Ataques a la libertad de expresión

La crisis de las democracias parlamentarias, aquellas que se consideraron las adecuadas para construir sociedades más libres y justas, se hace evidente con el crecimiento de gobiernos autoritarios, así como con el recorte de libertades tan fundamentales como la de expresión. Solo hay que recordar la Declaración de Derechos de Virginia (1776) y la consecuente Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos (1791), o la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) en Francia para entender que, junto a otros derechos civiles, la libertad de expresión ha sido un elemento clave y pilar para conformar sistemas políticos democráticos.

Esa libertad de expresión no sólo se convierte en derecho individual para expresar las opiniones de la ciudadanía, sino que forma parte de los contrapesos a cualquier poder establecido a través de la crítica y el debate público. Aspectos necesarios para evitar los abusos de personas, empresas e instituciones. En definitiva, sin libertad de expresión, como es común en regímenes políticos dictatoriales, la ciudadanía se encuentra amordazada y sin ningún tipo de defensa contra cualquier abuso.

Los ataques a la libertad de expresión se han hecho comunes, en las últimas décadas, en sociedades denominadas democráticas. A esa tendencia, muy común en varios países de Europa ahora gobernados por partidos políticos alejados de los ideales liberales, se une en la actualidad Estados Unidos. No cabe duda que este último Estado ha sido y es un espejo en el que se miran y reflejan muchos países, a veces de manera impuesta. Si la mencionada declaración de Virginia y la primera enmienda constitucional han sido ejemplo para la defensa de la libertad de expresión, en la actualidad tales fundamentos legislativos parecen derrumbarse con los ataques a ese derecho del actual ocupante de la Casablanca.

Donald Trump parece decidido a perseguir a quienes no cumplen sus estándares ideológicos. De momento, no se ha llegado a la persecución llevada a cabo por el senador Joseph McCarthy -macartismo-, tras las Segunda Guerra Mundial; hostigamiento contra personas por sus ideas y opiniones, muchas de ellas calificadas de comunistas sin ningún tipo de base real. Pero no haber llegado a las formas en las que se persiguieron a personas de muy diversas ocupaciones y formas de pensar, durante el macartismo, no impide señalar que la lógica es la misma. Los ejemplos más evidentes de este accionar se observan con la persecución de cualquier persona que manifieste, de manera abierta y libre, su repudio al genocidio llevado a cabo contra el pueblo palestino en la Franja de Gaza.

Esta manera de actuar del presidente estadounidense es acorde, como ya se ha dicho, con la tendencia extendida en distintos continentes y en países autodenominados democráticos. No cabe duda que son necesarios análisis sociológicos para entender cómo ciertas sociedades optan por propuestas políticas autoritarias, aquellas en las que cualquier cuestionamiento al poder es perseguido. Las consecuencias de ello son múltiples, por supuesto, y una es ejercer la autocensura, esa práctica que impide opinar libremente por el temor a la real represión ejercida por el poder autoritario.

Atacar la libertad de expresión es un síntoma, muy grave, de lo que puede suceder en cuanto a supresión de otros derechos civiles. Visión pesimista, por supuesto, pero que deberá tener alerta a unas sociedades civiles que, en muchos países, parecen aletargadas o que se han acostumbrado a vivir bajo un gregarismo político que impide la conformación de un real pensamiento crítico.

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