La poesía de José Revueltas, un ejercicio privado: Oscar Oliva

Las revueltas de Revuelta.  Foto: Archivo

Las revueltas de Revuelta.
Foto: Archivo

Este lunes 14 de abril, el poeta chiapaneco Oscar Oliva Ruiz, iniciará en el Museo Francisco Villa en Durango, Durango; el homenaje nacional a José Revueltas con la conferencia titulada «La poesía de José Revueltas, un ejercicio privado». A continuación las palabras de su disertación. 

Andrea Revueltas y Philippe Cheron, anotaron que el poema «Soy un sueño…» se transcribió de una copia del original mecanografiado, escrito con grandes dificultades por Revueltas debido a su estado de salud. Fue corregido por su esposa Ema Barrón, quien anotó la fecha: 1972.

 

Dice el poema:

 

Soy un sueño soñado por mí

es decir, un sueño vigilante

e insomne.

Soy un sueño de los sueños

desdoblado en ti

de quien no sé la forma

ni el vago contenido que te hace.

 

Sueño definitivamente:

la mano en la garganta, el asesino próximo

tu mano que avanza, me mata y me liberta.

 

No quiero estar tan cerca, no.

Sólo en tus manos.

Derribándome siempre.

Sin vientos. Sin fronteras.

Un poco sin ti.

 

 

Un poema de amor a Ema dentro de un sueño, despojado de tantas libertades metafóricas de otros poemas de Revueltas, conteniendo la furia de las palabras, dejando nada más lo esencial, la palabra sonora y las frases exactas.

 

En ese sueño, he visto la noche.

 

 

 

José Revueltas murió el 14 de abril de 1976, en la ciudad de México.

 

Los estudiantes decidieron llevarlo, para homenajearlo, al auditorio Che Guevara, en Ciudad Universitaria.

 

En un instante la calle de Félix Cuevas, y la funeraria Gayoso, quedaron vacías.

 

Y por la noche, miles de días.

Tormentas eléctricas.

 

¿Podré descender de la nave y dirigirme a la superficie del cometa, para fijarme en él clavando unos arpones?

¿Podré acompañar al cometa en su viaje al sol?

 

¿Cuántos viajes hizo Revueltas?

 

En un poema que ha de datar de los años cuarenta, dice al final:

 

Nadie me lo ha dicho: pero he de estar muy lejos de la

     tierra,

sumergido en un estanque tan hondo que mi voz ya no se oye.

 

 

Gerardo de la Torre y yo, recogíamos las flores que habían quedado esparcidas. Y hojas en forma de arpones.

 

 

Militares vestidos de civiles, con lentes oscuros, entraron al vestíbulo de la funeraria. Se pusieron unos frente a otros, y entre ellos caminó un hombre ágil y vigoroso, suéter blanco perla de cuello de tortuga, saco azul oscuro, parches en los codos, se dirigió hacia Gerardo y a mi, todo muy rápido; adverti que lo envolvió una rabia repentina. Era José López Portillo, que estaba en campaña, como candidato del PRI a la presidencia de la República. Tal vez no esperaba encontrarse con testigos de su intento. De su tardanza calculada.

 

Blancuras laceradas, dijo César Vallejo.

 

Flores y hojas laceradas.

 

He visto altas noches, algunas imposibles de retenerlas en la memoria.

 

 

 

 

Y también en las bajas noches leíamos.

 

Me despierto, siguiendo la secuencia de otros nacimientos.

 

Otros nacimientos que serán un descensus ad inferos, una fuerza individual donde irrumpe también la historia colectiva. Esa fuerza es la poesía, dijo Revueltas.

 

No hay porqué retenerlas.

 

Son otra medida del desorden.

Fragmentos de aerolitos en la Zona del Silencio. Tortugas sin caparazones.Microorganismos. Nopales violáceos.

 

Los mecanismos de resistencia podrían ser los mismos en cualquier parte del espacio lacerado.

 

Volvíamos a Santa Teresa.

