Gertrude Duby y las mujeres zapatistas

Línea de Letras

Por María Luisa Armendáriz

 

A manera de introducción a lo que en sentido extenso debe ser una investigación o un libro sobre el trabajo periodístico de Gertrude Duby Blom sobre el zapatismo en la Revolución Mexicana y más concretamente sobre la participación de la mujer en la misma, quisiera solamente presentar este artículo que cumple con distintos aniversarios.

 

Gertrude Duby. Foto: Cortesía

Gertrude Duby. Foto: Cortesía

 

Mujeres en armas

El Coronel Amalia Robles

Por Gertrude Duby Blom

Amalia Robles, la coronela zapatista, es una figura legendaria. Me platicaron de ella en Tixtla, isla verde en las tierras áridas del Estado de Guerrero. Al anochecer estuvimos sentados en el corredor, lleno de begonias de la casa del Coronel David Robledo. Era un grupo de zapatistas evocando sus andanzas en las montañas guerrerenses, por las regiones indígenas de Tlalpa.

–¿Recuerdas, David, el apuro en que nos encontramos cuando estuvimos casi cercados por los federales? –dice un viejo de cara arrugada y quemada casi de cuero.

–¿Cómo no voy a recordar? –Contesta el Coronel– Se nos agravó la situación por el fuego que el enemigo prendió al monte para impedir nuestra salida. Entonces fue cuando nos ayudó mucho la güera Amalia. Usted debe verla, señorita. Era una de las mujeres más valientes en la lucha. Muchas veces, y esta vez también, cuando falló la moral de los hombres y algunos querían rendirse, ella tomó su rifle para lanzarse al ataque.

–¡Cómo recuerdo esos momentos! –Dice un hombre delgado– Dios estuvo con nosotros, el viento cambió y echó el fuego sobre los federales.

En Cuernavaca me habló de ella la coronela Rosa Bobadilla. Llegaba del campo, esta mujer vigorosa, alta, con cara bien formada, siempre activa, tuvo palabras de elogio pera el valor de su compañera, la güera Amalia.

Sentada en una fondita de Yautepec, me contaron muchas cosas sobre las mensajeras de Zapata. Ventura no tomó las armas, pero anduvo dese el año 11 hasta el 21 como mensajera a través de las líneas del enemigo y hasta la muerte de Zapata fue su emisaria especial, no le asustaban el hambre, la soledad, las montañas, los golpes, la amenaza de la muerte ni la cárcel, en la larga plática que tuvimos me dijo:

–Pero Gertrudita, no soy la única, había centenares, había todas esas mujeres que fueron espías disfrazadas de comerciantes en los pueblos ocupados por el enemigo. Que fueron guías de las gentes que nos visitaban y no debe usted olvidar el papel importante de las prebostas.

–¿Qué son las prebostas? –pregunté.

–Cada vez que Zapata ocupaba un lugar, decretaba el control de precios para evitar la explotación del pueblo; en general eran las mujeres las que se encargaban de este trabajo, muy peligroso en aquellos tiempos de inquietud. Eran esas mujeres las prebostas.

Dejándola para correr al camión, ella me dijo:

–Pero Gertrudita, usted debe ver a la güera Amalia. Seguramente vive todavía. Debe estar en el Estado de Guerrero, que es su tierra.

Cerca de la estación, en Cuernavaca, hay una casita en un jardín de una vegetación extraordinaria, lleno de flores y de árboles frutales, donde uno no se atreve a abrir la puerta y entrar porque un montón de perros bravos se le echan a uno encima. El ladrido de los perros hace salir a una mujer chaparrita que semeja un árbol vigoroso curtido, curtido por el viento y la tempestad. Con voz grave y fuerte pregunta desde lejos qué desea uno. La coronela María Félix Méndez vive sola en esta casa aislada. Yo traigo saludos de muchos amigos comunes y pronto nos tenemos confianza. La Coronela luchó durante todos los años de la Revolución, fue la primera de su familia que se unió a las tropas de Zapata. Tuvo misiones de mucha confianza, entre otros la de exploradora de la vía del ferrocarril.

