El amor muere
Casa de citas/ 762
El amor muere
Héctor Cortés Mandujano
Por préstamo de mi amiga Tania Corzo, leo Secreto a voces (Random House, 2016), de Alice Munro, Premio Nobel de Literatura 2013.
El volumen, traducido por Flora Casas, está constituido por ocho relatos con el característico buen hacer de la Munro. En “Entusiasmo” escribe en contra de la idea del amor inmarcesible (p. 53): “El amor muere todo el tiempo, o por lo menos se va a otro sitio, se oculta”.
En “La virgen libanesa”, una mujer casada se mete a una aventura con un hombre casado. Cuando se descubre el amorío, ella tiene que dejar casa y ciudad. Piensa (p. 119): “Qué tontería creer que un hombre es tan diferente del otro cuando a lo que en realidad se reduce la vida es a una taza de café como Dios Manda y a una habitación en la que estirarse un poco”. En su nuevo hogar, pone una librería y da un dato insustancial, que a mí me regresó a mis quince años. Habla de un volumen (p. 130): “Era un libro titulado Psicocibernética”. Yo, quinceañero, leí ese libro y fue para mí muy importante: por su contenido aprendí a no comerme las uñas y a un montón de cosas. Nunca lo había oído nombrar nuevamente, desde entonces.
Una chica (sus personajes principales son mujeres) siente seguridad por tener el novio que tiene, en “Han llegado las naves espaciales” (p. 246): “Billy le proporcionaba prestigio en todas partes menos en su casa. No le extrañaba: como bien sabía, en casa es donde te bajan los humos”. Eso decía mi maestra de Neurociencias: “Cuando se sientan muy inteligentes, exitosos, geniales, maravillosos, hablen con su familia: ellos los regresaran al piso”.
La mujer que protagoniza “Vándalos” se aburre de su novio correcto y se mete en la vida de un hombre complicado. Aquél la tranquiliza, éste la excita (p. 275): “nada como observar a un hombre haciendo un trabajo duro, cuando se olvida de ti y trabaja bien, limpia y rítmicamente: nada como eso para que se te caliente la sangre”.
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Después de caminar un kilómetro,
todos los lugares del mundo son iguales
Don Juan a Carlos Castaneda,
en El lado activo del infinito
El lado activo del infinito (Random House, 2015), de Carlos Castaneda, es el cuarto libro sobre las enseñanzas de don Juan Matus, indio yaqui y chamán. He hablado de los tres anteriores.
Dice en el prefacio (p. 12) que hay varias sintaxis sobre el nacimiento y la vida del mundo. Habla de una de ellas: “En esa sintaxis, nada comienza y nada termina; por lo tanto, el nacimiento no es un suceso claro y definido, sino un tipo específico de intensidad y asimismo la maduración, y asimismo la muerte”.
Madame Ludmilla es una vieja prostituta que, desnuda, hace para los clientes que le pagan algo que ella llama “Figuras ante el espejo”, que es eso exactamente: las hace jugando, con procacidad, inclusive. Don Juan le dice a Carlos, cuando se lo cuenta, que lo hecho por Madame Ludmilla es memorable, porque (p. 44): “nos afecta a cada uno de nosotros como seres humanos, no sólo a ti, como en tus otros cuentos. ¿No ves? Como Madame Ludmilla, cada uno de nosotros, joven o viejo, de una manera u otra, está haciendo figuras ante un espejo”.
En una de sus enseñanzas don Juan dice a Carlos que debe morir (p. 134): “no quiero que tu cuerpo muera físicamente. Quiero que muera tu persona. Son dos asuntos muy distintos. En esencia, tu persona tiene muy poco que ver con tu cuerpo. Tu persona es tu mente, y créeme, tu mente no es tuya”. Le ejemplifica (pp. 134-135): “El criterio que indica que un chamán ha muerto –siguió– es cuando no le importa si tiene compañía o si está solo. El día que ya no busques la compañía de tus amigos que usas como escudo, ése es el día en que tu persona habrá muerto”.
Dice más adelante (p. 280): “Disfrutar el panorama es para gente que pasea en automóviles –dijo–. Van a gran velocidad sin hacer ningún esfuerzo. Los panoramas no son para caminantes. Por ejemplo, cuando vas en coche puedes ver una montaña gigantesca que te abruma con su belleza. La vista de esa montaña no te va a abrumar de la misma forma si la ves mientras vas a pie; te va a abrumar de otra forma, especialmente si debes escalarla o rodearla”.
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El drama intempestivo. Hacia una escritura dramática contemporánea (Paso de gato, 2020), de Carles Batlle, es un ensayo que busca desmarcar la escritura de teatro de las convenciones heredadas, del planteamiento básico de inicio, conflicto y desenlace, de la lógica aristotélica (p. 33): “Hay que sembrar incertidumbre a la hora de fijar cualquier elemento de la fábula (sea el propósito, el sujeto, el conflicto o la acción); hay que ser moroso en la dosificación de la información (y que, cuando la información llegue, no adquiera un valor y un sentido diáfano, unívoco); hay que ralentizar las conclusiones (o, incluso, escamotearlas); hay que invertir órdenes y causalidades; hay que dividir y multiplicar las voces; hay que fragmentar; hay que abrir expectativas impensadas, interpretaciones inéditas… Hay que, sobre todo, ofrecer nuevas perspectivas” (las cursivas son de Batlle).
Cita el autor a José Sanchis Sinisterra (p. 119): “La nueva dramaturgia renuncia a cualquier tipo de canon, es una escritura también indagatoria de su propia naturaleza, de sus propios códigos, de sus propias convenciones”.
Escribe Carles Batlle (p. 248): “el dramaturgo intempestivo evita proponer consignas o dar soluciones. Todo lo contrario, produce interrogantes y puntos de vista, tanto para inquietar y sorprender a los demás como para descentrarse él mismo”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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