Democracia

Capitolio de los Estados Unidos. Imagen: Cortesía
Pareciera que para algunos el asesinato de Charlie Kirk alivianó —y también mandó un mensaje— preocupaciones. De Minessota a Utha, los asesinos solitarios reaparecen en medio de una clara y constante polarización política de una sociedad viviendo prácticamente un “estado de sitio”, como dijo un diputado federal de origen mexicano en Estados Unidos. De acuerdo con él —que no se muestra en los medios mexicanos con la intensidad dada a otros sucesos—, hay en ese país una política de “seguridad” basada en sistemáticas persecuciones, arrestos, y violencia. Más aún, se trata de la puesta en práctica de operativos policiacos y militares, como utilizar a la Guardia Nacional, para apresar a indocumentados, migrantes, extranjeros, como lo sucedido en Chicago. “El mandatario de Estados Unidos ha convertido el poder del gobierno en una arma en contra del pueblo. En mi comunidad los encapuchados han creado un estado de sitio, disparando a carros lanzando gases contra vecinos y abordando con violencia a padres enfrente de sus hijos”, declaró. (La Jornada, 08.10.25.)
Chicago y antes California son el blanco de avanzada. Pone de manifiesto el viejo conflicto entre la Federación y el gobierno central. Autoridades de Illinois han reinstalado el derecho a la autonomía estatal frente a lo que consideran una violación de las leyes estatales y federales, cuando se usa a la policía de inmigración para ingresa a esa soberanía. En realidad, el blanco son los estados demócratas opuestos a las medidas de seguridad interna, ya practicadas a partir de la ley del suelo patrio impulsada por el expresidente Bush para reforzar y construir la paranoia antiterrorista que sirvió para “todo tipo de persecución policiaca”, como expresara un viejo amigo.
Antes, en el estado de Minessota, otro “sospechoso solitario” había asesinado a la representante demócrata de apellido Hortman junto a su marido, algo que el gobernador de este estado, Tim Walz, dijo ser “un acto selectivo de violencia política”. En este contexto las protestas masivas que se dieron en junio de este año han sido para, entre otras, “proteger la democracia” y también para mirar otro añejo conflicto: las extralimitaciones de los poderes que hace el Ejecutivo, en esta caso el presidente Trump. No es cualquier cosa. Algunas voces en ese país han advertido del curso que podría tomar este asunto: el uso monárquico de la presidencia como se practica en el ámbito internacional, o los tintes dictatoriales expresados en lo interno.
Y es que uno de las bases de la democracia liberal-occidental es el de tratar de limitar y controlar el poder, ya sea del rey o del presidente. Un viejo conflicto, en efecto. En lo externo, la política norteamericana se ha basado en asegurar que territorios, zonas, naciones, sean parte inamovibles de una tradición basada en la doctrina Monroe, en al caso de Iberoamérica; en lo interno la ley de seguridad interna lleva a cabo ciertas prácticas que empiezan a verse como riesgos, afectaciones, desapariciones de derechos y libertades ancladas en lo que para muchos ha sido un “ejemplo de democracia”. Cuando se pregunta quiénes destruyen la democracia, muchos analistas voltean a ver al Sur, que no son o que aún están en vías de ser “democráticos”, pero no se fijan que en los países donde nació la muy cacareada democracia moderna, también peligra.

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