—Sí, señorita. Yo anduve sola desde las Balsas, más abajo de Iguala, hasta Cuautitlán que no está muy lejos de Lechería; anduve de noche y de día, según era oportuno, y al mencionar Lechería recuerdo la famosa batalla durante el sitio de México. Es para mí uno de los espectáculos más terribles. Estaba lloviendo suave, nosotros teníamos la orden de avanzar sobre México, fuimos con el tren armado hasta no muy lejos de Lechería; los federales tiraban desde el Cerro Gordo; con nosotros estaba el artillero que llamábamos El Niño, famoso desde el sitio de Cuernavaca. Yo estaba lejos del tren, en el campo, y vi súbitamente salir del túnel a toda Velocidad una máquina loca y nadie en nuestro tren se daba cuenta; yo estaba demasiado lejos para que pudieran oír mi voz o ver mis señales y sin poder hacer nada vi el choque terrible que hizo pedazos a nuestro querido «Niño». Pero sin embargo, nosotros triunfamos sobre las fuerzas de Pablo González.

Otro día le contaré a usted las hazañas de otras mujeres como Julia Mora que ya murió, pero mientras tanto vaya usted a Guerrero a ver a mi compañera, la güera Amalia.

En una mañana llena de frescura entré en el patio de una casa cercana a una barranca en el pintoresco Tepoztlán. Doña Apolinaria, ya vieja amiga mía, está echando las tortillas.

—¡Qué milagro Gertrudita, usted por aquí! Entra, tengo requesón fresco y tortillas calientes y en un minuto va a estar el café. Es de olla ¿no le hace?.

Y sentada en un banquito bajo, cerca del fuego, saboreando el cafecito, comiendo el requesón sabrosísimo, platicamos de tiempos pasados —que son el presente para esta mujer que curó durante la revolución a los heridos, soldados de Zapata. Les traían del monte, bajando la barranca y sacándolos antes de la madrugada.

-¿Vas a Guerrero, Gertrudita? Pues claro, vas a ver a. la güera Amalia .

No había remedio, era necesario ver a esta mujer legendaria. Sin embargo, tardé todavía un año en encontrarla. Andando en una larga gira por Chiapas y Oaxaca tuve de compañero al muy documentado entomólogo José Parra; en los primeros días de nuestra gira, andando por senderos apartados, serpenteantes en la frontera de Guatemala, supe que don Pepe era de Guerrero y que anduvo en la Revolución.

—Entonces, don Pepe, usted debe conocer a Amalia Robles.

—¡Claro, señorita!. La conocí de muchacha. Era muy guapa y graciosa.

—Entonces —dije yo— no solamente tenía valor, sino que también era atractiva.

—Ya 1o creo —me contestó don Pepe— Pero era muy seria.

Para mí, el no conocerla se convertía en algo angustioso. Hasta en las montañas de Chiapas oía hablar de ella.

Pero Amalia, la Coronela Amalia Robles, no solamente es legendaria, vive y hace pocos días la vi.

Tenía muy poco tiempo para buscarla y pensaba nerviosamente, dando tumbos en un camión de segunda; que me gusta por el contacto con el pueblo mexicano, que seguramente tendría grandes dificultades en Chilpancingo. Llegué al Palacio de Gobierno casi cuando cerraban sus puertas, pero encontré al Secretario particular del Gobernador, muy amable y lleno de deseos de ayudarme. Le dije qué necesitaba. Una persona y caballos para ir a ver a una coronela Zapatista.

—Pero esto es muy fácil -oí decir a una voz joven de una muchacha sentada a la máquina —Mi papá es muy amigo de Amalia Robles.

