Conversaciones de Uber

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A consecuencia de una compleja operación en la espalda a finales del año de 2017, se me prohibió manejar, con todos los problemas de movilidad que eso acarrea. Así que paulatinamente me fui acostumbrando a usar la famosa plataforma de taxis para cumplir con mis compromisos que implican movilidad en una ciudad cada vez más complicada como lo es Guadalajara, Jalisco. En el transcurso de estos años he recurrido a un buen número de servicios de taxi y normalmente converso con los conductores en el transcurso del viaje. Guadalajara es una ciudad que ha crecido enormemente en los últimos cinco años. En realidad, la Guadalajara actual es una suerte de enjambre que articula a los municipios de la propia Guadalajara más Tlajomulco, Zapopan, El Salto, Tonalá, y no tarda en absorber a Ixtlahuacán de los Membrillos y Chapala. Toda una gran urbe (Lo mismo está pasando con Tuxtla Gutiérrez). Por supuesto, el tráfico es de escándalo. Transportarse de un lado a otro de la ciudad en una hora es una fortuna. Los trayectos “normales” toman entre 3 y 6 horas. Los choques y accidentes son frecuentes y eso causa un verdadero caos, frecuente en la Avenida López Mateos, una de las arterias básicas de la Ciudad que popularmente se conoce como “Choques Mateos”. En fin, en ese maremágnum urbano me toca viajar. En una de mis mas recientes conversaciones de Uber, platiqué con Kevin, un hombre joven, de unos 35 años, que recién venía de haber vivido 6 años en los Estados Unidos.  A mi pregunta de en dónde había vivido en aquel país, me respondió que en casi todo el territorio, huyendo de la “migra”, pero recordaba con especial afecto su estancia en Carolina del Norte, trabajando en “la industria de la construcción”. Le pregunté si en alguno de los trabajos que había desempeñado, alguna vez tuvo como compañeros de trabajo a norteamericanos, blancos o afrodescendientes. Me respondió que no: en los 6 años todos sus compañeros y compañeras de trabajo habían sido “latinos”, es decir, mexicanos, hondureños, salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos. Incluso me dijo con cierta presunción, “tuve una novia hondureña”.  “Viví huyendo” me repetía Kevin, “hasta que me agarraron y me pusieron en una cárcel y luego me deportaron”. Según él, les toman fotos que van a un archivo con la advertencia de que, si vuelve a intentar ingresar a los Estados Unidos, se encontrará con severos problemas. “Así que”-me dijo-“decidí retornar y tomar el oficio de mi padre: taxista”.  Kevin me aseguró que no volvería jamás a los Estados Unidos y menos en este momento en el que las políticas Trumpistas arremeten en contra de los migrantes “latinos” porque, me lo decía también Kevin, “a los inmigrantes blancos los dejan en paz”. Llegados a mi destino después de una hora y media de viaje, nos despedimos. En otra ocasión, me tocó Oswaldo, un conductor que prefería hablar de “como está la juventud” de ahora. Según él, es una juventud dominada por el celular que los tiene atontados. Además, dijo con énfasis Oswaldo, los jóvenes de hoy no respetan a sus mayores. Recuerda que él no podía encender un cigarro estando presente una persona mayor de edad y vuelve a repetir su comentario de que la juventud actual es incontrolable. Durante todo un viaje, Oswaldo no dejó de quejarse y al final me confesó que recién le había nacido su primer hijo y estaba muy nervioso por cómo respondería en el futuro a las “reglas” de educación. Por cierto, en viaje reciente a la Ciudad de México, ya de camino al aeropuerto para el regreso, el taxista que labora en el hotel en donde me hospedé, un hombre mayor, me comentó, palabras más, palabras menos, lo mismo que el joven padre, Oswaldo. Hace solo unos días, me transportó un conductor que, notable, llevaba un traje impecable: saco y corbata, muy bien combinados. Al iniciar la conversación, noté su acento y le pregunté de dónde venía. “Soy hondureño” me dijo, y a continuación agregó: “Tengo 8 años viviendo en Guadalajara”. Según me confió, llegó a la capital tapatía con su esposa y su niña recién nacida, lo que motivó su comentario de “mi hija es tapatía”. Me aseguró que nunca ha tenido problemas y que su profesión es la de ingeniero químico. Está asociado con otro paisano hondureño y tienen una compañía de limpieza del medio ambiente con la que están buscando quedarse con uno de los jugosos contratos que ofrece el gobierno de Jalisco para participar en un programa de limpieza de los ríos, sobre todo, el Lerma, convertido en una corriente pestilente de lodos y basuras. “Con lo que gano”-me dice-   en el oficio de conductor de Uber paga a los empleados de su pequeña compañía mientras su socio se encarga de los gastos de mantenimiento de las oficinas. “Ni acercarme a la frontera” me comenta en referencia a tratar de cruzar hacia los Estados Unidos. Menciona que el gobierno actual de aquel país es una dictadura que no reconoce que los “latinos” han construido a los Estados Unidos. En contraste, me dice que nunca ha tenido problemas en México y vive “a gusto” (una expresión muy de Jalisco) en Guadalajara. He meditado muchas veces sobre estas conversaciones y sobre el origen social de los conductores. No se puede afirmar, desde mi punto de vista, que los conductores que trabajan “en plataforma” provengan de un estrato concreto de clase social. Hay un “surtido” interesante de conductores que proceden desde familias campesinas (algunos afirman que van a sus poblados a visitar a sus parientes) hasta los estratos diversos de las llamadas “clases medias”; varios de los conductores que me han tocado, son profesionistas que completan sus ingresos con el trabajo de conductor. Hasta hoy, no me ha tocado una conductora, aunque tengo noticia de que hay trabajadoras del volante. Una situación generalizada en este tipo de trabajo es que no existe la seguridad social, incluyendo los seguros médicos. Por supuesto, no hay un salario fijo, sino que se trabaja “por comisión” de acuerdo a la distancia y dificultad de movilidad del tramo recorrido. Una queja generalizada y recurrente es que no “dejan” tomar pasaje en el aeropuerto, como lo mismo sucede en todos los aeropuertos del país, en los que los sitios de taxis que tienen arreglos con las autoridades, poseen el monopolio de los pasajes. Se puede “dejar” pasaje en los aeropuertos, pero nunca admitir pasajeros de los que llegan a los aeropuertos. Es una situación generalizada. En Guadalajara, actualmente, el aeropuerto es un verdadero caos debido a que, a causa de los 2 partidos del mundial de futbol que habrá el próximo año, el gobierno del estado hace obras en varios puntos de la ciudad, sobre todo, en las vías que conducen al aeropuerto. La llegada implica esperar hasta 3 horas para poder abordar un taxi o bien caminar un kilómetro para salir del aeropuerto y contratar a un chofer de plataforma. De manera que cuando uno debe dirigirse al aeropuerto de la ciudad de Guadalajara, hay que solicitar el transporte por lo menos con 5 horas de anticipación al horario solicitado por la propia compañía de aviación en la que uno viajará. De todo ello se conversa con los conductores, verdaderas fuentes de información de cómo está el “pulso” de una población en ascenso demográfico en nuestras grandes ciudades. Terrenos más que interesantes para la pesquisa antropológica en el sentido de producir conocimiento acerca de la composición social de las ciudades en México y de los mosaicos culturales en los que se han convertido. Incluso, el análisis de los factores de identidad a través del deporte, adquieren mayor importancia, como lo demuestra la movilización que hoy existe a causa del mundial del futbol, en varias ciudades del país.

Bosques de Santa Anita, Tlajomulco, Jalisco. A 1 de septiembre, 2025.

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