Librerías: elefantes blancos, I

Casa de citas/ 754

Librerías: elefantes blancos

(Primera de dos partes)

Héctor Cortés Mandujano

 

El hablador y el cojo (Turner, 2022), de Guillermo Sheridan, es un regalo de mi amigo Roger Octavio Gómez Espinosa. El libro está constituido por comentarios del autor “que aparecieron en el periódico El Universal de la Ciudad de México entre 2018 y 2020”.

Sheridan no es sólo un hombre de enorme inteligencia y un erudito, sino, además, poseedor de una potente ironía y un genial sentido del humor. Leerlo es aprender de esas, llamémoslas, materias.

En el primer apartado, “El hablador”, hace unas “Fábulas de sopa”. En “Las ranas que querían un rey”, escribe (p. 16): “Las ranas vivían en su pantano atascándose de mosquitos y eructando y cogiendo y cantando: ‘¡Mi pantano es chinampa en un lago escondido!’ ”.

En “Aventuras en el registro civil” cuenta (p. 38): “Para T. S. Eliot era menos difícil bautizar niños que gatos, algo que sí pone a prueba la imaginación. Quizá porque nombrar gatos es acto de poesía pura, mientras que ante un bebé recién parido hay que hacer poesía comprometida. […] Quien llame a su hijo Tlahuanclanteputli estará muy ufano de sus raíces originarias pero ya condenó al hijo a explicar in aeternum, que su nombre viene de tlahuan (‘vidrio’), clante (‘bola’) y putli (‘pequeño’), es decir: canica”. […] ¿Conoce usted a Espartaca Milagros? Es hija de un profesor marxista del Poli y una señora mocha de Celaya”.

“Lambisconería y anexas” nos enseña las tres clases de lambiscones que hay (p. 48): “los lambiscones elegantes son zalameros, incensarios o genuflexos. Los populares son barberos o chupapatas. Los sinceros, lameculos”.

Escribe Sheridan en “Los ríos fantasmas” y cito extensamente (p. 57): “Una de las pruebas fehacientes de que los mexicanos estamos apenas en los márgenes de la civilización es que, en el cacumen promedio, repte la certeza de que los ríos sirven para ir a echarles refrigeradores viejos, y colchones, estufas, lavadoras y fierro viejo que vendan, además de basura y llantas y cadáveres de perros y gatos y demás mamíferos.

“Es muy extraño. Lo que en todo el ancho mundo y a lo largo de los muchos siglos es símbolo y cosa de la más alta reverencia, el río, se entiende entre nosotros como una equivocación de la naturaleza que es menester corregir cuanto antes, convirtiéndolo en basurero”.

Lo que antes fue río (p. 58) “ya no es sino un hedor potente con el color del esputo, espuma amarilla, cascadas de caca y basura en cuyas riberas organizan días de campo unas ratas desmesuradas”.

No sólo los ríos están mal, sino el aire en la Ciudad de México, cuenta en “Smog a la mexicana” (p. 61): “En el inaudito laboratorio de esta ciudad hemos inventado un nuevo estado de la materia: el aire duro. Al salir en la mañana se siente pronto en los parietales el madrazo pegajoso de ese olor peso welter”.

Escribe en “Muertos sin chiste (p. 71): “La canción más popular de esta patria proclama que ‘la vida no vale nada, no vale nada la vida’. Creer esto, como en México, no es un exabrupto de borracho, es un proyecto cívico”.

Otra de las pestes en toda la república es el ruido. Dice Sheridan en “El ruido de la patria espeluznante” (p. 75): “Los traficadores de refrigeradores muertos o, en su defecto, de tamales oaxaqueños, tienen derecho a secuestrar las orejas de usted tres o cuatro veces al día, cinco minutos cada vez. Nada que hacer”.

Ilustración: Leonora Ventura

Se ha calculado el volumen de las excretas de perro en la Ciudad de México. Habla de ello en “Setecientos cincuenta toneladas de ‘excreta’ ” (p. 80), “que es como se dice mierda en lenguaje científico”. Y explica (p. 81): “El cálculo deriva de que cada perro larga en promedio doscientos cincuenta gramos de excretas al día, sin importar su tamaño, raza, clase social o nivel educativo, desde el faldero pomadoso de la niña pudiente hasta el viril rottweiler del diputado, pasando por el solovino del taller automotriz, el izquierdista xoloscuintle o el san Bernardo imponente que le compró el banquero a su hijito”.

En “Democratizando el gentilicio” habla del lío que supone denominar a los habitantes de la capital del país (p. 89): “El oficial mexiqueño me parece insoportable. Primero, porque es oficial; segundo, porque si decirlo en voz alta matraquea las mandíbulas, leerlo raja los ojos. Es atroz la vecindad de la equis y la eñe, las dos letras más crujientes del abecedario”.

Tiene un texto sobre las razones de por qué no le gustó la película Coco y luego escribe sobre los comentarios insultantes, en un 99%, que le hicieron después de publicada su columna (p. 124): “Lo desconcertante es la enorme cantidad de gente incapaz de tramitar algo tan simple (se refiere a un comentario satírico sobre el pueblo ficcional de la peli). El esfuerzo para crear lectores en México ha sido prolongado y arduo. El siguiente esfuerzo, que consiste en lograr que los lectores entiendan lo que han leído, va a serlo mucho más”.

Toca el tema de la lectura en México en “Al mexicano no le gustan los libros. Punto” y cita una estadística publicada por Gabriel Zaíd (“La lectura como fracaso del sistema educativo”), que señala (p. 154) “que hay 8.8 millones de mexicanos que han realizado estudios superiores o de posgrado, pero que el dieciocho por ciento de ellos (1.6 millones) nunca ha puesto el pie en una librería. Concluye Zaíd, dice Sheridan: “La mitad de los universitarios (cuatro millones) prácticamente no compra libros”.  Y más (p. 155): “Otras estadísticas que provienen de la OCDE y la Unesco: el estudio ‘Hábitos de lectura’ le otorga a México el sitial 107 en una lista de los 108 estudiados. […] El cuarenta por ciento de los mexicanos nunca ha entrado a una librería”.

Comenta un libro de Michel Tournier (Gaspar, Melchor y Baltazar) donde se cuenta de (p. 195) “unos reyes que han llegado para expropiarse la Navidad, pues ‘son insaciables y quieren ser dueños de todo, incluso de la pobreza…’ ”.

Habla en “Alejandro Magallanes: cartógrafo del caos” de las gracias de este artista. Me gustó como usa los signos gráficos para decir otras cosas (p. 241): “Tetas (.) (.), nalguitas ( ) ) y pubis V”.

“Y el cojo”, el último apartado, es una compilación de textos relativos al sexo. Escribe en “Mark Twain: el onanismo es un humanismo” (p. 255): “La palabra misma, masturbación, es de suyo inhibitoria: manus stupratio significa literalmente ‘la mano que comete estupro’, es decir, que fornica con su dueño”.

En “La delgada línea de vello” cita unos versos de Octavio Paz sobre el tema (p. 263):

 

Sobre sus pechos valientes baila el puñal del sol

Hacia su vientre

Eminencia inminencia

Sube una línea de hormigas negras

 

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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