Me dieron un mozo y fuimos a buscar por toda la ciudad al Coronel Esteban Estrada. No estaba en su casa y siempre acababa de salir de todas las oficinas donde lo buscamos, Me resigné a esperarlo en la sala de su casa, en donde me atendió su hijo, recién llegado de los Estados Unidos que hablaba un inglés muy bueno. Pero mi mirada se fijó en mi reloj que ya marcaba las dos de la tarde y yo quería ver en el mismo día a aquella mujer que me intrigaba tanto. Por fin, llegó un hombre alto, algo encorvado que me dijo con mucha cortesía:

—A sus órdenes, señorita, me han dicho que usted me ha estado buscando. ¿En qué puedo servirla?

Le expliqué mis deseos.

—¡Cómo no!, Es muy amiga mía. Es a mí a quien entregó en 1918 sus armas. Ella llegó desde las montañas con trescientos quince hombres bajo su mando. Vamos a verla, yo voy.

—Bueno, coronel pregunté yo con ansia —¿Y cuándo podemos ir?

—Permítame comer algo y en seguida Vamos.

Quince minutos más tarde nos llevaba la camioneta del Gobierno, a Milpillas .

—Si, señorita. La conozco mucho. En 1920, cuando llegué con el general Maycotte a Guerrero para tomar las armas en favor del general Obregón, invité a Amalia a ayudarnos y ella operó entonces durante dos años en los Estados de Puebla y Tlaxcala con el grado de coronel. En el 24 interrumpió otra vez sus labores de agricultura para defender a Obregón frente a Huerta, uniéndose a. las fuerzas del general Adrián Castrejón, hoy Jefe de Operaciones del Estado. Entonces estuvo luchando en los Estados de Hidalgo, Tabasco y Chiapas.

Hablando así llegamos a Milpillas y, ¡otro milagro! el campesino que visitamos estuvo de acuerdo en darnos inmediatamente caballos para ir a Xochipala tierra de la Coronela.

Sentados en un banco de la casa, mientras esperábamos los caballos, el coronel Estrada me dijo:

—Usted va a ver una coronela zapatista, con un coronel de Pancho Villa. Guerrero es mi Estado adoptivo, yo soy del Norte, de Durango y anduve con el general Villa.

Y mirando las secas montañas del otro lado de la carretera, Estrada empezó a recitar, en francés, «A mi madre» de Verlaine, a citarme versos de Racine, a hablarme de los libros de Anatole France.

—¿Cómo es, coronel, que usted habla inglés y francés y parece conocer la literatura europea mejor que yo’?.

—Ciertamente, soy hijo de zapatero y en mi juventud fui pastor y zapatero también. Pero más tarde tuve ocasión de estudiar, cursé estudios de matemáticas superiores y empecé a estudiar biología. Una mañana, estaba yo al lado del microscopio y en la noche acostado en un petate, a mi costado un rifle, dejé el microscopio para andar con Pancho Villa. Si. Más tarde he leído bastante y me gusta más leer la Divina Comedia en italiano que en la traducción.

Los caballos ya estaban listos y nos fuimos con el guía Juliancito, rumbo al monte. Ya era algo tarde y pronto salió la luna, dibujando En las sombras retorcidas de los cactus entre los que caminábamos. El aire era suave y agradable y el coronel villista empezó a cantar canciones del famoso compositor vienés de operetas Franz Lehar. Pero don Esteban no conoce solamente música ligera, sino que también adora a Bach y a Mendelssohn.

A pesar de que entramos de noche en Xochipala, el pueblo está despierto por el mucho trabajo que tienen en esta época al entrar el rastrojo .

—¿Dónde Vive el Coronel Robles? —pregunta Estrada a unos campesinos que platican en una esquina.

—Allá, por la esquina, a la derecha —nos contestan.

Frente a la casa llamamos, en la puerta aparece una figura menuda, en pantalones, con el pelo corto.

—Coronel Robles —dice don Esteban— aquí le traigo una señorita que quiere platicar con usted.

