Librerías: elefantes blancos, II
Casa de citas/ 755
Librerías: elefantes blancos
(Segunda de dos partes)
Héctor Cortés Mandujano
Goethe, infinito, experto en tantas cosas, incluida la vergología
Guillermo Sheridan,
en El hablador y el cojo
Escribe Guillermo Sheridan en “Irse de risa (venirse aullando)” (p. 265): “No es desdeñable la diferencia entre el desprendido irse y el egoísta venirse, que acabó dominando en Occidente. El orgasmo en el budismo mahayana es irse porque supone acceder a ‘la otra orilla’, hacia el éxtasis de la vacuidad (sunyata)”.
En “Príapo bendice a Goethe” dice Sheridan que Goethe viajó a Italia a los 37 años y que (p. 266) “la conseja que deriva de sus memorias, las de sus amigos y las de sus biógrafos, es que durante ese viaje Goethe aprendió, por fin, a emplear correctamente el pene”.
Goethe escribió dos elegías fálicas. En una, Príapo (su estatuilla) le desea buena suerte. Dice su final (p. 268): “Querido poeta: sea tu recompensa un estupendo miembro de una cuarta, que se hinche con orgullo en tu abdomen cuando así lo quieras; que no se fatigue nunca, no hasta que hayas disfrutado la docena de artísticas posturas que describe Filénide, el poeta”.
En este apartado se habla prolijamente de la vulva y la verga (p. 275): “Valva es ‘puerta’ y vulva es ‘envolver’; (284): “La paradójicamente femenina palabra verga”; (285): “dudo ser novedoso si evoco que en ciertas escuelas de budismo mahayana, vajra significa también relámpago y diamante, conceptos que sabiamente combinados (‘vara de luz’) arrojan una imagen que el tantrismo emplea para nombrar al pene cuando se pone guapo”.
Dice en “Los nombres del huevo” (p. 279): “Ignoraba yo esta teoría de que los huevos (‘eggs’ les llama Rocco, para enfatizar su poder generativo) forman con el falo una trinidad y que, por tanto, tienen cada uno su propio apelativo”; sigue (p. 280): “El huevo derecho Anu […] suele colgar un tanto más arriba que el izquierdista Hea. […] el huevo derecho-macho es firme y sólido mientras el izquierdo-hembra es líquido y suave. Y más (p. 281): “Los testículos son los agentes del impulso de fecundar al huevo, pero no son el huevo; son los ‘testigos’ (los testes) de ese impulso. Esa es la razón por la que también se les llama ‘los zebedeos’, forma asaz laboriosa de nombrar la tendencia de los huevos a dar fe y a circular en pareja, como hacían los Juan y Santiago, hijos gemelos de Zebedeo y apóstoles testigos de Jesús”.
Cita en “Algunas vergas con licencia” lo que afirma el etimólogo G. R. Scott acerca de ciertas referencias bíblicas en las que, desde sus primeros traductores, se optó (p. 291): “por disfrazar al pene tras de sucedáneos anatómicos más citables que es el motivo por el cual cuando usted lee en la Biblia palabras como flanco, muslo, cintura, cadera o costado, es probable que lo que debería usted leer es pura verga”.
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Leo Indiana (RBA Coleccionables, 2020), de George Sand (1804-1876), en una bella y nueva edición. La original se publicó en 1832. Raymon es un noble que seduce a Noun, dama de compañía de Indiana. Se harta de ella. La deja. Noun le escribe una carta. No sabe cómo expresarse por escrito. Raymon ni siquiera termina de leer el recado (p. 32): “¡Y la ortografía! ¿Sabéis lo que una sílaba más o menos quita o añade energía a los sentimientos?”.
Llama la atención lo que Sand (cuyo pseudónimo masculino ocultaba a una mujer: Amantine Aurore Lucile Dupin) dice de Indiana y la relación con su marido (p. 155): “He aquí su desprecio por las mujeres; a sus ojos no son más que animales domésticos, propios para mantener el aseo de la casa, para preparar las comidas y servir el té. […] Ralph no necesita mi corazón; con tal que mis manos sepan preparar su pudín y hacer vibrar en su honor las energías del arpa, ¿qué le importa mi amor a otro, mis secretas angustias, mis impaciencias mortales bajo el yugo que me aplasta? Yo soy su criada y no desea más”.
Sand hace acre comentario sobre su género (p. 187): “La mujer es imbécil por naturaleza; parece que para contrapesar la eminente superioridad que sus delicadas percepciones le dan sobre los hombres, el cielo ha puesto adrede en su corazón una ciega vanidad, una credulidad estúpida. Para apoderarse de este ser tan sutil, frágil y penetrante, no se necesita más que saber manejar la adulación y excitar el amor propio. A veces, los hombres incapaces de ejercer ningún ascendiente sobre los demás hombres, llegan a dominar sin límites en el espíritu de las mujeres”.
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Leo Orquídea de sueños (Ediciones de El Animal, en totsil-español, 2006), de Mariano Reynaldo Vázquez López, poeta tsotsil de Zinacantán, Chiapas.
Dice Mariano en “Tiempo” (p. 11): “Tiempo/ Remedio natural/ Pócima/ Droga/ Trecho agridulce”.
En “Zinacantán” habla de los fuertes colores con se visten las mujeres (p. 32): “Rebozos dicen ‘mírame’ ”.
Al final de libro el autor habla de su vida (p. 78): “Puedo decir que desde niño labré la tierra para el cultivo del maíz, frijol y flores, y desde entonces mi concepto es siempre trabajar para vivir y sostener a la familia porque mis papás son de escasos recursos económicos”.
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En Celestino antes del alba (1967), de Reinaldo Arenas, el protagonista escribe poesías y se asume como un poeta, algo que a la familia avergüenza. No quieren que nadie lo sepa. Un día, en la calle, le dicen a la mamá que su hijo es un poeta y ella llega furiosa y cuenta a todos lo que le dijeron. El abuelo, entonces, concluye: “Tendremos que matarlo”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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