Los Jach Winik y el mito lacandón de la gestación

Jach Winik de La Selva Lacandona. Cortesía: Etnias del mundo.

* Los mayas lacandones se caracterizan por un sistema en el que cada existente del cosmos se le atribuyen la posesión de un alma y condición de persona. El feto es considerado como una entidad ambigua y agresiva, su condición debe ser construida a lo largo de la vida para permitir su ingreso en el mundo social.

 


 

Alice Balsanelli, Doctora en Antropología Social de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, investigó a los mayas lacandones de la Selva Lacandona, quienes se autodenominan Jach Winik “Hombres Verdaderos” y hablan una variante del idioma maya yucateco.

Un grupo pequeño, distribuidos en tres comunidades: los lacandones meridionales en Lacanjá Chan Sayab y los septentrionales en Nahá y Metzabok.

Balsanell estudió las concepciones acerca del feto, la gestación y los ritos que insertan al niño en sociedad y así ingresar a la categoría Jach Winik.

El mito lacandón dice que antiguamente los niños nacían de las raíces de las ceibas (yax ché) cuando la mujer estaba por aliviarse, tenía que adentrarse a la selva, en busca de una ceiba para barrer sus raíces. Volvía con abdomen plano y encontraba al bebé al pie del árbol, sin advertir algún dolor.

Árbol de ceiba. Cortesía: Graficaitinerante.

Los árboles sagrados se encontraban muy lejos de los caseríos, el dios Ah K’in Chob decidió que los niños nacieran de las raíces de los papayos. Las mujeres siguieron pariendo sin dolor, el nacimiento de los niños era considerado como el resultado de una intervención divina.

Las lacandonas perdieron esta facultad cuando una muchacha, engañada por el demonio Kisin, robó una sandía y el dios decidió castigar a los humanos. Fue ahí que las mujeres dejaron de recibir a los bebés de las raíces de las plantas y empezaron a dar a luz con dolor.

La investigación etnográfica de Balsanelli pudo encontrar un mito inherente a este tema, de acuerdo con los informantes, las almas de los niños se encuentran en el cielo de los dioses, donde esperan el momento en que una mujer y un hombre se unan para generar el embrión, que será dotado de la entidad anímica pixän “espíritu” o “alma”.

“Dice mi abuelito que dios hizo el maíz para que la mujer lo moliera, para que nosotras las mujeres lo preparáramos; y los árboles les tocan a los hombres, porque ellos van a recoger la leña o a buscarla para hacer fogatas, para hacer sus casas también. entonces se dice que cuando una mujer está embarazada, los espíritus de los árboles y del maíz le preguntan al dios a quién quiere que envíe, si un hombre o una mujer … los espíritus del maíz dicen: “¡envía a un niño!, porque las mujeres nos muelen, nos queman, nos cuecen, nos hacen sufrir”, y también van los espíritus de los árboles: “¡envía a una niña!, porque los hombres nos cortan, nos tallan, hacen cosas con nosotros”. el dios lo piensa bien y luego decide si será un niño o una niña…” Testimonio de una informante Koj de Nahá.

Niños del grupo Jach Winik. Cortesía: Etnias del mundo.

Esta versión del nacimiento de los niños es la única que hace referencia que el alma de los bebés procede del plano celeste. En una ontología animista, que es un elemento dado en cada existente; lo contrario, el cuerpo es lo que se necesita construir y lo que permite categorizar a un ser como “persona”

Balsanelli se percató que los abortos y bebés que nacen sin vida reciben el mismo trato que los despojos de las presas, un parto prematuro no lleva a buen término el embarazo, el producto es colocado en el tronco de un árbol muerto, cubierto de hojas y tierra. Él vuelve de ese modo al corazón del árbol del que es fruto.

Pocas personas siguen colocando el producto en los árboles, algunos dicen que esta costumbre era fruto de la ignorancia de los antepasados, que no sabían que los fetos tenían que ser enterrados, no se trataba de un problema de ignorancia, las influencias de otras religiones cambiaron la concepción acerca de los embriones y de los cuidados necesarios en el caso de una interrupción de embarazo.

Chän och acompañado de su familia. Cortesia: Graficaitinerante.

Los lacandones llaman a los niños recién nacidos y a los bebés en el vientre materno chän och “pequeño tlacuache”. Las mujeres explican que, en el pasado no se trataba con los niños temas referentes a la sexualidad, cuando un pequeño preguntaba sobre su origen, la mamá le contestaba que lo había encontrado en la selva, en forma de un pequeño tlacuache, lo había atrapado y “convertido en un niño”.

Las sociedades que desconocen las causas fisiológicas de la concepción humana, la maternidad es concebida como la inserción del niño al interior del vientre por parte de agentes externos, tras el contacto de la madre con un objeto o un animal del cosmos, compara datos etnográficos inherentes a distintas sociedades, menciona Balsanelli.

Las prohibiciones y tabús tienen que ser respetadas, el peligro del embarazo reporta que la mujer encinta es alejada del grupo y tratada como un agente contaminante, existe un conjunto de alimentos que no pueden ser consumidos durante el período de gestación; uno de los animales más peligrosos es el armadillo (w’ech), porque podría causar malformaciones o la muerte de la gestante y del niño. se prohíbe la ingestión de animales que poseen pezuñas y que rascan el terreno, ya que estos “podrían rascar la placenta y romperla”.

Para los lacandones la construcción del cuerpo y de la identidad empieza en los fluidos corporales de los padres cuando el padre “pasa su savia al infante y lo nutre con su miel”. En los primeros meses de vida, los niños son muy vulnerables; en el pasado, antes de a acudir a clínicas y hospitales para recibir atención médica, el riesgo de muerte prematura era constante entre los recién nacidos. El rito de paso, ahora en desuso, marca el momento en que el pequeño entraba a formar parte de la comunidad.

 

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