Hacer el amor, es decir, reír

Casa de citas/ 761

Hacer el amor, es decir, reír

Héctor Cortés Mandujano

 

Dentro de los muchos libros que me ha regalado mi amiga Linda Esquinca, me hallé con País de las sombras largas (Ediciones La Isla, 1962), de Hans Ruesch, con traducción de Alberto Luis Bixio.

Comencé a leerlo sin saber quién era el autor ni tener ninguna referencia de la historia. Averigüé luego de leer el libro. Ruesch (1913-2007), suizo, según Google, fue “piloto de automovilismo y escritor”. La novela fue una superventas cuando apareció. A mí me encantó.

Es la primera vez, creo, que leo una novela sobre esquimales (“comedores de carne cruda”) y que me adentro, así sea en la ficción, en su modo y filosofía de vida, su sexualidad, su modo de encarar la muerte. Algo aprendí de ello.

Ernenek, el personaje sobre el cual gira la trama, es un joven que no se decide qué muchacha (Imina o Asiak) le gusta para llevarla a vivir con él. Llega otro y se lleva a la que le gustaba. Ernenek decide seguirlo. Los padres de la muchacha le piden que vaya con su hermana, la que ha quedado, y que le cambie una por la otra. La persecución dura días. Cuando Ernenek y Asiak (la hermana) alcanzan a la otra pareja, el esquimal le dice que quiere a Imina y le dará a la otra. Él otro le dice que no tiene ningún problema. Entonces Enenek, que habla de sí mismo en tercera persona, como lo hacen todos en la novela, dice (pp. 42-43): “Pensándolo mejor, alguien prefiere quedarse con Asiak […] ¡Vuelve a tomar a Imina!”.

Cuando alguien envejece se le deja para que muera en soledad, abandonado al frío y a las fieras. Lo aceptan como algo natural. Enenek lleva a la mamá de Asiak a la gran llanura blanca del mar congelado (p. 46): “Ernenek extendió sobre el océano una piel de caribú para que la vieja pudiera morir con toda comodidad”.

Descubre la nueva pareja que Aniak está embarazada. La madre aconseja (p. 48): “apenas te hayas liberado del recién nacido habrás de mirar si es macho o hembra. Si es macho límpialo con tu lengua y luego úntalo con grasa; sólo algunos sueños más tarde podrás lavarlo con orina. Pero si nace hembra, tienes que estrangularla inmediatamente […] por criar a una hembra inútil vendrías a retrasar la llegada de un macho”.

Los hombres son eficientes para pescar y cazar, y eso los hace más valiosos para una madre esquimal. Matar animales ayuda a la vida familiar (p. 62): “Es necesario que la carne perezca para que la carne pueda vivir”.

Los esquimales no tienen empacho en dar prestada su mujer a otro hombre para que tengan relaciones sexuales. No hay propiedad, apego, celos. Al acto erótico lo llaman “reír”, que me parece una gran palabra para definir el placer. El sexo, además, tiene funciones de protección; ante un posible accidente (p. 106), “Enenek comenzó a pronunciar apresuradamente frases mágicas y a tocarse los órganos genitales para conjurar el desastre”.

Enenek tiene que convivir en el hielo con un hombre blanco, que se niega a comer carne cruda y casi putrefacta. Le cuenta el esquimal (pp. 123-124): “Una noche, un hombre que conozco, habiendo perdido las armas y las guarniciones del trineo, a fin de adquirir la fuerza necesaria para arrastrarse hasta su casa, se comió los pies, que a decir verdad ya no le habrían servido, porque estaban helados. Aun hoy todos nos desternillamos de risa cuando ese hombre nos cuenta la aventura”.

Ilustración: HCM

El hombre blanco no entiende que Enenek dé prestada a su mujer; él le explica (p. 129): “¡Presto mi trineo y me lo devuelven destrozado; presto mis perros y vuelven a casa cansados; presto mi sierra y luego resulta que le faltan dientes; pero cada vez que presto a Asiak, vuelve como nueva!”. La da prestada al hombre blanco. Nace una niña y deciden no tirarla (p. 133) “cuando vieron que tenía el pelo color del sol naciente y los ojos color del cielo de mediados de verano, y la piel blanca y fresca como la nieve”.

En el iglú donde viven Enenek, Asiak y sus dos hijos no tiran los orines; el recipiente sirve también para las visitas. Lo tienen al alcance de la mano para (p. 153) “curtir pieles o trajes, o lavarse la cabeza”.

Enenek y su familia van a una colonia de blancos; él ya es un viejo y se enfrenta solo a un oso. Los dos se hacen heridas de muerte. Piensa el hombre cuando ve que su sangre ya no sale a chorros (p. 167): “¿Podría ser este el fin? ¿Tan claro? ¿Tan sencillo? ¿Y tan inesperado?”.

Los hijos de Enenek y Asiak se quedan a vivir con los blancos. Allí aprenden la religión (que les resulta incomprensible: un Dios enojado y raro) y ciertas costumbres (los hombres no dan prestadas a sus mujeres, las toman a escondidas de sus maridos). Un hombre, que tiene tres esposas, pide que lo bauticen junto a ellas y le dicen que la poligamia es pecado. Dice (p. 219): “Si es realmente necesario me desharé de ellas –replicó con un suspiro–. Pero necesito tiempo para decidir cuál de las tres me conviene conservar, porque hace poco que las tengo, después de haber matado, a petición de ellas, al marido, que era un hombre sumamente antipático y descortés”.

El curandero le explica a Ivalú, la hija de Enenek, la religión (pp. 240-241): “Cada tribu tiene el dios que se merece; porque cada dios está hecho a imagen de quien cree en él. Y así la gente estúpida tiene un dios estúpido, los inteligentes tienen un dios inteligente, los buenos, un dios bueno, los malos, un dios malo. El dios de los hombres blancos es un dios terrible, celoso y vengativo, porque los blancos son gentes terribles, celosas y vengativas”.

Y sigue (p. 242): “Su amor a Dios se funda en el miedo a la muerte”. Siorakidsok, el curandero, es un sabio (p. 243): “el que es feliz desea colmar de gentilezas y de bondad a los que lo rodean. Sólo los infelices roban, pelean y matan”. Y pide a Ivalú (p. 245): “Nunca creas en un dios que quiere vengarse en sus propias criaturas por haberlas creado llenas de defectos; es es un falso dios y los que propagan su teoría son unos ignorantes, ¿comprendes?”.

La novela tiene un final donde se enfrentan los hombres blancos y los que nacieron en el país de las sombras largas, es decir, en el hielo. Ivalú y Papik –los hijos de Enenek y Asiak– deciden volver a sus orígenes.

Cuando Milak propone a Ivalú irse juntos a vivir de nuevo al hielo, ella, aunque siente que lo ama, tiene dudas, porque piensa que son muy diferentes. Milak la convence con sólo una frase (p. 283): “¡Concordaremos como el arco con la flecha, pequeña!”.

Contactos: hectorcortesm@gmail,com

 

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