Tiro
Ciertamente los temas políticos en el país dan pauta para opinar, una vez más, acerca de que un viejo régimen está pasando a ser parte de la historia. Las fuerza e intereses que se resisten es parte de una lógica de la lucha política e ideológica que remite a la historia de la nación en cuanto a su conformación republicana y del perfeccionamiento de la democracia. En parte, es lo que vemos en la tribuna de la representación política: la derecha contra la izquierda. No sorprendería en Corea del Sur, ni en otros lugares del llamado Tercer Mundo; pero en México, las formas se pierden, se dice, se cristalizan en rasgos clasistas, en revanchas permanentes, en violencia.
Ni el busto del Siervo de la Nación se salvó de ser movido, balanceado entre tanta fuerza y gritos en ese recinto normalmente polarizado. No cayó ni se desquebrajó. En su tiempo era lucha armada, aún sin pacto social. Fue la guerra civil, ni más ni menos. Sin reglas democráticas. Sus descendientes políticos lo sabían muy bien. Como en el 19, el eco de la intervención extranjera revive como presente. Una voz de la derecha se alza como la solicitante de “ayuda”, que intenta matizar la de intervención. Sus antepasados lo sabían y recurrieron a un monarca que encumbró después a la Segunda República y la derrota del otro proyecto, también derrotado antes y después.
Además de ese recurso exterior que probablemente algunos guardarían silencio o aplaudirían, la lucha política se ha centrado en la polémica que ha encumbrado a un “plebeyo”, quien desde el Tercer Estado morenista ha desatado los demonios enlistados en la hoja de una ruta contra el camino surcado por la mayoría y que la minoría reclama y obstaculiza. Una ruta que desplaza y también reclama toma aquellos figuras, gestos y palabras cuando el priísmo era mayoría absoluta con o sin el panismo. Frases como la célebre de Fidel Velázquez líder longevo que sólo su muerte le impidió ser el eterno jefe de la CTM: yo llegué aquí a balzos y a balazos me sacarán; o el gesto de otro líder cuando es mayoría aprobó un IVA y que en el momento fue llamada “la roqueseñal”. Eran otros tiempos, así es. De un lado estaba la oposición que ahora es gobierno. Muchos hablaban, pocos decidían.
En el México moderno las broncas políticas como la reciente televisada, no se veían porque la llamada institucionalidad era una especie de “regla”. En la difícil construcción de la aún inalcanzable y plena democracia mexicana, se vieron en ese espacio de la soberanía popular, increpar al Poder Ejecutivo desde el Legislativo; un diputado con máscara de cerdo, tomas de la tribuna por todos los partidos políticos.
Es que la democracia no pasa por ahí, se dirá. Es el diálogo, la confrontación de las ideas, la negociación, se dirá también. La mesura no se ha ido desde que un proyecto político y económico hace la diferencia. Las facturas se cobran. Serenarse, han dicho desde la secretaria de Gobernación. Desde otra tribuna la palabra porro se escurre sin filtros, y ¡vendepatria! se escucha como si fuera un siglo pasado.

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