Dios y el Diablo son una unidad, la majestad coeterna, no dos seres increados, sino uno solo, y los nativos nunca confunden a las personas ni dividen la sustancia”.
El libro está lleno de personajes maravillosos. Uno de ellos es el viejo Knudsen (p. 159): “Había probado de todo: naufragios, peste, peces de colores increíbles, remolinos, trombas de agua, tres soles al mismo tiempo en el cielo, falsos amigos, negra villanía, breves éxitos y lluvias de oro que se secaban inmediatamente de nuevo. […] Sentía un profundo desprecio por los buenos ciudadanos y el respeto a la ley le parecía un signo de espíritu servil”.
Oí de alguien que perdió un familiar querido. Se asomó a ver el rostro muerto y le pareció que había cambiado, que no parecía a la persona viva. Isak cuenta que mata a una iguana para hacer algo con su piel llena de colores. Cuando llega hacia el cadáver (p. 213) “todos los colores desaparecieron como en un largo suspiro y, cuando la toqué estaba gris y opaca como un grumo de cemento. Era la vida en impetuosa pulsación de la sangre dentro del animal la que irradiaba hacia afuera aquel brillo y esplendor. Ahora que la llama se había apagado, que su alma se había ido, la iguana estaba tan muerta como un puñado de arena”.
Los somalíes Farah e Ismail (p. 222) “me explicaron cómo cada criatura viviente sobre la tierra tenía su réplica bajo el mar: los caballos, los leones, las mujeres y las jirafas allí vivían y de cuando en cuando los marinos podían verlos. También me contaban cuentos de caballos que vivían en el fondo de los ríos de Somalia y que en las noches de luna llena salían a los prados para copular con las yeguas somalíes que allí pastaban, produciendo potros de extraordinaria belleza y rapidez”.
Dice Isak que a los nativos les gustaba que ella hiciera rimas, aunque no tuvieran sentido (p. 228): “Cuando se hubieron acostumbrado a la idea de la poesía, me pedían: ‘Habla otra vez. Habla como la lluvia’ ”.
Le cuenta el conde Schimmelmann (p. 247): “Todas las hienas son hermafroditas y en África, de donde proceden, en las noches de luna llena se reúnen, se juntan en un círculo y copulan; cada animal toma el papel de macho y hembra. ¿Lo sabía usted?”.
El mismo personaje le dice a ella y a un empresario (p. 249): “Amad a las serpientes. Tenedlo en cuenta, excelencia: tenedlo en cuenta, que casi cada vez que le pedimos al Señor un pescado nos da una serpiente”.
***
El enigma del oficio. Memorias de un agente literario (Editorial Océano, 2023), de Guillermo Schavelzon, es un libro peculiar, porque habla de los autores (Cortázar, Rulfo, Bowles, Bioy Casares, Piglia, García Márquez…) alguien que trató con ellos no siempre como amigo, sino como agente literario. No los ve como las leyendas que algunos fueron, sino como personas, gente que pide, exige, busca buenos contratos.
Me vuelve a asombrar la estupidez de quemar libros. Dice Schavelzon (p. 18): “Al llegar a México Fray Juan de Zumárraga, el primer arzobispo de América, mandó a quemar los cuatro mil códices por ser libros profanos. La biblioteca, cuyo tamaño debía ser imponente, ‘ardió durante cinco días con sus noches’, cuenta Bernal Díaz, ‘con llamas tan altas que se veían a gran distancia’. Sólo se salvaron cuatro códices, probablemente por desobediencia de unos pocos soldados”.
Con la editorial Nueva Imagen, cofundada con Saltiel Alatriste, Schavelzon publicó en México los libros de Mario Benedetti, resumen de su larguísimo nombre: Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, y fue un éxito de ventas. Programaron una lectura de poemas en la sala principal del Palacio de Bellas Artes y (p. 94) “en tres días se agotaron los boletos”. Cerraron el estacionamiento y pusieron pantallas gigantes (p. 95): “¡Se trataba de una lectura de poemas y parecía un festival de rock!”. Llegó el día (p. 95): “El teatro estaba repleto, en el estacionamiento descubierto había cientos de personas de pie. […] Después de recibir una ovación interminable, comenzó a leer poemas, con ese tono lento, tranquilo, con que siempre lo hacía. Después de casi dos horas, el público no lo dejaba irse”.
Emilie Schindler se indignó con la película de La lista de Schindler (1993), dirigida por Steven Spielberg, porque su marido respondía muy poco a la imagen romántica y salvadora que le da la película (p. 167): “Decía que Schindler no huyó de Alemania a Argentina arrepentido por el genocidio nazi, sino por miedo de una inminente llegada del Ejército Rojo. Algo más que una pequeña diferencia de matiz.
“Hablaba de Schindler –así lo llamaba– indignada, no sólo porque la película era una versión romántica de una historia que había sido exactamente al revés, sino porque ella misma había sido maltratada por su marido”.
En resumen, Schindler era un negociante, un proveedor de los nazis, que consigue con sobornos que le cedan (p. 166), “para poder aumentar la producción, nueva mano de obra: la de ochocientos cincuenta judíos, algunos de los cuales, de esta manera, salvaron su vida”. Los trabajos eran extenuantes y cuando se morían los que ya no podían rendir, Schindler pedía reemplazos. Su fábrica de munición nunca dejó de funcionar, con trabajadores a quienes no pagaba y que se morían igual que en los campos: reventados de trabajar en jornadas agotadoras y con mala alimentación. No fue un héroe, sino un villano transformado en “bueno” por la magia del cine.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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