Arrulladores de los sueños

Imagen: ibetcamila.blogspot.com

 

El ambiente colorido en tonos verde, blanco y rojo, propio de las fiestas patrias en México, había llenado las calles del barrio donde vivía Isabelina y su familia. Ella era viuda, tenía un hijo, Alfonso, que vivía en Estados Unidos, él había migrado hace más de diez años y aunque le llamaba con frecuencia y le enviaba apoyo económico a su mamá, no daba señales de que regresaría. Sin que se lo dijera, Isabelina lo percibía. La familia de Isabelina eran sus vecinas y vecinos del barrio San Felipe, sus dos gatos y sus gallinas a quienes apreciaba tanto.

El barrio de San Felipe era pequeño, muy pintoresco, la gente que lo habitaba era unida y servicial. De ahí que para Isabelina era muy significativo tener el apoyo no solo moral, de cariño, sino también en algunas ocasiones económico de su familia del corazón.

Para el festejo de la noche del grito de Independencia organizaron una pequeña reunión vecinal, en el salón que tenían para sus juntas del barrio. Se distribuyeron las tareas de qué llevaría cada quién, entre antojitos, bebidas, postres, las mesas, sillas, manteles, la música y los adornos. Isabelina se propuso para preparar taquitos dorados, rellenos de pollo con papa, acompañados de ensalada de repollo con verduras y una salsa de tomate rojo asado. Doña Vicky, la señora que vendía antojitos en la cuadra donde vivía Isabelina, se integró a la comisión. Así que ambas se pusieron de acuerdo para los preparativos.

Llegó la fecha de la reunión, todo estaba organizado, el salón tenía adornos pequeños pero bonitos y vistosos. El ambiente de fiesta se percibía, las mesas muy bien colocadas, con unas flores al centro y detalles alusivos a la celebración. El aroma a la comida se percibía desde antes de entrar al salón. La algarabía de la gente fue el ingrediente esencial.

Isabelina estaba ataviada con un vestido rojo, zapatos color blanco y el cabello era sostenido por un par de listones en tono verde. Su rostro estaba contento, se acordó de Alfonso y de su esposo, le habría gustado que estuvieran ahí para festejar. Prefirió no ponerse nostálgica y se sumó a las tareas que la familia del barrio tenía.

Todo el público asistente degustó los antojitos y bebidas. Nadie se quedó sin comer. La música le dio un toque más emotivo a la celebración, un trío de jóvenes era el deleite para interpretar las canciones mexicanas, Cielito lindo fue de las más solicitadas. ¡Viva México! ¡Viva México! Se escuchó al final de la celebración.

En casa Isabelina compartió con sus gatos un pequeño trozo de carne que les había guardado y para sus gallinas había llevado unas tortillas de maíz, de las que compartió doña Refugio. Al día siguiente se las daría remojadas. Antes de irse a dormir se asomó al patio de su casa. Había sido una linda velada.

Ya en su cama, el silencio de la noche le permitió escuchar con atención a los grillos. Se sintió contenta, era una bella melodía. Los grillos eran para ella arrulladores de los sueños. ¿Qué tanto dirían en sus cantos? ¿Sería el festejo de la vida, de la libertad? Los ojos de Isabelina se fueron cerrando, al fondo el canto de los grillos seguía escuchándose.

No comments yet.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Leave your opinion here. Please be nice. Your Email address will be kept private.