Atesorar los hilos de plata

«Mujer ante espejo», de Pablo Picasso
El incesante ruido de la lluvia despertó de manera abrupta a Inés; el golpeteo del chorro de agua que caía en la lámina que daba al patio de su casa hizo que el sueño se le quitara. Dio vueltas y vueltas en la cama y no logró conciliar el sueño. Observó a Mateo, su esposo, estaba completamente dormido. Sueño profundo, pensó ella.
Se levantó de la cama y se dirigió a la sala. Se sentó en su sillón favorito, buscó si tenía cerca alguna novela para leer, justo estaba tratando de avanzar con El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. No halló el libro. Su mente empezó a pensar, dónde lo había dejado. ¿Estaría en el cuarto? No, seguro que no. Le dio un poco de pereza ir a buscar al comedor. ¿Pero por qué lo habría dejado ahí? Quiso salir de la duda y a paso lento fue al comedor. En efecto, el libro no estaba ahí. Regresó a la sala.
Se acomodó nuevamente en el sillón y observó a lo lejos, en el sillón más grande se asomaba algo parecido a un libro, debajo de uno de los cojines que decoraban el juego de sala. Se levantó y fue a verificar. El libro estaba ahí, como sonriéndole. Inés le correspondió. Vinieron a su mente varias preguntas, ¿por qué había olvidado dónde estaba el libro? Y qué pereza le había dado ir a buscarlo. Bueno, era de noche madrugada, eso debía ser.
Regresó al sillón y cuando se disponía a retomar la lectura se acordó de su mamá que solía decirle que el paso de los años no era en vano. Inés estaba acercándose a los 60 años. Ella se sentía muy bien, pero quizá eran ciertos avisos de poner atención y cuidarse. Sintió como una especie de angustia, pero respiró profundo. Se vinieron a su mente las imágenes de las personas mayores de su linaje. Recordó a las abuelitas y a los abuelitos, a su madre y a su padre, a quienes siempre tuvo admiración y respeto, los recordaba con amor y como fuentes de sabiduría inagotables.
Observó sus manos, las pecas que tenía habían incrementado, pero lucían bellas, con todo y eso. Tomó uno de los mechones de su cabello, el tono gris matizado se asomó. Sonrió para sí, el paso del tiempo era también una oportunidad de haber vivido un sinfín de experiencias y era importante atesorar los hilos de plata que ya tenía y que continuarían acompañándole hasta que el universo se lo permitiera. De pronto, se dio cuenta que había silencio. La lluvia había cesado. Era hora de regresar a la cama.

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