Del miedo a lo femenino a la violencia machista

La legitimación de que lo femenino es violen-table pese a que el agresor sea parte de un colectivo feminizado se expresa a través del privilegio, la distinción y la violencia. Cortesía: Luis Enrique García Jiménez

*Lo femenino se subestima, ser “más hombre” implica ser “menos mujer”. Ya que, las sociedades machistas se rigen por una lógica heteronormativa que solo reconoce dos géneros: femenino y masculino, de ahí que las prácticas afectivas y sexuales que no siguen esa lógica suelan ser estigmatizadas.


Luis Enrique García Jiménez, investigador de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), aborda en su artículo «Del miedo a lo femenino a la violencia machista entre hombres homosexuales» la lógica heteronormativa en la población de hombres homosexuales en San Cristóbal de Las Casas. También, planteó una discusión sobre el rol de las instituciones socioculturales y educativas, en conjunción con la identidad/cultura gay.

Lo anterior, con el fin de establecer nuevas perspectivas sobre dicha población y visibilizarla como un grupo heterogéneo, además de diverso y autoconstituido de manera violenta. Dicho esto, indicó que a partir del miedo se construyen esquemas sociales que delimitan lo “normal” y facilitan la violencia hacia lo “anormal”.

Chiapas  se ubica en el lugar número 15 de estados con más crímenes de odio contra la población LGBT+.

En general, García Jiménez señaló que se nos educa con base en el miedo y la intimidación para ser, actuar y pensar de acuerdo con lo que digan los demás. Y, al ser implementado como mecanismo de represión ante lo que queda fuera de una normalidad preestablecida, se acompaña de frases del tipo “los hombres no lloran” para legitimar la agresión contra lo “anormal”.

En las familias, escuelas, congregaciones religiosas y en la sociedad misma, esto involucra diferentes violencias: comparaciones, golpes, gritos, humillaciones, abusos y hostigamientos, que sirven para separar lo prohibido o excesivo de lo moralmente aceptable y suficiente, explicó García Jiménez.

Para el caso de los hombres, mencionó que su masculinidad suele forjarse a partir de actos de violencia que infunden miedo. Aprenden los comportamientos y condiciones sociales en torno a la virilidad, fuerza física, contención emocional, liderazgo y responsabilidad. Es decir, “ser hombre” es pensar, actuar y verse masculino, depende de qué tanto se obtengan y tengan dichas cualidades. Entonces, encarnar lo que desde la tradición es asumido como femenino: la emocionalidad, sumisión y debilidad, marca una diferencia social frente a lo masculino.

Por eso, el investigador señaló que en las sociedades machistas, ser “más hombre” implica ser “menos mujer”, pues la apariencia y la conducta femenina son despreciadas, y los hombres tienden a eliminar lo que los asocie con lo suave, cándido, subjetivo e irracional.

Además, hemos sido criados en una lógica que no solo establece distinciones entre hombres y mujeres, sino que enmarca como natural e idóneo que unos y otras se complementen. A esto se le denomina heteronormatividad, la cual solo reconoce dos únicos géneros y sexos complementarios, ignorando otras posibles identidades y formas de relacionarse, agregó el investigador.

Por ello, es comprensible que en las sociedades exista la homofobia, pues se considera que los hombres que tienen sexo con hombres forman parte de la feminidad en la que se ha marginado a las mujeres. Esta violencia, es una de las formas con las que se legitima el rechazo, discriminación e incluso el homicidio de un igual.

En ese sentido, expuso que una fobia que se manifiesta en el imaginario social cuando las prácticas afectivas y sexuales no siguen la lógica heteronormativa. Además, muchas veces los hombres homosexuales también usan ese tipo de violencia contra otros del mismo colectivo para asegurarse un lugar de privilegio entre pares.

Marcha por el Orgullo y la Dignidad de la Comunidad LGBTTTI – Foto Andrés Domínguez (1)

A la vez que sufren violencia homofóbica por ser o parecer femeninos, buscan diferenciarse y ser aceptados por actuar de manera masculina. En pocas palabras, tratan de serlo como estrategia de supervivencia ante las violencias machistas.

Por otro lado, expuso que al interior del mundo homosexual es posible distinguir “clases” conformadas por sujetos infravalorados cuando se les asume como femeninos o sobrevalorados por su masculinidad. Es decir, se utiliza un machómetro imaginario que clasifica a distintas identidades homosexuales de acuerdo con los niveles de agresión a los que “merecen” ser expuestas.

Los identificados como marica o puto, por ejemplo, son más violentados que los de apariencia más masculina. Esto causa que los osos, sugar babies y sugar daddies reciban menos violencia, aunque la ejercen hacia el resto tanto por sus rasgos físicos, como por su posesión de bienes, dinero y conocimientos, dijo García Jiménez.

Esto muestra que la violencia de género en este grupo también se replica intragrupalmente. Los hombres homosexuales “afeminados” violentan a sus pares buscando una posición de privilegio. Por su parte, los homosexuales masculinos violentan a los “jotitos” mediante golpes, comparaciones humillantes y agresiones sexuales. Un entrevistado, le afirmó que la diferencia entre ambas clases trasciende la virilidad.

De esta forma, al conceder inconscientemente una condición de superioridad a los más hombres, aquellos que padecen mayor violencia, buscan aliarse a los más masculinos, para ascender en la escala social, lo que en ocasiones implica la renuncia de su feminidad a partir de la masculinización del cuerpo, de sus prácticas sexuales y su estilo de vida, indicó el investigador.

Hemos sido Discriminad@s e invisibilizad@s por el Gobierno de Chiapas: Comunidad LGBTTTI
Foto: Roberto Ortiz

Por lo que se legitiman relaciones violentas para obtener beneficios y privilegios, como se lo confirmó otro entrevistado al mencionar que “no todos somos locas; conocemos gays doctores, licenciados, con maestría, muy inteligentes y que ganan más dinero”. Dando pistas respecto a que los hombres homosexuales también son presionados, como los heterosexuales, a cumplir con la expectativa del varón masculino, intelectual y proveedor.

Tales modelos, ordenan incluso las relaciones sexuales, pues entre más masculino sea alguien, es menos posible que ejerza el rol de pasivo en ellas. Lo mismo sucede con el color o la edad: si la piel es más clara o el sujeto es más joven, con mayor facilidad podrá ser un objeto de deseo para el papel de pasivo. No obstante, hay excepciones y a veces buscan dominar de forma sexual a los más masculinos, más morenos o de mayor edad para establecer un dominio sobre condiciones valiosas: virilidad, aguante y experiencia.

En resumen, mencionó que predomina una lógica heteronormativa, racista y etarista en la población de hombres homosexuales residentes en San Cristóbal de Las Casas, sobre todo por parte de quienes aspiran a la blanquitud, riqueza y juventud.

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