Mirar a Gaza

Foto: Motaz Azaiza

Por Diana Gabriela Delgado Ojeda

Fragmento de la tesis “Rizomas de memoria y migración. Un análisis semiótico desde Chiapas, México” de la Maestría en Estudios sobre Diversidad Cultural y Espacios Sociales MEDCES-UNACH. En proceso de revisión y publicación.


Es tal el arraigo a la propia noción/sensación de territorialización (también de representación)que nos olvidamos que la desterritorialización (y particularmente la de las imágenes), es decir, lo que sucede por allá lejitos y nos llega directamente a nuestros zombieteléfonos es algo que inevitablemente nos compete al ser estar inscritos si o si, nos guste/lo aceptemos o no, en unmundo enteramente globalizado.

Desde mi opinión, observo que es la primera vez en la historia de la humanidad que somos testigos a través de redes sociales -en mi caso Instagram-, en TIEMPO REAL (eso es lo que hace la diferencia con otras guerras, conflictos, etc.), ininterrumpido (salvo por las interrupciones de conectividad generadas intencionalmente para impedir la comunicación desde la franja de Gaza) de la masacre de una población; un EXTERMINIO voraz, con la precisión psicopática de aquel que sabe exactamente qué hacer y cómo hacerlo, en donde las estrategias manipulatorias, el discurso manifiesto y cínico, y los dobles discursos son más que evidentes (si quieren estar seguros váyanse para allá, pero allá también los vamos a matar).

No es ya el periodista que se pone frente a la cámara con micrófono en mano hablando sobre lo que ocurre atrás de él. No es ya la narrativa pensada y cuidadosamente escrita para acompañar una imagen que alguien más tomó (y sí lo es, sí lo sigue siendo -por ejemplo, la narrativa dominante y repetitiva «Israel tiene derecho a defenderse», es la que se mueve a través de los medios televisivos y periodísticos dominantes-, pero son las imágenes en redes las que les superan en ritmo, velocidad, frecuencia y localización). Es el periodista que cubre con una manta un cuerpo calcinado, que retira una mano desmembrada de una superficie, que ayuda a sacar cuerpos de los escombros, que graba el día, la tarde y la noche. Los bombardeos, los disparos indiscriminados a civiles, las dificultades para tomar una ducha, para conseguir gasolina, agua, alimentos, las sonrisas de los niños en los refugios… Las imágenes son múltiples y nos vienen del interior: de las casas, de las calles, de los hospitales, azoteas… Es la misma población palestina la que registra la aniquilación. Estas imágenes no representan la masacre, SON la masacre mostrándose a sí misma. Son el ritmo de la masacre, del cotidiano sobreviviendo, sin pausa. Así se ve, se siente y huele el horror. La pausa la marca nuestro ingreso a la red social, la frecuencia de las publicaciones… pero en los intersticios del cotidiano común, en ese en el que cada uno de los testigos nos metemos a bañar, desayunamos, vemos una película, hablamos con la familia o amigos, nos tomamos selfies… allá los cuerpos pierden sus miembros, se calcinan, se desangran…

La paradoja: el mundo NO se paraliza, el cotidiano NO se detiene. Se conmociona, si. Pero no para. Y es aquí donde uno puede reconocer que el monstruo maquínico capitalista funciona (casi) a la perfección. Esta máquina que no solo es económica sino semiótica, generadora imparable de significaciones dominantes, ha logrado consolidar un cotidiano que se traga a si mismo en su propia productividad «territorializada», en su tiempo presente, en las emociones y sensaciones del aquí y ahora. Lo que importa es el aquí y el ahora, se nos viene diciendo hace tiempo, como sustrato de algunos discursos del espíritu y la salud, la mente positiva. Pero nuevamente, se nos olvida que nuestra vida y nuestros cuerpos ya no le pertenecen a un presente territorializado, y por ende, nuestra memoria, nuestros afectos no solo se sostienen de y en él; la virtualidad de las redes sociales -cuyo maquinismo se sostiene de la desterritorialización-, tienen una influencia en la composición (y funcionamiento) de nuestra mente, emociones e imaginarios. Sí, el poder está literalmente inscrito en nuestras médulas y cerebros.

