Ricardo Cuéllar Valencia, el poeta colombiano que se volvió chiapaneco
Ricardo Antonio Cuéllar Valencia (Calarcá, 10 de septiembre de 1946- Medellín, 19 de noviembre de 2025) admiraba a los alucinados, a los desbordados por la fantasía, desapegados del mundo real y entregados por completo a la creación.
Él mismo era un alucinado, un poeta de tiempo completo, que en sus talleres encaminó a peregrinos de la poesía y la prosa literaria. Fue también un investigador profundo de los vericuetos de la literatura local. Sus libros sobre Rodulfo Figueroa y Armando Duvalier son fundamentales para comprender a estos poetas de la alucinación y el desenfreno creativo local.
Llegó a Chiapas a inicios de los años ochenta huyendo de la violencia que se vivía en su tierra, Colombia. Aquí, en el trópico, encontró y formó a cómplices de la poesía. Se dedicó por muchos años a la docencia en la Facultad de Humanidades de la UNACH, donde lo conocí, y pasamos muchas tardes de plática sobre escritores alucinados.
Conocí varias facetas de su ambivalente personalidad. Me propuso que escribiera yo un libro sobre su vida. Avanzamos con su infancia en Envigado, después en San Roque, aunque él nació en Calarcá, en el departamento de Quindío, en Colombia.
Sus primeros años fueron de trashumancia. De Calarcá a Pijao, de Pijao a Mistrató, Envigado, San Roque, Ciudad Bolívar… todo el mapa colombiano… Medellín, Bogotá, y después, en el Distrito Federal, hasta aterrizar en Tuxtla Gutiérrez donde se quedó a vivir por más de 30 años. Jubilado, vivió en Puebla y, finalmente, en Medellín.
Era una persona solar, también podía ser irritante y hasta colérico, cuando sentía que su mundo, ese que construía con prosa en verso y poesía, estaba en peligro. Se exaltaba: era un quijote que luchaba contra modernos molinos de viento.
Tenía planeado escribir un libro sobre Matías de Córdova. Ojalá lo haya concluido. Su poesía navegante tiene improntas de su tierra y de la nuestra. “Rosa del viento” me la firmó en 2006, pero compendió su obra en “Río ebrio”, el cual me entregó en 2015. De ahí extraigo este poema, titulado “Elogio del vago”:
Soy vago
Desde que me conozco
Me encanta
Gracias a que nunca
Me he perdido
En ningún sentido
Mas si equivocado
Mil y una veces
Yo conocí su parte solar y generosa. Tenía una risa fácil y sabía contar y contagiar sus pasiones literarias, su imperdible Cervantes, a quien dedicó su tesis doctoral, Baudelaire, Blake, Hölderlin, Paz, Lezama Lima, Cardoza y Aragón… También su admiración por nuestros poetas y escritores locales, por Rosario y Sabines, por Quincho, Roberto López Moreno, y Efraín Bartolomé, por todos aquellos capaces de construir un verso perfecto y hacerlos sangrar. A los que formó y quiso: Marvey Altuzar, Blanca Margarita López Alegría, Uvel Vázquez, Gustavo Ruiz Pascacio, Mario Nandayapa, Derly Recinos, Israel González, Luciano Villarreal y Sergio Stahl.
El libro aquel que planeamos están solo las páginas iniciales. Aquí dejo solo los primeros párrafos. Está su voz y sus recuerdos:
“Hablemos de tu infancia, le dije, de tu encuentro con la poesía, con las palabras, con tus obsesiones, miedos, fantasmas y sueños y alegrías”.
“Mira mi apreciado Sarelly. Las improntas de la infancia son las decisivas para el resto de la vida de un ser humano. Mi infancia tuvo un destino muy singular dado que está marcada por la diáspora. Nací en Calarcá; me bautizaron en Pijáo, aprendí a caminar en Mistrató, entré al kínder en Envigado.
“Allí, en Envigado, también cursé primero de primaria y la maestra que pretendió enseñarme a leer me golpeaba por no poder pronunciar bien las palabras del libro La alegría de leer. Me jalaba las orejas, me pegaba en la cabeza, me gritaba. Aprender a leer fue una verdadera tortura. Mi maestro de literatura en bachillerato, Luis Cano Espinosa, el leer mis informes me decía que no era posible entender mi pésima ortografía siendo yo yo un buen lector. Cuando le conté mi aprendizaje torturante con aquella maestra, cuyo nombre no recuerdo, simplemente me dijo: ya entiendo tus errores ortográficos. No te preocupes. Simplemente corrígelos en una segunda lectura. Así fue y es, hasta el día de hoy”.
Con Ricardo Antonio Cuéllar Valencia se ha marchado un gran poeta, periodista cultural, tallerista, un conocedor y admirador de los creadores nuestros, destello y energía en la palabra, que hará falta siempre en el diálogo literario.







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