El Kiss y Ace Frehley

José Luis Gómez Pérez
Foto: Sarelly Martínez
Para José Luis, el Kiss
In memoriam
José Luis Gómez Pérez, el Kiss, falleció el 23 de septiembre. Lo conocí en le preparatoria, en el COBACH 1, quizá Carlos Mario, el gran master de todos, me lo presentó, pero no lo tengo tan claro. La certeza siempre fue que éramos aficionados al rock.
El contexto de esto es el siguiente: en esa época el rock era, literalmente, satanizado, una palabra que reflejaba todo lo peor de la condena moral de una ciudad, Tuxtla, que avanzaba en sus intentos de “modernización”, según las políticas públicas de los gobiernos en turno. Tuxtla siempre fue un rancho grande, pero los políticos nunca lo entendieron así. Menos la gente que, creyéndose en esa idea de “moderno” igual a “fresa” o “bonito”, o “bien-educado” o “bien portado”, siempre quisieron imponer su marca, su seña de identidad.
Obviamente, el rock no tenía que ver en ese ambiente social conservador.
Pero José Luis decidió desobedecer tal consigna moraloide: se puso estoperoles, anillos, chamarra de cuero, y se dejó el cabello largo. Y así andaba en la prepa. Se convirtió en un personaje entrañable, para bien o para mal en esa época. Porque había quienes lo veíamos como alguien que rompía las reglas, y la otra parte, la condena social de quien no se alienaba al canon de lo considerado “normal”. Por eso, Che Luis fue grande, un grande contracultural, que se aventó el tiro de decir NO, en un tiempo donde salirte de la regla del rancho significaba ser estigmatizado por siempre (los que nos gustaba el rock, esa historia nos la sabemos completa).
El Kiss, nuestro Kiss, lo sabía y lo supo afrontar. Pero, ojo, hubo más agravantes: José Luis no era güero, ni rubio exuberante, ni evidente criollo ojo-verde; por el contrario, era moreno y de rasgos indígenas, lo que hizo de su ecuación generacional y de consumo musical una poderosa consigna a contracorriente. Por eso, insisto, fue un súper gigante. Fue monumental su aporte al universo del arte y música siendo crítico de todo. Roquero, en toda la extensión de la palabra.
Él supo siempre lo que quería catapultar con ese performance suyo, porque fui testigo de las afrentas, lo qué comentaban sobre él, lo naco que se veía, un advenedizo en una prepa donde l@s estudiantes, clase media “bondadosa” y persignada, podían decidir sobre las conciencias de las personas. Como si eso exorcizara la culpa de pertenecer a un puto rancho olvidado por el centro del país, y en ese tiempo mucho más semejante a un mundo rural de vacas y caballos.
Por eso siempre lo admiré. Desde el rock, el Kiss predicó esto. Lo hizo enorme. Un personaje que, tiempo después, gracias a su gestión, el rock de Tuxtla y de Chiapas, fuese observado a niveles nacionales e internacionales.
Ace Frehley, el guitarra de Kiss se muere el 16 de octubre. Hay una conmoción en el mundo del rock. Realmente emotivo, por muchas cosas. Grandes músicos de mi generación le lloramos: uno de los más influyentes de nuestra generación en este mundo. No hay excusa para no hacerlo; de morros, gritamos sus solos y su guitarra. El mundo del rock le rinde la adecuada, memorable y honorable pleitesía.
Le pregunto a Carlos Mario, mi gran bro, que estuvo de cerca de José Luis, antes, durante, y después de esta vida terrenal, a quién había escogido Che Luis como su estandarte en la banda de Kiss. Me dijo: Ace Frehley siempre fue su ídolo. ¿Coincidencia? Se fueron ambos muy pronto. Ambos volaron a otros espacios siderales, porque Ace fue el Spaceman de la alienación de Kiss, el extraterrestre, el hombre del espacio donde su arte estaba fuera de este mundo. Así el Kiss tuxtleco, sus proyectos, sus ideas, sus propuestas siempre estuvieron al margen de todo, hasta de sí mismo.
Quizá esa casualidad tenga otra explicación, más mágica, y tiene que ver en el modo de sentir una música que nos irradia, la que nos convirtió en otras personas y no podemos decirlo con palabras, sino con imaginarios, con recuerdos, con nostalgias, y también con lágrimas.

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