Nos saludamos y entramos en la única pieza, muy amplia, de la gran casa. En el centro, sentado en el suelo, está un hombre en traje blanco, contando piedras a la luz de una vela.

—Si, estamos eligiendo unas amatistas que encontramos en un lugar donde también creemos que hay bastante plata.

Mientras que Estrada y Robles hablan de la cosecha, de la falta de agua en Xochipala, de los linderos de los terrenos, de las posibilidades de explotar algunas minas, yo me fijo en la personalidad de la güera Amalia que ahora debe ser para mí, como es para todos, el Coronel Amalio Robles .

Tiene el pelo muy corto, un poco cano ya, una frente alta, una nariz fina, ojos claros, muy vivos y una boca de una energía sorprendente. Su voz es fuerte, pero melodiosa y no masculina; su piel es fina y muy blanca; sus movimientos algo bruscos y muy decididos. Esta es la mujer legendaria de la cual me hablaron tantos. Para muchos, un enigma que no entienden, que anda en traje de hombre y que no quiere que se le hable como mujer. Si esta persona supo manejar las armas y mandar gente en la guerra, la plática que tiene con el Coronel me deja ver que sabe también trabajar la tierra y dirigir gente en paz.

A pesar de lo tarde de la hora, nos sirvió una cena excelente con una hospitalidad natural y me preparó mas tarde, una cama con sábanas blanquísimas y cobijas calientes y suaves. Pasé una noche de descanso perfecto y apenas me di cuenta de que alrededor de las cuatro de la mañana, nuestra huésped salía a caballo; fue a traer agua, como me dijo más tarde la sobrina que trabaja en la cocina.

Estrada y yo fuimos a ver el pueblo, grande y simpático, muy limpio y habitado por gente que tiene constantemente la sonrisa en los labios. Nuestro amigo llegó para servirnos un desayuno consistente en huevos, carne, tortillas, leche, chocolate y café y, probablemente para agasajar al extranjero, trajeron también galletas. Comiendo, charlamos.

—Empecé la lucha en 1912, muy joven. El general Almazán, mandado por Zapata, llegó Xochipala; nosotros fuimos con él, todo el pueblo en armas. Yo estuve en 1913 en la toma de Iguala, en el 14 en la toma de Chilpancingo, en las batallas de Tixtla, Chilapa y anduve dos años con Zapata en Morelos. También en el Estado de Puebla y México. Y sabe usted ya que luché con Obregón en 1924, pelee es el Estado de Hidalgo y fui coronel de caballería. Mataron mi caballo, pero logré acercarme al general Marcial Cavazos, comandante del enemigo y matarlo con mi pistola. Mire, tuve muchas heridas, aquí en mi brazo y aquí en mi pierna tengo balas de máuser y ya le platicó a usted clon Esteban de mis andanzas en los Estados de Tabasco y Chiapas. Regresé el 26 a Xochipala para trabajar mi tierra.

—¿Y no le ha pasado nada desde entonces‘?

—Si, señorita. Mire aquí en mi frente, por la nariz me entró una bala y me salió por donde empieza el pelo. Detrás, cerca de los pulmones también tengo una herida. Fue en 1935. Yo venía del campo, por un camino muy solitario, me atacaron siete hombres, me tumbaron del caballo, estaba casi sin sentido, pero cuando se acercó uno de los agresores para darme el tiro de gracia, tuve suficientes fuerzas para sacar mi pistola y matar a dos y herir a otros dos, los demás huyeron, después me privé. Unos soldados me encontraron en el camino y me llevaron a que me curaran.

—¿Y qué pasó después? —pregunté.

Con expresión amarga me contestó:

—Vinieron a arrestarme y me pusieron presa en la cárcel de Chilpancingo, en donde estuve un año y nueve meses.

—¿Por qué estos, coronel? Usted defendió su vida.

—¿Por qué? Entonces estaba de gobernador un enemigo del general Castrejón.

