Usar la miseria
Casa de citas/ 766
Usar la miseria
Héctor Cortés Mandujano
Trabajar después de beber, beber después de trabajar,
¡qué hermosa existencia! […]
¡Bendito sea el día que vine al mundo!
Romain Rolland,
en Colas Breugnon
Aunque su prestigio lo labró con otros libros (Juan Cristóbal, en diez tomos, y varias biografías), Romain Rolland (1866-1944), Premio Nobel de Literatura 1913, escribió un magnífico libro popular: Colas Breugnon (Altaya, 1995, con traducción de Juana Bignozi), la divertida historia “de un héroe desenfadado, que no aspira a ninguna grandeza, pero que es profundamente humano y tiene un gran corazón alegre”, como dice la nota de la contraportada.
Colas y otro tan bromista como él enseñaron cantos impíos a un mirlo para fastidiar al cura, éste (p. 43) “creía que habían soltado al diablo en su jardín, lo exorcizaba y de rabia, emboscado detrás del postigo, arcabuceaba al Espíritu maligno. Pero no era tonto del todo. Porque después de matar al diablo, se lo comió”.
Colas es ducho en dichos. Aquí uno (p. 77): “El ojo de la hembra es una telaraña” y le encanta el chisme (p. 98): “Soy hijo de Pandora, me gusta destapar todos los cofres, todas las almas, blancas, mugrientas, grasas, flacas, nobles o bajas, huronear en los corazones, saber qué pasa en ellos, enterarme de los asuntos que no me conciernen, meter mi nariz en todas partes, olfatear, husmear, gustar”.
Un proverbio más (p. 101): “Los hijos son la riqueza de los pobres”.
Otro refrán, de los muchos que cita (p. 107): “El mal se va a pie, pero vuelve a caballo”.
Los hechos relatados no son nada recientes; el personaje asienta (p. 108): “hacia el año 1580 yo tenía la edad de un buey viejo, catorce años”. Le encanta comer y tiene (p. 119): “Apetito de resucitado. ¡Cómo debió de comer Lázaro!”.
Una mujer le reclama y al mismo tiempo lo retrata (p. 121): “Te amaba y tú no me amabas. […] te odiaba por no amarme; y tú, tú no te preocupabas… Tenía tu risa, Colas, tu risa como hoy… ¡Dios mío!, ¡cuánto me has hecho sufrir! Te cubrías con ella como contra la lluvia y yo ya podía llover; jamás lograba mojarte, pillo. ¡Ah, cuánto daño me has hecho!”.
Colas sufre cuando incendian su casa, su carpintería, llora, increpa, impreca. Lo tratan de consolar: “Son pedazos de madera”. Ruge (p. 135): “¿Crees que no me dejaría azotar por uno de esos pedazos de madera que mis dedos han amado? El hombre es nada; lo sagrado es la obra”.
El libro es una sucesión de aventuras de Colas Breugnon, en las que a veces no le va tan bien, pero al final se divierte, tiene presta la risa para aliviar el dolor, para engañar al sufrimiento. Hay un amotinamiento donde la gente del pueblo saca a flote su verdadero rostro (p. 159): “La naturaleza humana había sido sorprendida sin camisa y no era bella”.
A Colas le encanta leer (p. 186): “¡Cómo compadezco a los pobres desheredados que no conocen la voluptuosidad de los libros!” y tal vez por eso hace reflexiones como esta (p. 192): “Buscar el amor en un esposo es tan enloquecedor como recoger agua en un cesto”.
No le gustan sus hijos (p. 196): “Pero si vienen de mí, tienen que haber salido de mí. Pero, por Dios, ¿por dónde entraron? Me palpo: ¿cómo he podido llevar en mi tripa a este predicador, a este santurrón y a este carnero rabioso? Vaya y pase el aventurero. ¡Oh, naturaleza traidora! ¿Estaban en mí? Sí, yo tenía sus gérmenes; reconocía ciertos gestos, maneras de hablar, y hasta pensamientos. Me reencontraba en ellos enmascarado, me asombra la máscara, pero debajo es el mismo hombre. El mismo, uno y múltiple”.
El autor escribe una nota final donde se reconoce como nieto de Colas Breugnon y dice que, entre otros, se alimentó de (p. 209) “los libros de Proverbios galos que son el Evangelio de mi arte poético. Aun considero que hay más sabiduría, espíritu y fantasía en sus pequeños dedos que en todo Arouet, Montaigne y La Fontaine. Aunque amo a estos compadres”.
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Es breve y linda En agosto nos vemos (Diana, 2024), de Gabriel García Márquez, que sus hijos decidieron publicar póstumamente, en contra de la decisión de Márquez, quien les había pedido destruirla.
No es genial ni maravillosa, pero se lee sin tropiezos. Me gustó. Ana Magdalena Bach llega cada agosto a una isla para visitar la tumba de su madre. En la primera vez que nos la presenta el autor, conversa con un hombre a quien conoce por azar (p. 26): “Ella le contó que estaba leyendo Drácula de Stoker. Él lo había leído en el colegio, y seguía impresionado con el episodio del conde que desembarcó en Londres transformado en perro. Ella estuvo de acuerdo, y no entendía por qué Francis Ford Coppola lo había cambiado en su película inolvidable”.
Se acuesta con él. Quiere más (pp. 29-30): “Luego volvió a buscar con los dedos el animal en reposo, y lo encontró desalentado pero vivo. […] Ella lo reconoció con las yemas de los dedos: el tamaño, la forma, el frenillo acezante, el glande de seda, rematado por un dobladillo que parecía cocido con agujas de enfardelar”.
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Me gusta el epígrafe de Ciorán en Confesiones de una sombra (Biblioteca del ISSSTE, 1999), de Humberto Guzmán, su autobiografía más unos cuentos.
Dice Ciorán (p. 9): “Nuestra misión es realizar la mentira que encarnamos: lograr no ser más que una ilusión agotada”.
Me parece muy puntual, también, la cita que hace de Albert Camus (p. 57): “El academicismo de derechas ignora una miseria que el academicismo de izquierda utiliza”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com








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