Esa recóndita sencillez de lo simultáneo
Casa de citas/ 772
Esa recóndita sencillez de lo simultáneo
Héctor Cortés Mandujano
Leo Pauline. Lavinia (RBA Coleccionables, 2020), de George Sand. Las breves novelas son ya clásicas y agregan además, en mi edición, “La marquesa”. Hallé en cada cual una línea que compartir contigo lector, lectora.
Se escribe en “Pauline” un dicho que ya ha perdido sentido, creo, pero que me gustó. Lo dice una ciega analizando la mano de una mujer (p. 23): “por la pata se reconoce siempre a la liebre”; en “Lavinia” un hombre ve de nuevo a la mujer que estuvo enamorada de él y sufre al percibir su actual indiferencia. Dice la narradora, después de anotar lo dicho (p. 141): “¡Hay tanta vanidad en el corazón de un hombre!”; en “La marquesa” dice una contertulia de la protagonista (p. 196): “No sé quién ha podido decir que el corazón de una mujer no tiene arruga”.
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En Sálvese quien pueda (Joaquín Mortiz, 1975), de Jorge Ibargüengoitia, una compilación de sus textos, hay otro refrán que me encantó (p. 18): “El diablo sabe a quién se le aparece”.
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Las figuras de Julio Cortázar (Editorial Aldus, 2002), de Daniel González Dueñas, es un ensayo, o una colección de ensayos, sobre una forma literaria, las figuras, que Cortázar usaba en muchos de sus libros.
Cita González Dueñas líneas de Rayuela, la más paradigmática de las novelas de Cortázar. Habla el narrador de Horacio Oliveira (p. 85): “¿De qué podía decidir algo, con plena conciencia de hacerlo libremente si para un punto de vista futuro su elección sería casi seguramente una fatalidad?”.
En 1983, dice Daniel (p. 87), “Cortázar relata a Omar Prego el origen de la situación que determinará su obra […] ‘desde pequeño tuve una especie de noción triangular de lo que luego llamaría figura’ ”. La explica en esa misma página: “Yo sentía que cuando se producía un elemento A, seguido de un elemento B –que era lo que la gente llamaría una coincidencia o una casualidad– había un tercer elemento C, que podía no ser un elemento comprensible, pero de todas maneras yo sentía que el triángulo, que la figura, se cerraba”.
Me pareció raro que el ensayista citara a Jaime Sabines para explicar lo simultáneo, también búsqueda de Cortázar. Dice Sabines (p. 92): “¡Si con sólo decir ‘madera’, entendieras tú que florezco; si con decir calle, o con tocar la pata de la cama, supieras que me muero! No enumerar, ni descifrar. Alcanzar la vida en esa recóndita sencillez de lo simultáneo”.
Cita también a William Blake en la búsqueda de cúspides de la ambición humana (p. 168): “El universo en un grano de arena y la eternidad en una hora”.
Cortázar de nuevo, con sus propias palabras (p. 188): “Creo que desde muy pequeño, mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. No me bastaba que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra ‘madre’ era la palabra ‘madre’ y ahí acababa todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba”.
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Huasipungo (Planeta-Agostini, 1985), de Jorge Icaza, es un clásico de la llamada literatura indigenista. En el vocabulario que trae al final mi ejemplar dice que huasipungo es la (p. 187) “parcela de tierra que otorga el dueño de la hacienda a la familia india por parte de su trabajo diario”.
La novela explora la explotación de los ricos a los pobres, la injusticia, la pobreza, el hambre y, al final, la rebelión y la matanza.
Pregunta el patrón (“el amo” es llamado en la novela) a uno de los cholos (p. 19): “¿y cómo te va?”; la respuesta es terrible y linda: “Sin querer morir”.
Muere una vaca y el amo ordena al capataz que vaya con varios indios a enterrarla. No quiere que prueben la carne, porque cree que eso podría traerle problemas. Los indios tratan de robar carne, mientras hacen el entierro, pero son obligados a dejar los trozos que ya se habían escondido entre las ropas. La carne apesta. Sin ponerse de acuerdo, varios indios deciden desenterrar la vaca, ya echada a perder, y la llevan a sus miserables chozas para comerla (p. 142): “Devoraron si percibir el mal olor y la suave babosidad de la carne corrompida. El hambre saltaba voraz sobre los detalles”.
La muerte de Cunshi, la mujer de Andrés, seres intrascendentes para el cura (otro villano total de esas tierras) y el amo, desata la rebelión, que los militares, al servicio de los poderosos, calmarán a sangre y fuego. Lo de siempre, pues.
Hay que leer Huasipungo.
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La colección de filosofía que leo, tiene largos subtítulos. Leo ahora Schopenhauer. El reconocimiento de lo irracional como la fuerza dominante del universo (RBA Coleccionables, 2019), de Luis Fernando Moreno Claros.
Schopenhauer es un filósofo a quien he leído totalmente o casi. Este ensayo me recordó varias ideas, en especial una de su libro más célebre: El mundo como voluntad y representación (p. 138): “Schopenhauer argumentaba que el ‘foco’ o el núcleo explícito de la voluntad de vivir, expresado en los seres vivos, se concentra en los genitales, en el aparato reproductor. Los genitales encarnan el impulso irrefrenable de la voluntad a perpetuarse; en oposición a dicho núcleo se sitúa el cerebro, el polo contrario de los genitales, que representa ‘el otro lado del mundo’, el mundo como representación».
Me encantan los dichos, los refranes, en especial aquellos que no son tan populares. Aquí hay uno que hace referencia a monstruos de la mitología griega y se refiere al dolor y al aburrimiento, este vaivén de la vida, en palabras del autor, que parece situado (p. 96) “entre Escila y Caribdis”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com








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