Bad bunny

Bad Bunny
Foto: Twitter
A minutos de salir noticia de la aparición del reguetonero Bad Bunny en el Super Bowl, las redes sociales se incendiaron. La amplia mayoría exclamando furia y venganza ante una ofensa de esa magnitud. En esa primera hora, no se escatimaron adjetivos ni epítetos, tampoco de sendas consignas a las respetables progenitoras, no sólo del artista en cuestión, sino de los organizadores del evento deportivo más visto del año.
Serenar los ánimos de los amigos del barrio, fue más duro. Trogloditas del deporte y desde hace 46 años consagrados a la NFL (la liga profesional de futbol americano) casi arengaban a las masas a encender gigantescas hogueras para sacrificar a los responsables.
Otro agravante no menor -al contrario, recontra peor- es que esta horda también es roquera. Entonces, en riguroso estatus de calidad y ética musical, y de los referentes más acuciosos de las armonías y melodías sofisticadamente construidas a través del tiempo, Bad Bunny es una gran porquería. O sea, una mierda que osó decir sí a un espacio que no le correspondía.
Aparentemente…
Con cabeza fría y después de soltar guturalmente los sentimientos, veamos por partes.
El Súper Bowl siempre ha sido un evento mediático, quizá el más de todos. ¿Por qué no invitar al cantante pop más visto y solicitado, por millones, de las redes sociales? Tiene ese record no solo de estos últimos años, sino de toda la historia. Es dinero puro, ganancia total en un juego donde el show es la parte más importante de la mayoría de los 130 millones de televidentes que no ven el juego, pero sí el “espectáculo de medio tiempo”. Es lógica de dinero, mercado y audiencia. Punto.
¿Canta el conejo ese? No. Obviamente no. ¿Pero, importa eso a los cientos de millones que cantan y bajan su música en todas las plataformas musicales? Nos mandan al diablo. O sea: no es por calidad musical quién se presente ahí. Sino por fama mediática y mercantilizada. Ya sé, Michael Jackson, el Rey del Pop, es infinitamente superior al portorriqueño, también Madonna apareció ahí. Hay niveles, pues. Pero también ha habido participaciones de calidad dudosa. La calidad musical existe, siempre y cuando haya consenso hegemónico y contrahegemónico de quién valide tales atributos. No me gusta el reguetón ni Bad Bunny, pero eso es una apreciación personal, no colectiva. O si lo es, no repercute mucho en los consumos de esta música alrededor del mundo. Así que, empate técnico para el Súper Bowl: contrata artistas buenos y malos, forma parte de su estructura de show bussines, en donde lo que importa es el impacto que pueda tener en el público.
Muchos de nosotros quisimos ver, siempre, a bandas de rock consagradas dentro de uno de los deportes más populares de la clase media mexicana, el futbol americano. Existía la idea de que, a mayor educación, mejor consumo musical. Y el rock lo fue desde tiempo atrás, pero ya no. Si cabe la premisa, también el rock se convirtió en parte del mainstream, o mejor dicho, dejó de ser la referencia como música de masas. Es verdad que grandes –grandísimos- grupos han tocado: Rolling Stones, Paul McCartney, The Who, ZZ Top, Sting, U2, Tom Petty, por supuesto, el Boss Bruce Springsteen, Aerosmith, Lenny Kravitz, Prince, Red Hot Chilli Peppers, The Blues Brothers, etc., pero eso no lo hace un acontecimiento roquero. De hecho, han sido minoría en la historia de los show-time del Súper Bowl. ¿Quién ha dicho que éste es el mundo ideal para el rock? Así que no es de extrañarse que el reguetón, una de las músicas más consumidas en el planeta, sea protagonista en el “súper domingo. Nos guste o no.
¿Bad Bunny es activista social? Desde luego que no. ¿Debe serlo? No, pero si lo fuera me alegraría mucho. En el contexto de la “cacería” tipo fascista de migrantes latinos en Estados Unidos, su presencia no es menor: un cantante latinoamericano, que cantará en español, quien últimamente ha hecho gestos artísticos de músico comprometido con la causa latinoamericana y migrante en Estados Unidos, en medio de los discursos de odio de un presidente yanqui dispuesto a borrar todo indicio de la cultura latina de su país, en el programa televisado más visto del año, la verdad, no es menor. El morbo mediático es saber qué ofrece el boricua ante, quizá, su presentación más polémica de su carrera y, tal vez, la más trascendental políticamente hablando.
Si Donald Trump acaba de declarar que no conoce a Bad Bunny y que es “absolutamente ridículo” que haya sido invitado, habla de su ardor e inmenso coraje. Si quien gobierna la nación más fuerte del mundo, declara con despecho y enfado por la presencia de un cantante latino, es que vamos por buen camino: “si los perros ladran, es señal de que cabalgamos”.
Bienvenido señor Bunny, ojalá haga ponerse más rojo a este demente líder político.

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