¿Por que nos competen esas imágenes? ¿Por qué nos comprometen? Porque las vemos. Las vemos en el instante de ser producidas, y no las vemos en cualquier lado. Las vemos en un dispositivo que nos permite opinar, evadirlas, desecharlas, compartirlas. Nuestra mirada no es una mirada maniatada, es una mirada que reverbera en un circuito de producción y distribución; nuestra mirada genera y distribuye capital económico, político, semiótico. Vemos imágenes que viajan (o no) porque nosotros decidimos, y lo que hagamos con ellas tienen consecuencias. Si o si, nuestra mirada es política, y si nuestra mirada es acción -aunque esta dure milisegundos, mirar un crimen de lesa humanidad, por ende, nos compromete directamente.

Lo que atestiguamos no es una representación lejana de un hecho aislado, tampoco son imágenes escatológicas… es la psicopatía humana en el estado más salvaje, creativo e ilimitado jamás visto hasta ahora; son los altos mandos recreando el juego de infancia de aplastar hormiguitas en el cual nadie les supo decir hasta aquí; la diferencia: las tecnologías armamentales, los intereses políticos, nacionalistas, territoriales y económicos que están puestos en juego. La psicopatía narcisista, sin embargo, tiene muchas caras, algunas de ellas más sutiles: la insensibilidad y falta de empatía, por ejemplo, tan asimiladas a nuestra mirada cotidiana que su accionar se asemeja a la automaticidad con la que funciona nuestra propia respiración.

Pareciera entonces que sostener la perversa maquinaria capitalista implica desechar lo indeseable, lo que implique cualquier desbalance maquínico, lo que trabe, afecte o haga sentir otra cosa que se salga de nuestros rangos emocionales cotidianos… La insensibilidad viene siendo ya una cualidad a la que estamos expuestos cotidianamente, y en donde la aceleración juega un papel crucial; información corta, velocidad rápida y contenido moldeado al gusto del espectador es el combo para evitar que la percepción y atención se dilaten (tarden, expandan, aperturen) y habiliten otras posibilidades de sentir, pensar y accionar. Basta comparar la foto con diez corazones o «me gusta» de mi retrato con mi gata a los nulos comentarios o reacciones a las imágenes constantemente compartidas de niños muertos, mujeres llorando, edificios derruidos… para entender que estos rangos emocionales (tristeza, rabia, dolor, impotencia, enojo, miedo, terror) son indeseables. Pasarlos rápido, ignorar para no sentir… y que la máquina siga caminando.

¿Cómo fisurar la máquina? Partamos, por lo menos, de reconocer que nuestros cuerpos, nuestra memoria, nuestras emociones, están enganchados a las máquinas y dispositivos que «usamos»; nuestros ritmos son sus ritmos. Me viene la imagen de una tortura en la inquisición que implicaba encerrar a una persona en un espacio muy pequeño mientras gotas de agua caían rítimica y pausadamente sobre su cabeza. Una muerte lenta, invisible. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, solo que ahora el encierro lo tiene usted en su propia mano, mide 10 x 5 cms., y cabe en cualquier bolsillo. Dilatar… expandir… lentificar el cuerpo y la mirada es entonces una ruptura en la máquina. Mirar (aunque duela, un chingo) y no hacer nada es aceptar que esa gota aniquile nuestra humanidad, y aceptar, cada día, todos los días, la aniquilación voraz de otros humanos cuya única diferencia con nosotros es su localización.

Pensar entonces la mirada como acto político, como acto amoroso.

¿Es, mirar, una forma de hacer revolución? ¿Puede, la empatía, ser una máquina de guerra?

*Si te interesa seguir de cerca desde la mirada de periodistas y médicos palestinos- el genocidio que actualmente ocurre en la franja de Gaza, te invito a consultar las siguientes

cuentas de Instagram:

@motaz_azaiza (Motaz Azaiza, periodista)

@wizard_bisan1(Bisan, periodista)

@ismail.jood (Ismail Jood, periodista)

@wissamgaza (Wissam Nassar, periodista)

@ahmedeldin (Ahmed Eldin, periodista)

@wael_eldahdouh (Wael Al Dahdouh, periodista)

@mohammedharar2 (Mohammed Harara, médico)

Semblanza:

Diana Delgado es psicóloga, artista escénica y maestrante de la Maestría en Estudios sobre Diversidad Cultural y Espacios Sociales (MEDCES) por parte de la UNACH-IEI; su trabajo, en los últimos años, está enfocado al desarrollo de herramientas transdisciplinarias para la investigación y análisis social en contextos de violencia, así como temáticas de memoria y migración.

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