Sinfonía de secretos, la vida de un pueblo de la montaña

Mario Tasias

SINFONIA

Sinfonía de secretos de Heberto Morales, es un conjunto de voces que suenan a nostalgia, pero que narran armonía. Es también una composición que se construye con las imágenes de un pueblo de la montaña, tan querido y tan denigrado por quienes lo convirtieron en un mercadillo.

Es esta novela, una reminiscencia de lo que ya no es San Cristóbal de Las Casas, aquella del esplendor, de las tradiciones, refugio de días y noches que se consumieron con el paso de las horas. Un concierto de colores que se opacó con la llegada de los intrusos que operaron los cambios que hoy padece y que muchos aceptaron, muy a su pesar, en aras de una modernidad que de nueva solo tiene el nombre. Son recuerdos de cosas que pasaron en aquel Jovel. El de otros tiempos.

En sus acordes, uno encuentra páginas dedicadas a la historia que se escribió en papel a través del archivo diocesano. Al convento ubicado en Moxviquil que se construyó con la idea de retener la vida que se escapó a soplidos.

En su armonía de colores se reflejan los personajes inolvidables que sin ser políticos encastados en los partidos, dieron de qué hablar.

Son narraciones con la maestría de quien cultiva la palabra. Es la otra historia de esa ciudad que un emperador lejano y extranjero le dio título y nombre, cientos de años atrás. Una ciudad pequeña y pobre. “Atosigada por dolorosas vicisitudes que varias veces estuvieron a punto de borrarle su camino por la historia”.

Trae a cuento la casa del molino. Además la abreve y larga historia de Don Benito, aquel sacerdote que seguía celebrando sus misitas en latín a pesar de la prohibición de Su Excelencia. Ese personaje que obstinadamente en la espera de la operación de un milagro se le fue la vida.
En las volutas del café se percibe el aroma de las tardes de frío con pan de san Ramón y que coincidencias de la vida, armonizaban con el sonido de campanas que anunciaban las misas de paz, a las que asistían muy recogiditos y dignos, políticos y sedicentes guerrilleros, igual que grandes pensadores y, sobre todo, locutores de la radio y la televisión nacional que encontraron una minita para sus noticias.

Ahí el chocolate de las tarde, con la sopiadita de las cazuelejas invitan a la plática. ¡Hay tantas cosas que contar! ¿Cómo no recordar a Doña Paulina, a Romanita, al querido Antonio o el Domingo católico, evangélico y musulmán?

Por cierto que el capitán Paco y la tía Naty, personajes entrañables del autor, tienen mucho que ver en relación con los hechos que en algún momento inquietó a la sociedad del pueblo de la montaña. Aquellos dos que llegados de tierra caliente, debían investigar que pasaba en torno a una sociedad, que a lo mejor sin darse cuenta cambió tanto que no voltea hacia atrás y que a la distancia tampoco vislumbra un sendero por el cual caminar.

De esta sinfonía de secretos, el lector se va nutriendo y en su avidez, ocurren muchas cosas dignas de contar y que el autor, las narra con soltura, como si un río de aguas tormentosas le invadiera para inundar los impávidos secretos tan visibles, aparentemente disimulados.

“Hay cosas en el aire, en el agua, en la luz, que van y vienen”, dice el autor. “Cuando un gorrión se mece en la bruma y chupa el néctar de una flor, su aleteo se arracima en la brisa y se aleja como las olas de nuestros ríos, tan pequeñas que casi no se ven”

Es cierto que a lo extenso de sus 384 páginas, Sinfonía de secretos enuncia una gran cantidad de nombres reales o parecidos otros realmente ficticios, ¿pero qué tiene la realidad que la ficción no pueda justificar?

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