¿Tanto vale la compañía de otros borrachos?

Casa de citas/ 768

¿Tanto vale la compañía de otros borrachos?

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo tres novelas al hilo, en cuyas tramas hay muertes y desgracias, sin que falte el buen humor: La boda del poeta, de Antonio Skármeta, La mujer que buceó dentro del corazón del mundo, de Sabina Berman y Mis mujeres muertas, de Guillermo Fadanelli.

 

La boda del poeta (Plaza & Janés, 1999), de Antonio Skármeta, propone desde el título una posible confusión: el austriaco Jerónimo Frank, millonario, es llamado poeta por el padre, quien no lo ve como él: negociante. Poeta es su vocablo de desprecio a los soñadores. Se casará Jerónimo, y ello desatará la tragedia, con la bellísima Alia Emar, quien tal vez esté enamorada del poeta y loco Esteban Coppeta. La nómina de personajes en esta novela es extensa y los hechos malhadados son frecuentes. Pero hay buen humor.

Esteban escribe anónimamente un poema a Alia, sobre su inminente matrimonio, y su prometido, Jerónimo, analiza los versos (p. 55): “Antes de dejarse alarmar por esos versos de rapiña, verificó los datos que lo ayudaran a la pesquisa: el creador de esa magra materia no hacía gala sino de dos atributos, a saber, que era joven (léase ‘efebo’) y que tenía ojos azules (lloraría ‘cobalto’ en el bosque)”.

Jerónimo platica con el sacerdote y le informa de algo sobre el teatro (p. 128): “En teatro se llama Gegenbesetzung al acto mediante el cual se llena un papel con un tipo moral y físico que no corresponde al personaje. Por ejemplo, elegir para el papel de Jesucristo a alguien que es rojo, maneja una horqueta, tiene cachos, huele a azufre y escupe dragones por los hoyos de la nariz”.

Ilustración: Luis Daniel Pulido

Jerónimo conversa con quien va a filmar su boda y cita a Edison (p. 156): “No es que haya fracasado, sino que he encontrado cien mil soluciones que no funcionan”.

El narrador cita a Sigmund Freud (p. 180): “Somos los sucesores de un número interminable de asesinos. Llevamos las ansias de matar en la sangre. Sólo mediante la guerra dejamos caer las máscaras culturales y permitimos que las bestias primitivas muestren sus rostros”.

 

La mujer que buceó dentro del corazón del mundo (Planeta, 2010), de Sabina Berman, cuenta la vida de Karen Nieto, una niña autista quien gracias a su tía desarrolla su inteligencia y la aplica a un negocio (venta de latas de atún) que va cambiando conforme aprende a ver la vida desde otro punto de vista. La novela es muy interesante, divertida y profunda porque quien nos narra la historia es Karen.

Escribe Karen “Okey” y luego asienta (p. 132): “Me gusta mucho ese término: Okey. Viene de la guerra civil estadounidense, en el siglo 19. Los generales lo escribían en sus reportes de novedades de guerra cuando nadie en esa jornada había muerto.

Zero killed = O Killed = OK = okey.”

 

Mis mujeres muertas (Grijalvo, 2012), de Guillermo Fadanelli, tiene como personaje central a Domingo, un borracho, buen lector e irresponsable en todo lo demás. El “enorme” compromiso que pesa sobre sus espaldas y que da para que trascurra la novela es llevar la lápida a su madre muerta (Sara Mancini); también ha muerto su mujer (Sara K.), a esas muertas se refiere el título, y eso lo ha vuelto tantito peor con el consumo de alcohol.

Platica con frecuencia con el tendero y éste, en una ocasión, lo ayuda a llegar a su departamento. Domingo le cuenta (p. 122): «Cuando Tomás Moro subió al patíbulo le pidió al verdugo que lo ayudara a subir; ¿usted sabía eso? Ayúdeme a subir, que para bajar yo me las arreglaré, dijo algo así…”.

Su mujer toleraba muy bien su afición a la bebida, pero no le gustaban las cantinas. Le dijo (p. 163): “No repruebo la manera en que los hombres se divierten y pasan el tiempo, ya nada me asombra, pero venir a encerrarse en esta bodega donde te cobran diez veces más que si consumieras lo mismo en casa. Es ridículo, ¿por qué nadie cuestiona eso? ¿Tanto vale la compañía de otros borrachos? Compremos una botella y vamos a beberla en el campo. […] Mira, no sé si lo has pensado, pero beber rodeado de esta gente mata el espíritu, te vuelve un ser común y corriente, como si fueras el extra de una película; lo comprendería si en vez de personas fueran puerco espines, eso tiene sentido; si te caes las espinas te perforan y te chingan, si haces un movimiento en vano puedes pincharte y así por lo menos te mantienes despierto, ¿pero aquí?”.

 

***

 

Leo fascinado La casa de la tribu (FCE y otros, 1989), de Sergio Pitol, una recopilación de sus geniales entrecruzamientos de géneros (ensayo, crónica, biografía), donde sabemos de sus viajes, sus lecturas, su vida.

En uno de sus textos habla de Dos pájaros a nado, de Flann O’Obrien (“El infierno circular de Flann O’Brien”); en una de sus hebras se cuenta, dice Pitol (p. 121), “la antigua leyenda medieval del rey Sweeney, a quien Dios castigó con la locura y, ¡cómo si fuera poco!, con la inmortalidad, por haber atentado contra la vida de un piadoso clérigo, y que en los viejos cánticos gaélicos aparece convertido en un triste pajarraco que salta de un árbol a otro”.

Cita (en “Hasta que llegó Ibargüengoitia…”) a Bajtin sobre la risa (p. 180): “Nadie se ríe en la iglesia, en el palacio, en la guerra, ante el jefe de la oficina, mucho menos ante el comisario de la policía o el administrador alemán. Los sirvientes no se atreven a reír ante el amo. Sólo los de igual condición se ríen entre sí”. (No recuerdo si este libro lo aclara o no, pero los rusos llaman alemán a cualquier extranjero, aunque no sea de Alemania.)

Escribe Pitol, en “Un puñado de citas para llegar a Tabucchi” (p. 193): “Tolstoi reflexiona al escribir Ana Karenina que una trama para cumplir su total intensidad narrativa, tiene que ir acompañada de una acción paralela, cuya semejanza o disparidad, potencia o distorsiona la acción central”.

En “Andrzej Kusniewicz: el derrumbe habsbúrguico” cita un texto de Kusniewicz sobre Rilke (pp. 211-212): “En esa época leía yo Los cuadernos de Malte Laurids Brigge de Rilke. ¿Era de verdad consciente el autor de lo que escribía? Lo dudo. Descendió al infierno y sacó de allí apenas un miserable fragmento del conocimiento del verdadero abismo. Sin embargo, lo que gracias a él pudimos conocer, es suficiente para sentir el gusto de lo inexplicable”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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