Las antiguas librerías

«El escritorio»
Foto: Julio Esquinca

*Por Erika Valdes

Edición: Andrés Domínguez

La primera vez que acompañe a mi mamá a una librería fue a los 5 años. Visitábamos la librería mas conocida de la ciudad llamada «La Ceiba». Ella me tomaba de la mano para cruzar la calle, en ese tiempo «La Ceiba» se encontraba en el centro de Tuxtla, unas calles atrás del parque central. Fundada por el Mtro. Florentino y su esposa Dorian.

La librería se encontraba en una casona muy tradicional tuxtleca, de las primeras casas que se habían construido; piso de madera que rechinaba y hacía ruiditos con cada paso que dabas. Techo de tejas de barro con maderas que lo atravesaban para sostener la estructura, paredes de bahareque pintadas y que olían muy familiar para mi.

Ir a «La Ceiba» significaba para mí dar un recorrido en tiempo y distancia a la lejana casa de mi abuela materna en el pueblo, donde olía todo rico, a tierra mojada, lluvia, café en el fogón y madera barnizada.

Entrabamos por las puertas de madera en forma de arco y saludábamos a las dependientes, casi al instante mi madre soltaba mi pequeña mano y era la señal de que mi tiempo de libertad empezaba a correr, tenía el tiempo justo que mi mamá se llevaba para elegir sus libros de autores viejos, salía corriendo entre estantes de pared y una mesa enorme que estaba llena de libros a husmear todos los que pudiera o los que llamaran mas mi atención, era ese tiempo el momento que más anhelaba.

El lugar siempre estaba en silencio, pero se interrumpía con el «grich gruch grach» de mis pasos (y los de mi madre) entre los estantes y mesas. Y mis risitas de quién esta tramando travesuras. De vez en cuando sentía la mirada de mi madre que me buscaba entre libreros para asegurarse que el «roba chicos» no se había colado al lugar y me había secuestrado, o ahora lo pienso para saber que yo me estaba portando bien.

Podíamos pasar horas y horas en la librería, nada nos interrumpía nuestro examen a cada libro para elegir al mejor. Para la hora de retirarnos mi madre solo me llamaba por mi nombre y yo salía desde algún rincón del lugar con una pila de libros de todos tamaños y colores, era cuando mi mamá empezaba a revisarlos con cuidado, ignoro si revisaba el precio o el contenido pero siempre la regla era la misma: No puedes llevar mas de dos. Eso aseguraba que visitaríamos la librería en una semana o dos como máximo, en ese tiempo ella ya habría terminado los suyos y yo ya me había aprendido de memoria los míos.

Pagaba y yo salía con una sonrisa presumida como de quien recién a comido pastel de chocolate en porción doble. Me dejaba cargar la bolsa con mi compra (mas que compra, era un regalo).

La primera vez entre temerosa a la casona vieja, que bien suponía en algún momento pudo haber sido habitada por fantasmas o algo mas feo. Mi mamá no soltó mi mano hasta después de un rato de observarme tratar a los libros con respeto, como quien transporta algo de vidrio y puede quebrarse con facilidad. Me tocó sentarme a ratos en el piso a esperar a que ella terminara su elección, eso sí muy cerca de ella porque «algo» me podía pasar y nunca despegó su mirada de mí. Yo admiraba los estantes en esa primera visita como quien se admira en un museo de arte…

En los 90’s, Tuxtla Gutiérrez era una ciudad en crecimiento. «La ceiba» era una de las pocas librerías que existían y que terminó por cerrar sus puertas definitivamente por ahí de 2015.

Aún no existía la librería de «Porrúa» que llegó hasta el 2014 a instalarse en la planta baja del famoso edificio Maciel de la UNACH.

«El escritorio»
Foto: Julio Esquinca

Pero ya existían el «El escritorio moderno» en la primera norte muy cerca del museo de la ciudad. Un establecimiento fundado por don Braulio Sánchez Constantino el 27 de diciembre de 1945, inicialmente se dedicaba a surtir de materiales y libros de apoyo para docentes viajando a la Ciudad de México en su camioneta bajo el nombre de «El escritorio». Y fue hasta en 1976 que actualizan el nombre a «El escritorio moderno». El 18 de mayo de 1998 abrió la librería «Braulios» en el tradicional barrio de San Roque.

Durante algunos años, «Braulios» ofrecía cursos de pintura y lectura algunas tardes por mes, fui de las niñas afortunadas que asistió puntualmente los lunes, miércoles y viernes de 5 a 6 de la tarde, pero al tener que esperar a primos de otros horarios tenía la libertad de husmear los libros infantiles que en ese momento ofrecían.

Con el nuevo milenio, el Centro Cultural «Jaime Sabines» abrió sus puertas para albergar la librería de Educal, que hoy es parte de la red de librerías del Fondo de Cultura Económica.

Tuve la fortuna de ser testigo de como el FCE llegó a Chiapas en septiembre del 2014. La inauguración de la librería «José Emilio Pacheco» fue una fiesta anunciada con bombo y platillo, dónde personalidades como Juan Villoro y Cristina Pacheco fueron invitados de honor.

Actualmente Tuxtla cuenta con diversas librerías, las oficiales, las formales y las de segunda mano. Aunque existan algunas que no cuenten como librerías, también hay espacios donde podemos conseguir libros como las iglesias donde Andrés encontró por casualidad el texto con el que iniciamos este espacio para hablar de libros.

O las famosas «ventas de garaje», o los intercambios de libros que se hacen en bazares dónde podemos encontrar ese libro que va a cambiar el rumbo de nuestra historia personal…

En un país donde se lee poco, las librerías se resisten a desaparecer. Podemos leer casi en cualquier lado, a cualquier hora, desde el teléfono celular, tablet o lectores electrónicos. La tecnología ha re evolucionado la manera en que leemos pero los libros físicos siguen estando de moda.

Abrir un libro sigue siendo un acto de amor: con cuidado y dedicación. Lo acariciamos, sentimos en nuestras yemas las páginas, las texturas pueden variar dependiendo la edad y calidad de los textos. Desprenden un olor entre vainilla y galleta recién horneada. Los abrazamos, y no solo de manera física, también cuando agradecemos las historias y enseñanzas que nos dejan tras cerrarlos.

Hay una discusión importante sobre la ventaja de los libros físicos y los digitales:

Los digitales pesan menos y puedes viajar a todos lados sin pagar extra en maletas.

Pero los físicos los puedes obsequiar, compartir y sentir.

Hemos hablado de muchos libros en este espacio, pero gracias a las librerías (y otros espacios) por acercarnos a ellos.

Al día de hoy, si cierro mis ojos puedo transportarme a esa librería vieja que ya no existe, cuya casona fue destruida para dar paso a modernas construcciones dignas de una ciudad.

Puedo sentir el olor de madera barnizada, barro y teja. Puedo escuchar el ruidito de las maderas que crujen mientras caminas, incluso llego a sentir la mirada protectora de mi madre y me veo con unas manos muy pequeñas cargando libros como el tesoro mas valioso que encontré al fondo de una librería vieja…

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