Galletitas
Julia Franck*
Tenía catorce cuando me llamó. Ya no vivía con mi madre y mis hermanas, sino con amigos en Berlín desde hacía un año. Una voz extraña se presentó: el tipo me dijo cómo se llamaba, que vivía en Berlín y me preguntó si quería conocerlo. Dudé. No estaba del todo convencida. Aunque había escuchado mucho sobre estos encuentros y muchas veces me imaginé cómo serían, la verdad es que, ya estando ahí, me sentí incómoda.
Decidimos vernos: tal lugar, tal día, tal hora. Traía puesto pantalón y chamarra de mezclilla. Yo iba maquillada. Fuimos al Café Richter en Hindemithplatz y luego al cine a ver una película de Rohmer. No es que no fuera simpático; más bien era tímido. Me llevó a un restaurante y me presentó a sus amigos. Dibujó una leve sonrisa irónica entre él y los demás. Podía imaginar lo que había detrás de esa sonrisa.
A veces me dejaba visitarlo en su trabajo. Escribía guiones y dirigía películas. Llegué a preguntarme si me daría dinero cuando nos encontráramos, pero nunca me dio nada y yo jamás me atreví a pedírselo. No estaba mal, después de todo apenas si lo conocía, ¿qué iba a pedirle? Además, podía valerme por mí misma, estudiaba y trabajaba de niñera y haciendo el aseo en casas. Pronto tendría edad suficiente para ser mesera y quizás algún día haría algo bueno con mi vida.
Dos años después, el tipo y yo seguíamos siendo casi desconocidos. Me dijo que estaba enfermo. Estuvo muriéndose durante todo un año. Lo visitaba en el hospital y le preguntaba si se le ofrecía algo. Me dijo que le tenía miedo a la muerte y que quería terminar con esto cuanto antes. Me preguntó si podía conseguirle morfina. Me quedé pensando. Tenía algunos amigos que se drogaban, pero ninguno que se metiera morfina. Aparte, no estaba segura de si los del hospital querrían averiguar de dónde la sacó. Lo dejé pasar.
A veces le llevaba flores. Me preguntó por la morfina y yo le pregunté si le gustaría un pastel; a fin de cuentas, yo sabía lo mucho que le gustaban. Me dijo que ahora prefería las cosas sencillas: quería galletitas, nada más. Regresé a casa y me puse a hornearlas. Dos bandejas completas. Seguían calientitas cuando se las llevé al hospital. Me dijo que le habría gustado vivir conmigo, cuando menos intentarlo. Siempre creyó que para eso habría tiempo, algún día, pero ahora era demasiado tarde.
Se murió poco después de que cumplí diecisiete. Mi hermana menor vino a Berlín y fuimos juntas al entierro. Mi madre no vino. Supongo que estaba ocupada con otros asuntos. Al fin y al cabo, nunca supo realmente quién era mi padre y jamás lo amó.
*Esta es una traducción del cuento titulado Streuselschnecke, de la escritora alemana Julia Franck (1970). Esta traducción recibió el primer lugar en el 1er Concurso de Traduccción Literaria para traductores noveles, en la categoría Alemán-Español, organizado por el Departamento de Traducción de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción.
**Puedes leer el texto original aquí.
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