 

Luego, en el día, tomaba su lugar Rubén Darío.

 

 

Año 240 antes de Cristo. Al mediodía del solsticio de verano. El bibliotecario de Alejandría observa fascinado cómo una vara clavada en la tierra proyecta una larga sombra. Eratóstenes acaba de descubrir que la tierra es redonda y ha determinado su radio.

A José la poesía de Darío le daba mucha tristeza.

Un lejano ruido. El galope de los centauros.

 

Esa observación le hacía ponerse de pie.

 

Por algo incendiaron la Biblioteca.

 

Decía que lo peor de la historia todavía no había pasado.

 

Aquí estoy, intacto.

 

Stalin y Hitler.

 

Quemaron libros, asesinaron a escritores.

 

En Cuba, hay que crear un movimiento cultural que se llame «Porque no se suicide Maiakovski».

Decia José:

 

Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.

Le gustaba este verso de Martí.

También le gustaba pensar en una película sobre Martí.

Donde Cuba y la noche serían personajes muy importantes.

Y ese verso el comienzo de la película.

 

Luego se ponía tararear canciones que le había escuchado a su abuelo, que olía a madera de santo de la iglesia de su pueblo.

 

Y volvíamos a la noche, a la del alma. A la ventanuca de la cárcel de San Juan de la Cruz.

 

 

Poesía muy íntima. La manera más ágil para ponerse de pie. Un arte para seguir intacto.

 

Para desarrollar una libre energía.

¿Cuál cometa?

Tormentas eléctricas.

 

¿Qué he visto?

 

La Torre de Hölderlin, a orillas del Neckar.

El joven Marx subía por las escaleras de esa Torre.

Peter Weiss.

 

31 poemas se han encontrado y publicado de José Revueltas. No dudo que sean los únicos que él escribió. Era un escritor muy riguroso, que hasta en las cárceles y en la clandestinidad trabajaba incansablemente, corrigiendo exhaustivamente todo. No todos sus escritos poéticos han de haber pasado esas exigencias.

 

Como Li-Bo, se los regalaba a sus amigos.

 

Islas Marías, octubre de 1934. A la edad de 20 años escribió el poema «Nuestra manzana del padre Adán», donde estaba preso por segunda vez. Además de los autores, personajes, libros que aparecen en el poema, se siente la presencia de los poetas del modernismo, de Ramón López Velarde, y del movimiento estridentista. Era amigo de Arqueles Vela, de Germán List Arzubide, de Manuel Maples Arce, como lo eran Fermín y Silvestre. Fermín había militado en ese movimiento.

 

 

Al final del poema, dice:

 

ocho pe eme en el cinematógrafo

despertaremos a la urbanidad y cortesía

o en el escaparate de un fotógrafo.

 

En el libro «Las cenizas», Tomo 11 de sus Obras Completas, Ediciones Era, hay 3 poemas fechados en 1937: «Discurso de un joven frente al cielo», «Redencion de la ausencia (intento de soneto),» y «Nocturno de la noche».

 

En uno de los versos del primer poema nombrado, dice:

 

y las palomas que se nos nievan en el hueco de las manos.

 

Con Pablo Neruda, con «Residencia en la tierra», (1925-1935) está entrando el joven Revueltas a la Torre con mantos negros donde toda la lógica aristotélica nada tiene que ver, donde las palabras, unas tras otras, adquieren nuevos significados. Y la alienacion humana y la realidad de todos los días, inhumana, van levantando escaleras en cada una de las manifestaciones poéticas de Revueltas. Otra medida del desorden.

 

Dice casi al final de «Nocturno de la noche»:

 

Es preciso, es preciso, es preciso que se caigan los muros,

que cesen los venablos de angustia que nos han atravesado,

que quede nada más un grito clamando, herido eternamente,

y una sobrehumana colérica voluntad como ramas de un

   árbol furioso

para golpear hasta el polvo y el aniquilamiento.

