Ambiente de penumbra

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Y pues no, no hay ambiente mundialista en el país. Contrario a otras versiones, esta justa futbolera no tiene ese sabor “especial” que el mercado deportivo tiende a colocarnos en la acolchada alfombra roja del nacionalismo deportivo.

Me parece que el previo al Mundial asemeja a un ritual funerario más que celebración internacional de una de las pocas justas donde prácticamente más de la mitad del planeta es convocada, ya sea por el juego en sí y por los alcances mediáticos y contratos millonarios de derechos de transmisión.

Siempre se ha dicho que la afición mexicana es de las mejores en el mundo por lo alegórica y estruendosa que es cuando se presenta en el torneo. Contrario a la selección, el público nacional es alegre, no manifiesta culpabilidad alguna y se regodea en el desmadre, así sea gane o pierda el equipo. Y como casi siempre es lo último, lo que le queda a la gente es disfrutar del espectáculo, lo que nunca hacen los jugadores: nuestro equipo es sobrio, con la presión a todas luces, nervios en ristre sin atisbo de conversión a la adrenalina. Cierto temor a su cita con ese obscuro destino que nos hemos presagiado desde hace no sé cuantos mundiales.

Ahora, en cambio, el ánimo de esta afición despilfarradora se ha contagiado de esa incertidumbre, por decir lo menos, en este previo a la Copa del Mundo. Algo anda mal, o muy requeté mal, para que este país, tan dispuesto a la celebración dionisíaca del todo o nada cada cuatro años, esté tan apagada. Creo que hay dos cosas que sobresalen para tal sentimiento aflore.

En primer lugar es la sede. Qatar no cumple las expectativas de organización, no únicamente el administrativo y el del mega negocio (que ese si va bien, todo indica), sino de la idiosincrasia que debe tener un país para poder tomar la rienda deportiva más importante del año. Como no es país futbolero, pese a todos los intentos de las industrias deportivas internacionales -por lo menos en México- la cosa no va bien en cuanto al feeling que debe tener el deporte más popular del orbe. No tomamos en cuenta las anquilosadas restricciones que el país trata de exigir a todo aquel que vea esta versión de la Copa del Mundo como una catarsis pos-pandemia, en donde cualquier exceso deberían estar permitidos como parte de todo espectáculo de masas. No es este caso. El nulo feeling con Qatar es que no-se-juega-futbol ahí. No es un deporte donde apasione, donde se sientan las metáforas de la búsqueda de gloria en estas versiones posmodernas de las guerras entre países. Es desierto, sequedad abrasiva; no hay sensación potable de la espera de algo tan ansiado por mucho tiempo.

Una vez concluido el Mundial, chao babies, el país árabe seguirá acumulando millones (de petróleo y de dólares) y la idea del futbol como un acontecimiento único para aglutinar audiencias intra, inter y supranacionales se derrumbará como la mayoría de los impecables estadios que se construyeron únicamente para el mes que dura el evento.

El otro factor que hace que el previo a la Copa del Mundo sea de un ambiente de velorio, es la tremenda crisis que pasa por el futbol nacional. Como nunca antes, esta crisis no es expresa nada más en lo deportivo porque, de una forma u otra, ya sabemos de las angustias que pasamos cada vez que se juega en este nivel. Ahora es distinto. Esta crisis es de legitimidad. Es de una severa ruptura entre la Federación Mexicana de Futbol y el público, donde en medio de esta divergencia está la selección nacional. No existe credibilidad alguna de la gente con la FEMEXFUT en este nacionalismo futbolero. Por tanto, la identidad entre lo que nos representa (la selección) y lo que esperamos de ella como mexicanos (el nacionalismo) está tan quebrada que nadie, pero nadie, cree que México hará un buen papel en Qatar.

Por tanto, hay una sensación de paso lento hacia el patíbulo. Camino a ese final, trágico por donde se le vea, que a nadie urge llegar por saber ya el epílogo de la historia, pero que al mismo tiempo quisiéramos dejar pasar rápidamente, olvidar el trago amargo de la derrota, la descalificación y la trombosis emocional del lejano “quinto partido”.

El nacionalismo impuesto por los empresarios del futbol, está roto.

Desde luego, existe la posibilidad de la invocación de las deidades hebraicas para salvar la situación. El “ojalá” nuestro tan guadalupano y milagroso por sí mismo, que quisiéramos que los jugadores se convirtieran en seres totémicos para poder lograr que la Técnica se doblegue ante lo sacro. Y es que, aunque no lo creamos, lo que la Copa del Mundo también hace es sentirnos parte de una fábula, de una parte de la historia que consagra lo impensable, que el débil domine al poderoso, pero para eso se necesitan más que exhortaciones etéreas y, en cambio, dosis extras de buenas maniobras estratégicas en el campo para conseguir un puto gol que nos salve la cotidianidad.

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