Simpatía por Caín
Casa de citas/ 769
Simpatía por Caín
Héctor Cortés Mandujano
Del primer libro suyo que me encontré, hasta éste, Gimpel, el tonto (Debolsillo, 2018, con traducción de Adolfo Martin), he disfrutado con la escritura y el talento de Isaac Bashevis Singer. Me gusta mucho.
En varios de los cuentos de este volumen aparece, a veces como protagonista o narrador, uno de tantos o el mero diablo. En “El mataesposas. Cuento popular” dice el narrador (p. 66): “En alguna parte está escrito que todo hombre va seguido de demonios, mil por la izquierda y diez mil por la derecha”.
En “Del diario de un no nacido” leemos (p. 150): “Yo, el autor de estas líneas, fui bendecido por una buena suerte que sólo sobreviene a uno entre diez mil: no nací. Mi padre, un estudiante de yeshivá, pecó como Onán, y yo fui creado de su simiente, medio espíritu, medio demonio, medio aire, medio sombra, cornudo como un macho cabrío y alado como un murciélago, con la inteligencia de un colegial y el corazón de un bandido. Soy y no soy”.
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Olga Harmony ha ejercido la crítica teatral desde hace muchísimo. David Olguin la entrevista para crear juntos Memorias. Olga Harmony (Arte y Escena Ediciones y otros, 2006). Le apasiona leer y escribir, dice (p. 20): “Eso debería ser el destino de todos. La felicidad de poder escribir y leer”.
En la universidad coincidió con, entre otros, Jaime Sabines (p. 31): “Era un hombre precioso, un árabe de ojos verdes, bellísimo, a mí me encantaba. Yo quería hablar con él a como diera lugar”.
Harmony escribió algunas obras de teatro y una novela. Dejó de escribir cualquier otra cosa y sólo se dedicó a la crítica (p. 198): “Así como ya no me enamoré, ya no volví a escribir, qué quieren que les diga. Estas son las memorias de una apasionada del teatro. Escribir mi crítica, ver y pensar el teatro es mi única pasión”.
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Raúl Zurita (1950) es uno de los poetas más famosos y justamente célebres de Chile. Uno de sus libros celebérrimos es INRI (FCE, 2003), que leo ahora. No son poemas “lindos”, sino terribles: habla de muertes, desapariciones, matanzas, con un lenguaje que expande su sentido (p. 22): “Llueven carnadas con ángeles sin boca, con partituras que no pudieron oírse, con sombras sin sonido que se besan. Llueven, se derrumban asombrosas cosechas de asombrosos árboles que caen quemándose sobre las olas”.
Los poemas de Zurita nombran a personas (que pueden ser reales o no) muertas, torturadas, que parecen cercanas, queridas. Y tal vez lo son, lo fueron, porque han desaparecido y asesinado a tantos (p. 33): “Escucho el sonido de las margaritas al doblarse. Susana es una amiga bajo el campo negro de margaritas blancas. […] Las estrellas no emiten sonido alguno, los tallos de las margaritas gritan y los oigo”.
Una particularidad del libro es que tiene dos páginas en braille (no es un asunto menor que un escritor piense en quienes leen con las manos). Uno de los versos es este, que es el inicio de un poema (p. 82): “Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos buscan las tuyas porque si yo te amo y tú me amas tal vez no todo esté perdido”. Y sigue: “Si yo te toco y tú me tocas tal vez no todo esté perdido y, todavía, podamos adivinar algo del amor”.
Los poemas se entretienen poco en el amor y vuelven a la desgracia (p. 125): “Se recuerda entonces toda una nevada de nombres, Paulina, Mireya, Viviana: ¿han visto a Susana? ¿Han visto a Bruno?”.
El epílogo no deja dudas sobre el tema central de INRI (p. 143): “Cientos de cuerpos fueron arrojados sobre las montañas, lagos y mar de Chile. Un sueño quizás soñó que habían unas flores, que habían unas rompientes, un océano subiéndolos salvos desde sus tumbas en los paisajes. No. Están muertos”.
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Me lo encontré en un restaurante Candilejas, donde también venden libros. Estaba baratísimo y lo compré: Diario de Lecumberri (Círculo de lectores, 1975), seguido de La mansión de Araucaíma, del gran Álvaro Mutis.
La primera parte es lo que dice: un diario que escribió Mutis mientras cumplía una condena en la cárcel. Habla de personajes que conoció allí (p. 20): “Se llamaba Abel, nombre que le venía admirablemente y que me aclaró el porqué de esa universal simpatía que despierta Caín”.
“Palitos” ha muerto y Mutis describe sus pertenencias personales (p. 27): “una jeringa hipodérmica remendada con cáñamo y cera, una pequeña navaja, un retrato de Aceves Mejía con una dedicatoria impresa, un lápiz despuntado y una arrugada cajetilla de cigarrillos, casi vacía”.
Se alcanza la libertad, muriéndose (p. 33): “Al tobillo le habían amarrado una etiqueta, como esas que ponen a los bolsos y carteras de mano de los viajeros de avión, en la cual estaba escrito a máquina: ‘Antonio Carbajal, o Pedro Moreno, o Manuel Cárdenas, alias: ‘Palitos’. Edad 22 años”. Y debajo, en letras rojas subrayadas: ‘Libre por defunción’ ”.
En la segunda parte, una colección de cuentos. Escribe en “La muerte del estratega” (p. 155): “Un último flechazo lo clavó en la tierra atravesándole el corazón. Para entonces, ya era presa de esa desordenada alegría, tan esquiva, de quien se sabe dueño del ilusorio vacío de la muerte”.
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En El sefardí romántico (Debolsillo, 2003), Angelina Muñiz-Huberman cita el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán (p. 50): “No se espere mejor tiempo ni se piense que lo fue el pasado. Todo ha sido, es y será una misma cosa. El primer padre fue alevoso; la primera madre, mentirosa; el primer hijo, ladrón y fratricida”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com








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