Nuestra cotidiana polarización  

Imagen: Gaceta UNAM

Aunque el verbo polarizar se aplica a cuestiones relacionadas con la física, también es definido en los diccionarios, como el de la Real Academia Española, a través de la idea de “orientar en dos direcciones contrapuestas”. Ello permite, por supuesto, que se utilice en infinidad de situaciones cotidianas.

Desde la perspectiva de la estructura social la polarización remite a la posible o cierta división entre los miembros de una sociedad, división que puede ser económica, política o aplicada a las opiniones contrapuestas de personas y diferentes grupos de interés. Por lo tanto, la polarización de las sociedades no es una cuestión del presente, sino que se encuentra anclada en la historia. Así, dependiendo del posicionamiento teórico o disciplinar de quien refiera esas divisiones se pueden entender ciertas sociedades como polarizadas, como lo serían las esclavistas, las sociedades estamentales, como las de la Europa medieval y moderna, o las sociedades clasistas si se utiliza una perspectiva marxista. Sociedades marcadas por las diferencias entre los seres humanos y expresadas a través de los desiguales derechos individuales y grupales.

Esa polarización es aplicable, también, a los posicionamientos políticos, tampoco extraños a la historia y que tienen continuidad hasta el presente. Una actualidad en la que no han desaparecido las desigualdades sociales y económicas. De esta forma, la polarización en el campo político se observa en conflictos de distinta intensidad y que se expresan de manera verbal o, incluso, en manifestaciones de carácter violento.

Las últimas décadas han visto el surgimiento de lo que se conoce como nuevas TIC’s -Tecnologías de la Información y la Comunicación-, mismas que han propiciado la aparición de diversas redes sociales a las que se les achaca, en buena medida, la polarización política y de opiniones vivida en el presente. No cabe duda que las formas de confrontación han variado y se han extendido, porque en la actualidad se incrementan con suma facilidad y son inmediatamente expuestas y respondidas. Opiniones que, ni siquiera, siempre ofrecen datos verídicos, aunque poco importe a la hora de demostrar la potencia de una postura y la separación frente a los otros, aquellos convertidos en contrarios.

Si estas nuevas tecnologías han facilitado y acelerado la comunicación, incluso desde una perspectiva transnacional, también hacen que su inmediatez permita responder con facilidad a todo posicionamiento que nos molesta y no compartimos. Tentación en la que hemos caído, seguramente, todos. Sin embargo, en el mundo que nos ha tocado vivir, donde las anheladas igualdad y justicia social parecen quimeras imposibles de lograr, las respuestas hostiles facilitadas por las redes sociales alejan a nuestras sociedades de espacios para el debate y el diálogo.

Es más fácil criticar y confrontarse que apostar por los diálogos destinados a buscar soluciones para los problemas sociales y políticos. La cotidianidad nos ofrece demasiados ejemplos de ello en la vida compartida, y la polarización de las redes sociales parece intensificar esa realidad. Lógicamente, las redes sociales no desaparecerán, ni deberían hacerlo porque atentarían contra la libertad de expresión, aunque sería bueno buscar alternativas para que la simple confrontación logre abrir vías al diálogo entre formas de pensar disímiles. Quimera necesaria en tiempos de discrepancias radicales.

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