 

Los poemas de Pepe son piezas de un solo rostro en el corpus total de su obra literaria y ensayística. Son, digamos, lo primordial, en el sentido genésico. Sí, eran un ejercicio iniciático, sin duda para tender algunos puentes mecidos por lluvias torrenciales. Tal vez José no tuvo plena conciencia de esto que estoy aventurando a decir, tal vez consideraba a sus poemas como parte de un juego que de pronto lo despertaba para otras tormentas. Sintamos esta parte de «Canto irrevocable»:

 

Que tengo un par de rotos ojos vivos,

mirando, aún no calcinados,

y unos brazos largos, inmensos, eternos como piedras,

como piedras duras y varoniles y tristes.

 

 

 

 

Que con esos ojos abiertos y sufriendo

sé ver nuestra tierra por la sal blanqueada,

blanqueada por la amarga leche de los senos,

como se apaga con los huesos.

 

Y cómo baja y se seca de ceniza la sed,

y se pudren las manos, y se curva el silencio.

 

Y al final de este «Canto irrevocable», dice algo que se vislumbra esperanzador:

 

Hay que hacer un gran río del mundo,

juntar nuestros pulsos hasta hacer un gran cielo.

 

Un cielo del que llovamos redivivos,

nuevos, virtuosamente limpios y dispuestos.

 

José ansiaba que nosotros llovamos, que en el impulso de llover caigamos de agua y despiertos.

 

En mayo de 1942, publicó el poema «La cosecha». En la nota correspondiente que acompaña a este poema, de Andrea Revueltas y Philippe Cheron, se lee que la madre del autor había fallecido en agosto de 1939. Es un poema dedicado a su madre. Al final dice, y parece de tan amoroso, que hubiera escrito tantos años atrás, su propio epitafio:

 

Levanta tu enorme rostros gigantesco

donde ha penetrado mármol y crecen las flores.

Abre los huesos de tus ojos

donde cada ocho días penetra el agua del jardinero.

Estamos aquí compareciendo ante la luz.

Ya tus lágrimas triunfan.

 

En la noche del 13 de junio de 1973, le llevé al departamento donde vivía con su esposa Ema Barrón, en Insurgentes Sur, frente al cine Manacar, mi libro «Estado de sitio», recién publicado. Quedamos que al otro día pasaría por él para ir a comer juntos. Cuando llegué me abrazó y me dijo que había visto la noche, magnífica como siempre. Y me entregó el poema «Leyendo a Óscar Oliva», de su puño y letra, escrito con aquella pluma fuente de punto grueso, y con letra de molde. Quiero hacer notar esto, porque es importante para mí que al final del nombre del poema de Pepe, entre paréntesis, tiene un asterisco que remite al título de mi libro, que lo puso al final de su poema, lo vuelvo a escribir, «Estado de sitio». La nota de Andrea y Philippe, no consignan este dato. Arriba de esta llamada el nombre José Revueltas, y al lado de su nombre Junio 14 – 1973 México. Lo escribió ya en la madrugada. Leyó mi libro de un tirón.

 

 

El poema dice:

 

De la muerte, no.

Sálvenme de la vida

Sálvenme de mis ojos

Ya invadidos de gusanos.

De la herrumbre de mis huesos

Y del alma.

 

Atrás doctores, hechiceros, sacerdotes,

Oradores, ideologías en acecho.

De morir, no.

Sálvenme de la vida eterna,

De las cosas que toco y miro,

Sálvenme del amor y de mis

Padres muertos,

Sálvenme de este no-ser

En perpetua agonía.

 

Cuando llegamos al Che Guevara, en CU, Gerardo de la Torre y yo, Juan de la Cabada estaba terminando su discurso.

 

Tú eres un vaso de la vida que es dialéctica y que es muerte, recordé José Revueltas.

 

 

Un comentario en “La poesía de José Revueltas, un ejercicio privado: Oscar Oliva”

  1. Lenin Guerrero Sánchez
    11 febrero, 2015 at 23:27 #

    Simplemente chingón estimado maese Oliva

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