Atardecer en otoño

Cortesía: FOCET
El reloj marcó las cinco de la tarde, Dinorah vio la hora y se dio cuenta que ya tenía que salir por el mandado para ir a comprar los ingredientes que le faltaban para hacer los postres que vendería al día siguiente. Aunque tenía prisa fue caminando a paso normal y de pronto, como normalmente no solía hacer por las rutinas cotidianas, se descubrió contemplando el paisaje de esa tarde.
Agradeció el clima. El calor se había ocultado aún cuando el sol alumbraba con una intensa luz. Corría un ligero viento que hacía la tarde más amena. Asimismo, la temporada de lluvias había dado un bello toque al paisaje que rodeaba a la ciudad. Las montañas resaltaban por el verde intenso y las nubes que decoraban el cielo generaban algunas sombras que las embellecían más.
Continuó su paso, su mirada se siguió recreando con los frondosos árboles de flamboyant que se dejaban ver en los patios de algunas casas. A lo lejos alcanzó a divisar un par de ceibas, eran sus favoritas. Siempre le parecían hermosas, pero ahora tenían un toque distinto. Dinorah recordó que la época de lluvias era una bendición para la naturaleza y también para las personas, siempre y cuando, las lluvias no ocasionaran algunos desastres.
Pensó que la humanidad era en gran medida responsable de tantos desastres naturales. El respeto a la flora, la fauna, la tierra se había ido perdiendo. Mientras esperaba que un semáforo diera el verde alzó la mirada al cielo, contempló una variedad de nubes, justo para hallar en ellas un sinfín de formas.
Cruzó la calle y su mirada se posó en una pequeña jardinera, alrededor de ella había varias palomas muy entretenidas que picoteaban algo en la tierra. Siguió su camino y observó gente yendo y viniendo. En un pequeño parque comenzaban a instalar vendimias. A su memoria vino un par de recuerdos de su adolescencia, en las tardes de verano solía ir con sus primas a la paletería, los sabores favoritos eran de cacahuate, cajeta y coco.
Esa tarde tenía algo en especial, Dinorah lo había percibido y le gustaba la presencia de la naturaleza en los paisajes que rodeaban a su colonia. No era una tarde cualquiera, era un atardecer en otoño que le recordaba que la vida está llena de hermosos colores y era un gran regalo poder reconocerlos y disfrutarlos. Sonrió para sí; en menos de lo que imaginó había llegado a su destino.

No comments yet.