Un país que no conoce el amor

Casa de citas/ 773

Un país que no conoce el amor

Héctor Cortés Mandujano

 

Compré una compilación de libros de Albert Camus (Obras maestras, Editores Mexicanos Unidos, 2017), que reúne novelas ya leídas y releídas (“El extranjero”, “La peste” y “La caída”), con dos obras de teatro (“Calígula” y “Los justos”), un cuento (“El huésped”), un libro de filosofía (“El mito de Sísifo”), un “Diario de viajes” y varias “Crónicas argelinas”.

Camus se mueve como un maestro en cada uno de los géneros de esta colección. No sólo es un escritor, sino un pensador y un humanista, y brilla en cada uno de sus poliédricos talentos. “Calígula” se vuelve en sus manos un sádico reflexivo, un hombre entregado a la violencia, pero también al ejercicio de pensar; dice de la soledad (pp. 34-35): “Y junto a las mujeres que acaricio, cuando la noche se cierra sobre nosotros y, lejos por fin de mi carne satisfecha, creo asir un poco de mí mismo entre la vida y la muerte, mi soledad entera se llena del agrio olor del placer en las axilas de la mujer que aún naufraga a mi lado”.

Ilustración: HCM

También habla Calígula de los artistas (p. 51): “Los otros crean por falta de poder. Yo no necesito una obra: yo vivo”.

Como para todos los demás Calígula resulta cruel (mata y tortura), Cesonia le dice que (p. 54) “la dicha es generosa. No vive de destrucciones”. Calígula le responde, entre otras cosas (p. 55): “Es habitual la creencia de que un hombre sufre porque la persona a quien amaba muere un día. Pero su verdadero sufrimiento es menos fútil: es advertir que tampoco la pena dura. Hasta el dolor carece de sentido”.

 

El universo del gato

no es el universo del oso hormiguero

Albert Camus,

en El mito de Sísifo

 

“El mito de Sísifo” tiene como tema central el suicidio (un asunto que, por cierto, aparece en sus diarios constantemente). Y abre sin más con el tema (p. 299): “No existe más que un problema filosófico serio en verdad: el suicidio. Decidir si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder la cuestión esencial de la filosofía”.

Sigue (pp. 300-301): “Matarse, en cierta forma, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se le comprende”. Cita a Chestov (p. 316): “¿Para qué necesitaríamos a Dios? No se vuelve uno hacia Dios sino para obtener lo imposible. Para lo posible, se bastan los hombres”.

Los innumerables instantes, las muchas cosas que tocan nuestra existencia pueden explicarnos algunos misterios (p. 321): “Desde el viento de la tarde hasta esta mano que se apoya en mi hombro, cada cosa tiene su verdad”.

Cita también a Husserl (p. 322): “Lo que es verdad es verdad absolutamente, en sí; la verdad es una, idéntica a sí misma, cualesquiera que sean los seres que la perciban, hombres, monstruos, ángeles o dioses”.

La vida ha cambiado de sentido, dice (p. 326): “Anteriormente se trataba de saber si la vida debía tener un sentido para vivirla. Ahora, parece, por el contrario, que se la vivirá tanto mejor si no tiene sentido”. Y una de sus conclusiones es (p. 327): “El suicidio es un desconocimiento”.

Cita un fragmento de un suicida inventado por Dostoievski en Diario de un escritor (p. 352): “En mi calidad indiscutible de demandante y demandado, de juez y de acusado, condeno a esta naturaleza que, con una desenvoltura tan imprudente, me ha hecho nacer para sufrir: la condeno a que sea aniquilada conmigo”.

 

La obra de teatro “Los justos” está centrada en un grupo de terroristas, que se han puesto de acuerdo para matar al gran duque. Dora, la única mujer del grupo, dice a Yanek, uno de sus  compañeros (p. 391): “Hay demasiada sangre, demasiada violencia. Los que aman de verdad a la justicia no tienen derecho al amor. Están erguidos como lo estoy yo, con la cabeza alta, con los ojos fijos. ¿Qué pinta el amor en esos corazones orgullosos? El amor curva dulcemente las cabezas, Yanek. Nosotros tenemos la nuca rígida”.

Kaliayev cuenta a Foka la leyenda de san Demetrio (p. 397): “Tenía cita en la estepa con el mismo Dios, y allá iba de prisa cuando encontró a un campesino con el carro atascado. Entonces san Demetrio lo ayudó. El barro era espeso, el bache profundo. Hubo que luchar durante una hora. Y al terminar, san Demetrio corrió a la cita, pero Dios ya no estaba”.

 

Sus “Diarios de viaje” corresponden al que hizo a Estados Unidos en 1946 y a América del Sur en 1949; ya era el importante escritor que fue, pero todavía siente que no ha logrado lo que quiere (p. 488): “He dominado dos o tres cosas en mí. Pero qué lejos estoy de esa superioridad que tanto necesito”.

Un gringo le dice (p. 483): “La vida me parece cada vez más bella a medida que envejezco; pero vivir, cada vez más difícil. No espere nada de América. ¿Somos un fin o un principio? Creo que somos un fin. Es un país que no conoce el amor”.

En Brasil tiene que soportar a varios admiradores y se aburre, se enoja (p. 499): “Chamfort tiene razón: cuando queremos gustar en sociedad, debemos resignarnos y permitir que nos cuenten muchas cosas que ya sabemos unas personas que las ignoran”.

Escribe (p. 514): “Vivir es hacer daño, a los demás y a uno mismo a través de los demás. ¡Tierra cruel! ¿Cómo hacer para no tocar nada?”. Al suicidio se refiere en varias ocasiones (p. 515): “Lo que sí me pareció muy claro ayer, y por fin, es que deseaba morir”.

En Brasil pasa por una calle de prostitutas (p. 516): “Están detrás de unas puertas de laminillas, grandes persianas que permiten vislumbrarlas, y son, en su mayoría, encantadoras. Se discute el precio a través de las persianas pintadas de todos los colores: verdes, rojas, amarillas, azul cielo. Son como pájaros en jaula”.

También son frecuentes sus depresiones (pp. 522-523): “Obligado a confesarme que, por primera vez en mi vida, estoy en plena debacle psicológica. […] Es el infierno, en cierto modo, esta depresión. Si la gente de aquí me recibe se diera cuenta del esfuerzo que hago para parecer normal, tratarían por lo menos de sonreír”.

 

Sus “Crónicas argelinas 1939-1958” son un alegato en contra de la discriminación, la guerra, el exterminio del hombre por el hombre.

Escribe (p. 585): “Argelia no es Francia, no es no siquiera Argelia, es esa tierra ignorada, perdida a lo lejos, con sus indígenas incomprensibles, sus soldados molestos y sus franceses exóticos, en medio de una bruma de sangre”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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