La casa donde pesa la confesión del poeta César Trujillo

La casa que fuimos, de César Trujillo (Yajalón, 1979) es una poética de la confesión. El poeta no sabe mentir, sabe confesarse. Su dolor es realmente el que de verdad siente, sin afán de complacer a Pessoa.

            La casa es cobijo, patio y plaza; eje estructurante y motivo literario; morada de palabras, ritmo y respiración, techos de lámina y árbol de frutos amargos:

Del árbol de la casa se colgó mi hermano

Nuestro llanto fue el pabilo negro de las velas blancas.

Mi madre, con el pálido rostro de niña y los cabellos marchitos,

enfundada en sus ojeras,

señaló la dirección de la partida.

            Su voz brevísima, fija y perfora. Es obsidiana y flecha, arco tensado contra del tiempo, como es toda poesía verdadera. Salitre y pedernal que taladra la piedra suave del corazón:

Cuando el hombre olvidó su origen,

los cielos dejaron de llorar.

(…)

Solo la sal de del llanto rebotó en la roca

y el corazón del agua despertó:

sacudió la luz de una semilla que extendió sus alas desde dentro

para pintar de verde el horizonte.

            La casa que fuimos es un lecho de palabras, donde su autor oficia desde el púlpito y el confesionario público, cuyo tema es la familia: la madre que construye ventanas al cielo, el padre que cabalga la palabra y el desvelo, el hermano que vuela en las alas de los adioses y el recuerdo, y el abuelo que diseña la casa incendiada de los sueños.

            Lo que debe pesar el cuerpo del hermano colgado en la memoria. Lo que pesa la eternidad y el desconsuelo. Porque la soledad y el vacío pesan como el alma, como la noche y el cielo de sangre y amargura.

            El hermano muerto está en todas las presencias; presente en todas las ausencias, en todas las casas habitadas de la memoria.

La sal del llanto traspasó la piedra.

El agua estiró los brazos.

            La casa que fuimos, de andamiaje bello y perfecto, es arte que viene de la vigilia. Es el trabajo paciente de sostener el mundo con palabras; un canto onírico hecho de restos de desvelos y noches incendiadas.

Es la danza de un cuerpo guindado desde un árbol

lo que pesa del tiempo:

pensar en nuestra casa,

las paredes donde la lluvia

es un borbotón de ojos en plena madrugada.

            La casa construida, habitada y abandonada es cobijo y prisión de la memoria, una luz opaca del recuerdo, con su cocina de palabras y sus habitaciones iluminadas con velas y chispazos del recuerdo.

            Alguien, solo el poeta, puede derribar y construir su propia casa. Una realidad de sombras y pesadillas. Espacios del poeta que se confiesa, sueña y pasea en las habitaciones interiores tan anchas como el mundo del peso de la confesión y la memoria.

Trujillo, César (2021). La casa que fuimos. Universidad Autónoma de Chiapas-Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

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