La UNACH reconoce a tres maestros de la palabra: Navarrete Cáceres, García de León y Espinosa Mandujano
Los tres nuevos doctores honoris causa investidos por la Benemérita UNACH tienen en común haber caminado por Chiapas y haberlo convertido en objeto de sus investigaciones y motivo pleno de vida.
No se puede entender la historia de nuestro estado sin la mirada de Antonio García de León, sin su Resistencia y utopía, que permitió ver la cronología de agravios y resistencias de los pueblos chiapanecos; sin la voz alegre de Carlos Navarrete y sus andanzas de Los arrieros del agua y tampoco, sin la obra educativa de Javier Espinosa Mandujano, personaje clave en la fundación de la Universidad Autónoma de Chiapas.
Los tres son grandes escritores que han colocado en el altar de sus preocupaciones, la palabra Chiapas.
Resistencia y utopía, de García de León, es una obra sobre el coraje y despertar constante de los oprimidos. Revueltas y revoluciones; gozo y sufrimiento; rituales y purificaciones. Chiapas es ese archipiélago de pueblos, como alguna vez escribiera Javier Espinosa Mandujano, un novelista de la fábula y la tradición, del alma y las aspiraciones de hombres y mujeres que han hecho de este territorio un corredor de hormiguillo.
Los tres han construido caminos por el territorio de Chiapas. Se han empapado de palabras y de sueños, de utopías milenarias y de esperanzas.
Estos tres caminantes llevan la bandera de la utopía y la alegría. Uno es jaranero; el otro, ha sido parachico y rezador, y el tercero es notario de las festividades, de los nombres, de las anécdotas que florecen alrededor de ceibas y nambimbos.
El rector Oswaldo Chacón ha sabido reconocer el legado de estos tres personajes porque ellos, ha dicho, “nos enseñan que el progreso no solo es técnico, es, ante todo, ético y social, y porque han iluminado rincones olvidados de nuestro pasado y han tejido un puente invaluable entre las generaciones”.
Carlos Navarrete Cáceres llegó a Chiapas huyendo de la represión desatada en Guatemala por el gobierno dictatorial de Miguel Ydígoras Fuentes. Le tocó ver la incursión gringa para derrocar al gobierno democrático de Jacobo Arbenz.
La represión, la tierra arrasada, la violencia en contra de su población fue la historia cotidiana. Aquí se hizo ceiba, río grande y leyenda. Aquí no conoció fronteras, sino el reconocimiento de una historia en común y de un pueblo que se ha hermanado con el suyo desde los orígenes mesoamericanos del sur.
Aquí tuvo a sus tres principales maestros: el sabio catalán Andrés Fábregas Roca, también venido del exilio a construir su patria en este sur profundo; Fernando Castañón Gamboa, practicante de la microhistoria sin saber que era una corriente innovadora en Francia, y Frans Blom, un danés nacido en Copenhage a fines del siglo XIX, quien encontró en la selva chiapaneca su nombre y su destino: Pancho Blom.
A él, el joven Carlos le preguntó: “¿Cómo se conoce Chiapas?”. El creador de Na Bolom le respondió, sin dudarlo: leyendo y caminando; “agregarle caminos reales a la lectura; Chiapas no se acaba de aprender. Sus caminos, sus mitos, su historia se multiplican en vertientes que suman siglos abiertos a la esperanza”.
Carlos Navarrete es arqueólogo de sí mismo y de Chinkultic y de la memoria de Chiapa de Corzo, donde con permiso de tío Atilano, el patrono de los parachicos, empezó a danzar con este traje desde 1959, y lo sigue haciendo con sus piernas de 94 años.
Los tres han caminado, en buenos y en malos tiempos, por la memoria de Chiapas, por sus veredas, entre caminos reales y senderos ocultos, entre marimbas y chirimías, pitos y tamboradas, entre lenguas mayenses, conventos y miles de sitios arqueológicos que fueron casa y calor de nuestros antepasados.
Antonio García de León ha construido el engranaje del poder en Chiapas con sus sagas, sus historias familiares, sus complicidades, y en medio de ese túnel de la historia ha escuchado las otras voces en murmullo: las resistencias y las revueltas de los pueblos oprimidos, “los juegos entrelazados y sutiles de la vida cotidiana, sobre todo entre los veteranos de la Revolución de los valles de la Frailesca y Cintalapa, que me contaron,
con el corazón sus historias” las cuales podían “reanimar el tiempo pasado, cuya consecuencia útil es el presente”.
Escritor, ensayista y filósofo, Javier Espinosa Mandujano ha sido también gestor y educador.
No se puede comprender el surgimiento de nuestra universidad sin su dedicación, sin sus horas de desvelos y sus apuestas. Fue su artífice principal. Dejó un puesto en la Secretaría de Educación Pública en la Ciudad de México y un futuo prometedor en el servicio exterior, para dedicar sus energías a crear la UNACH.
Era necesario contar con aspirantes y a esa tarea se avocó para forjar bachilleres que fueran semilleros para la futura universidad. Fortaleció las escuelas primarias, creó secundarias y preparatorias. Una universidad existe con el pueblo, no con las élites, pensó.
Los estudiantes se multiplicaron, y en esa formación académica que se vivió en los setentas está la visión de Javier Espinsa Mandujano. Ya después, en la edad madura, se ha dedicado a la escritura, sus novelas Soledad que viene y Sobre la tierra permiten comprender a su pueblo Jiquipilas que es síntesis del archipiélago de pueblos del sur.
Estos tres protagonistas seguirán andando por los caminos reales porque son parte de nuestra memoria y brújula del sentimiento chiapaneco.

No comments yet.