Ya era hora de irnos y hora también de dejar a estos campesinos que siguieran su labor.

—Regresaré, coronel.

—La esperaremos señorita. Tendremos más tiempo, platicaremos más e iremos a ver las minas que quedan a un día de camino.

Haciendo un ruido estruendoso sobre los tepetates de las calles de Xochipala, salimos del pueblo del Coronel A. Robles.

Para mí, los vestidos de hombre, el pelo corto, la Voluntad de ser tratada como hombre de esta mujer extraordinaria, no me parece ninguna cosa misteriosa, ni siquiera anormal. La Coronela Amalia Robles me va a perdonar que la trate de mujer, ella honra con su valor, inteligencia y laboriosidad al sexo femenino, pero en un siglo en el que todavía la mujer es relegada a segundo término por su sexo y en el que no cuentan sus capacidades, viviendo en un pueblo apartado de la carretera, entiendo que la coronela Amalia Robles viva, trabaje y ayude a su gente en traje de hombre y actuando como tal.

Mi morral, que cuelga en la silla del caballo, pesa más de un kilo y cinco gramos y esta carga tiene un valor inmenso para mí, estas gentes me confiaron amatistas para ver si pueden venderlas, yo se que en general la amatista no es piedra de gran valor en México y las que yo tengo en mi morral especialmente no son piedras muy buenas, pero la confianza que me demostraron estas gentes honradas y sencillas, significa para mí más que un saco de diamantes.

—Sí coronel Robles, regresaré.

 

*Nota

El artículo fue escrito en 1945 y hasta la fecha no he hallado en Na Bolom evidencia de que haya sido publicado, por lo que podría tratarse de un inédito que en este momento tiene, junto con la colección fotográfica de las zapatistas tomada por Trudy, un interés especial: ella falleció el 23 de diciembre del 1993 y lo que pudiera haberla atraído a México  acabó haciéndose presente en el movimiento que surgió a pocos días de su muerte. Sólo como nota a pie de artículo me parece relevante analizar la herencia de la Coronel Amalia Robles: hoy Xochipala tiene cerca de cuatro mil habitantes, un índice de marginación alto en el que sobresale su deficiencia de capacidades: su alto grado de analfabetismo (trece de cada cien) y su bajo nivel escolar (sólo tres de cada diez han terminado primaria). El municipio Felipe Neri en el que está enclavado ocupa el lugar 66 en el índice nacional de marginación.

A una distancia que podría ser un jornal de camino, la Coronel Amalia Robles fundó Carrizalillo y Mezcala, dos ejidos con una fuerte explotación de oro por parte de mineras canadienses. Sólo la producción de “Los Filos” en Carrizalillo podría representar el 10% de la producción de la minera GoldCorp.

El 2 de abril del 2009 los ejidatarios lograron que la empresa pague 2.5 onzas troy por hectárea, luego de parar la actividad minera durante 84 días. Esto equivale a unos 55 millones de pesos al año, sobre un ingreso anual cercano a los cinco mil millones de pesos que obtiene la minera por el contrato de ocupación temporal que el estado mexicano reconoce a partir de la modificación del artículo 27 constitucional. Hoy las familias de Felipe Neri demandan a la minera por daños a la salud y afectación de sus tierras: se han secado los afluentes y no tienen agua potable.

 

 

 

Un comentario en “Gertrude Duby y las mujeres zapatistas”

  1. daniel barczay
    27 enero, 2016 at 19:25 #

    Qué alegre encontrarme con este artículo. Estas crónicas, Gertrude las escribió originalmente en alemán y, hasta donde yo sé, la idea había sido enviarlas para su publicación en Europa. Pero no me consta que se haya hecho. Estando de voluntario en Na-Bolom en 1985, encontré copias y las traduje al inglés, pues en ese entonces mi español era demasiado pobre. Otra compañera, parece que las tradujo al español.

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