“Naufragio”, la novela de la vejez y la lucidez, de Óscar Palacios

Leo Naufragio, la obra más reciente de Óscar Palacios (Yajalón, 1942). Él me dice que será su última novela.

         Le respondo que no, que siga escribiendo, aunque sea solo para echar a volar la imaginación en un barquito de papel.

         Confío en que continúe con este ejercicio de la memoria. Es difícil abandonar este pasatiempo, esta diversión de inventar personajes y ambientes.

         Escribir es una terapia formidable, más que un trabajo: es gozo, desfogue, hallazgo, encuentro y sorpresa. Es mirar una película que surge bajo la complicidad de los dedos creadores.

         Por eso creo que el maestro Óscar Palacios, quien cumplió 83 años el pasado 5 de julio, seguirá gestando personajes, tramas y sueños.

         Su vida está consagrada a la imaginación creadora y ha sido fecunda en la novela, en el cuento, en las obras de teatro y hasta en la poesía.

         A menudo recuerdo, su frase memorable: “la vida es un instante enardecido en el cual el hombre vegeta solitario”.

         Esa frase la ha sabido contradecir con su propia existencia, que ha sido enardecida e inolvidable. Tampoco ha sido un solitario, sino un ser solidario, generoso, irónico y divertido.

         Naufragio es la batalla contra la terca vejez: un hombre octogenario, con las facultades físicas disminuidas, observa cómo se desgastan sus horas finales.

         Sobreviven sus recuerdos y su memoria, que algunas veces llega lenta y equivocada, pero que recobra el paso con apoyo de un bastón.

         Naufragio es insomnio, melancolía mezclada con gratitud por una vida que dejó hijos, una mujer amada y un montón de amigos.

         El tema es, desde luego, la última batalla de la vida. Esa que se enfrenta sin posibilidad de victoria ante un capitán que tiene por nombre Vejez, y que viene acompañado de batallones de olvidos, calambres, osteoporosis, fracturas, diabetes, sordera, cataratas, artrosis y cuantos más seres malignos puedan sumarse a su ejército.

         Con una prosa limpia, ante una trama sencilla pero subyugante, avanzamos con el personaje de Naufragio, quien rememora su pasado como rector, investigador académico, abogado litigante, y sobre todo, como hombre que ha disfrutado la amistad y el amor.

         Pero la última batalla debe enfrentarlo solo, como se enfrentan todas las guerras importantes, y más cuando hay que salir al campo contra la vejez. Ahí está, desde luego, la presencia de su ayudante “Martín Lutero”, de sus hijos y de sus nietos, unos gemelos vivarachos.

         No hay desesperanza en esta guerra que hasta el momento nadie ha ganado. Hay más bien gratitud y aceptación cuando se tenga que levantar la bandera blanca ante el pelotón de fusilamiento.

         Naufragio abre cada brevísimo capítulo con una cita sobre la aventura de la vejez. Está García Márquez, Bergman, Leopardi, Buñuel, Yourcenar… un catálogo de combatientes caídos irremediablemente ante esta guerra a los que no todos están llamados a librar. Muchos se han ido demasiado pronto. Otros parecen olvidados en las trincheras. Pero todos, en el anonimato y en silencio, han sido derrotados por el único ejército invencible.

         El personaje de Naufragio, cansado de todas las batallas, espera con valentía y serenidad: “La vejez es el naufragio. Navegamos en rápidos mientras nuestra existencia carga grandeza y miseria, miedos y obsesiones, derrotas y triunfos, los fantasmas de los familiares que parecen resucitar en las fotografías amarillentas, el cosquilleo de lo que pudo haber sido y la vanidad, la máscara de la envidia, los esbozos del odio, el rencor”.

         Pero ese naufragio, comprende al final de su existencia, es también la posibilidad de vivir con alegría, y a eso se avoca, sin pensar mucho en la bomba que pueda estallar pronto en el cobijo de su pecho octogenario.

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