Requisito para ser minero

Casa de citas/ 757

Requisito para ser minero

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo Tiempo de payasos (2021), de Guadalupe Olalde, una novela construida con base en los meandros de la memoria. De allí esta cita (p. 207): “el día que le pregunté a mi abuela, oye, ¿qué se necesita para poder ser minero? Sólo se necesita ser pobre, me dijo, y con el impacto de esa respuesta me quedé para toda la vida”.

 

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A mí me gustan las mujeres y los hombres, del sexo que sean…

Ben Jonson,

citado por Carlos Fuentes

 

Diana o la cazadora solitaria (Planeta, 2002), de Carlos Fuentes, tiene todas las claves para calificarla de autobiografía: el protagonista se llama Carlos, es escritor, ha publicado cuatro libros importantes en México (es joven en ese entonces), es amigo de Luis Buñuel, de Fernando Benítez y de otros que menciona con sus nombres reales; está casado con una actriz (Rita Macedo), a la que deja para irse a vivir una aventura con una actriz (Jean Seberg) que filma una película en nuestro país… en fin.

Cambia los nombres de Rita, de Jean. No el suyo ni el de sus amigos. Está escrita en primera persona y es obvio que quiere contar y reflexionar sobre el placer, la posesión, el deseo. No me importó mucho el asunto de la realidad sobre la que está montada, sino la escritura, las ideas, la valentía de su autoanálisis. Me gustó.

Cita a san Juan de la Cruz sobre la existencia de Dios (p. 10): “Dios es Nada, la Nada suprema, y para llegar a Él hay que viajar hacia la Nada que no puede ser tocada o vista o comprendida en términos humanos”, y reflexiona: “Si apuestas a la existencia de Dios y Dios no existe, no pierdes nada; pero si Dios existe lo ganas todo”.

Aunque está dentro de la vorágine de una relación que lo seduce, tiene claras sus prioridades (p. 29): “La literatura es mi verdadera amante, y todo lo demás, sexo, política, religión si la tuviera, muerte cuando la tenga, pasa por la experiencia literaria, que es el filtro de todas las demás experiencias de mi vida”.

Habla de uno de sus contemporáneos (p. 92): “José Emilio Pacheco, el poeta mexicano, dice que lo primero que hace antes de comprar un libro es abrirlo al azar y meter la nariz entre sus páginas. Ese olor magnífico, comparable al que se puede hallar entre los senos o entre las piernas de una mujer, se multiplica por mil en las estanterías de las grandes bibliotecas universitarias de Los Estados Unidos”.

En la novela, Jean Seberg se llama Diana Soren. Habla con ella y le explica (p. 97): “Escribir es mi pasión. Todo escritor nace con el tiempo contado. Desde el momento en que se sienta a escribir, inicia una lucha contra la muerte. Todos los días, la muerte se acerca a mi oreja y me dice: Un día menos. No tendrás tiempo”.

Hay reflexión en la novela, sobre él, sobre el mundo, sobre el ser (p. 113): “Hay gente para la cual la realidad es sólo un mundo objetivo, concreto: la silla es la silla, la montaña siempre ha estado allí, la nube pasa pero obedece a las leyes de la física: todo esto es real. Para otras personas, no hay más realidad que la interna, la realidad subjetiva. La mente es una vasta sala desamueblada que se va llenado poco a poco, mientras vivimos, del mobiliario de las percepciones”.

Por supuesto hay varias ideas sobre el lenguaje, la lengua, las palabras, las letras. Habla de la diferencia entre el castellano y el inglés (p. 114): “Nosotros, en cambio, tenemos ese clítoris en la lengua, la Ñ, que vuelve locos a los extranjeros porque les parece una extravagancia hispánica, medieval, comparable a la Santa Inquisición, cuando en realidad es una letra futurista, que abraza y suprime los trabajosos coitos del GN en francés, el NH en portugués o el impronunciable NY en inglés”.

Me gustan mucho, en este o en cualquier libro, las frases contundentes (p. 148): “en el harén no manda el sultán, sin el eunuco”.

Platica con Luis Buñuel (p. 179): “¿Quiénes nos dan la mano? –le pregunté a Buñuel.

“—Nunca el poder –decía con pasión–. Jamás los poderosos, civiles o eclesiásticos. Sólo los humildes, los rebeldes, los marginados, los niños, los enamorados… Sólo ellos nos dan la mano”.

David Lynch por Juan Ángel Esteban Cruz

Reconoce que obtuvo la celebridad muy pronto y, dice, escuchó las voces de sus amigos que lo animaban. Pero escuchó la suya y sólo oyó esto (p. 184): “No te conformes con el éxito. No lo repitas fácilmente. Imponte desafíos imposibles. Más te vale fracasar por lo alto que triunfar por lo bajo. Apártate de la seguridad. Asume el riesgo”.

Creo que se hizo caso. Esta novela cuenta la historia de Diana (Jean) y su final trágico. Tiene páginas plenas de erotismo y el sobrado talento de Fuentes. Me encantó leerla.

 

***

 

Un día, Dios dibujó la boca de Jun Rail. Y fue entonces

cuando se le ocurrió aquella extravagante idea del pecado

Alessandro Baricco,

en Tierras de cristal

 

 

Leo Tierras de cristal (Anagrama, 1991), de Alessandro Baricco, con traducción de Carlos Gumpert y Xavier González Rovira.

La novela es un mecano, cuyas piezas el lector debe encajar.

En una de las páginas llenas de sexualidad, Jun Rail –mujer de belleza fuera de serie, nos insiste el narrador– decide masturbar al adolescente Mormy. Primero acaricia sus piernas y luego va subiendo hasta rodear el miembro y hacer el movimiento ideal para que el placer aparezca y explote. Los dos se sienten tocados por la vida mientras hacen aquello (p. 181): “porque donde la vida arde de verdad la muerte no es nada –no hay nada más contra la muerte –sólo eso –hacer que la vida arda de verdad”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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