COVID, a 5 años

Hace 5 años teníamos 6 meses de confinamiento por el COVID. Todavía sigue quedando la sensación de incertidumbre y de desasosiego que cundía como el propio virus, en cada casa, en cada familia, en cada red de amistades. Nadie sabía nada y lo único distinguible era su letalidad, acompañada de nuestra ansiedad por encontrar una luz al final del túnel, de un dato que nos dijera que todo iba a salir bien.

Días obscuros, sin duda.

Aun sin idea de todo lo que significaría, desde la TV, las noticias y redes sociales seguíamos las instrucciones. Primera fase, nos dijeron. ¿Pero en qué nos preparamos? ¿En el tipo de resguardo y confinamiento? ¿Acaparar despensa y demás cosas? En tanto, ya veíamos lo que pasaba en los hospitales de España e Italia, donde las imágenes se volvían una dramática realidad, total sobrecogimiento y dolor.

Segunda fase. Listos para entrar a casa. Y quien sabe cuándo salir de nuevo. Esa sensación se me hizo como los pueblos en guerra, cuando te dicen que el enemigo está en las puertas de tu ciudad y tienes que prepararte con víveres, con trincheras, con lo que sea para hacerlo frente. Está ahí y no lo has visto, pero sabes que vendrá. Es lo único seguro.

La tercera fase, el confinamiento. No salir ya, ver a mis padres a distancia (pasaría un año antes de abrazarles de nuevo), comprar comida con todas las precauciones y con la carga de culpa de si no habríamos hecho mal la maniobra y llevar al virus dentro de casa. Hacer el ritual de limpieza, sanitizar todo, desinfectantes, olor a alcohol como parte de tu piel. La cultura de la desintoxicación de los cuerpos. La conexión virtual, todo el día, todos los días, semanas y meses.

Vienen las noticias más alarmantes. Los rumores que no cesan y la cercanía, cada vez más apremiante, de la gente fallecida, amistades de conocidos y luego familiares de ellas, son cada vez más próximas. Más cerca todo. El dolor que no para nunca por no saber qué hacer y la impotencia de no poder ayudar a dar un pésame y un abrazo solidario ante la muerte.

Luego vienen nuestros muertos. Gente de nuestro círculo, de aquí y allá, en otras ciudades y países.

“Tengo miedo, Juan Pablo, y mucho” me dijo gravedad una gran amiga, mientras leíamos los escritos antiguos de las otras pandemias y nos aferramos a que algún día saldrá el sol de nuevo, radiante y brillante. Sobreviviremos.

Una enfermera del Centro de salud de Nueva Concepción muestra el resultado positivo de una paciente contagiada de COVID-19. Fotografía: Sandra Sebastián | Ocote.

A 5 años han pasado. A veces, pareciera que no hubiese ocurrido nada, tomando en cuenta la magnitud de la zozobra que cayó a nivel planetario; como un mal chiste, un lapso perdido el cual hay que olvidar prontamente. Un tiempo muerto del que pasaron muchas cosas que ahora nadie quiere pensar.

Es como si ahora la pandemia se recordara no como un importante parteaguas no solo en nuestras vidas, sino en la vida social contemporánea. Se explica también como un mecanismo de defensa: el olvido adrede de la gente, para no pensar en la angustia y miedo, sobre todo eso, miedo. Terrible temor consignado en no saber la hora ni el día en el que pudiera uno contagiarse, o los amigos y amigas, o familiares, o gente conocida, como tal sucedió.

El tema del coronavirus no lo hemos agotado, porque no hay una constante en pensarnos en un antes y después de la pandemia. Nadia ha hablado mucho de estos 5 años. Tal vez sea por eso: no hemos cambiado en casi nada. Ni siquiera la sugerencia de vulnerabilidad pudo hacernos más humildes y colectivos. No es no haya habido solidaridad y dignidad en la gente, más bien, la constante es que no queramos aprenderlo y pensarnos críticamente en las historias que vivimos en esos tiempos. Con los cambios -profundos según yo- desde lo social, lo grupal y, sobre todo, lo emocional

A 5 años, aquí estamos. Tratando de entender lo sucedido y con la única verdad de que, en un momento, todo puede desvanecerse. La muerte es como la vida. De ambas dependemos, de los dos lados nos pensamos. Puede no ser la última pandemia, nos han dicho. Y si vienen las afrontaremos con toda la dignidad y resiliencia posible. Por lo pronto, a seguir disfrutando de la lluvia, respirar hondamente de los aires frescos que cruzan los árboles. De los olores dulces de una mañana más.

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