El último que cierre

Foto: @fifaworldcup_es

Las imágenes siguen pasando con esa lentitud, esa parsimonia que a veces también semeja nostalgia. Ante el evento de masas del año, las cosas por su nombre: estamos ante la presencia del más irracional de los deportes, el más salvaje de todos por el efecto catártico que produce. Al final, todos estamos locos. Y es literal. No paramos de hablar de futbol y la cabeza nos zumba cada vez que alguien toca el tema.

No es para menos. No hay ningún deporte que saque lo más emotivo, lo más pasional (en todos los sentidos posibles, incluido el que catapulta la violencia como sello colectivo y excluyente) de nuestras esencias. No estoy tirando rollo, por sí. Solo basta ver las celebraciones de Marruecos, en ese país, en todo el mundo árabe-musulmán, o donde estén regados toda esa población diáspora migrante marroquí alrededor del mundo. O en el Obelisco en Buenos Aires. Todo un país paralizado, ante toda la posibilidad siempre a la mano de lograr ganar la Copa del Mundo, en este mundo dislocado por la pos-pandemia y la crisis económica internacional, dispuesto y entregado a once jugadores que ahora son superhéroes de un cómic dibujado desde el surrealismo.

Porque nada como el futbol para ese tipo de reacciones. Pero también nos da esas estampas -esas que digo que se confunden ya con la nostalgia- de una analogía distópica, por donde quiera que se vea. La fantasía dispara a la historia de forma contundente. Marruecos logra su revancha histórica desde el futbol. Le pega a la península ibérica y reivindica su lugar olvidado. Escribo esto una hora antes del juego de semifinales contra Francia: si gana Marruecos sería el cisma más importante de toda la historia del futbol. Marruecos, nación colonizada por Francia; con siquiera disputarle una semifinal a la metrópoli y plantarle cara como cualquier rival que rebase la dignidad deportiva y asumirla como una lucha simbólica, ya es más que ganancia. Este deporte nos otorga esas extrañas formas de soñarlo.

Luka Modric, ya se ha dicho, en todos los cantos de la tribu seguirá sonando su saga a través de la historia. Genio balcánico curtido en guerras de verdad. Comandante de un ejército de parias que, en la osadía de jurarles verdades a los grandes, lograron hazañas nunca imaginadas, ni siquiera en las mejores fábulas de quien cuenta las mejores epopeyas futboleras. Derrotar al mejor Brasil de los últimos tiempos, es una de ellas; habla por sí sola, sin cortapisas. Futbol digno, toque mágico de su estratega, un mediocampista cara de viejo, adusto, poeta de su propio trazo. Inolvidable guerrero de la vieja guardia.

Ya lo he dicho repetidamente: no me cae bien Cristiano Ronaldo, y no por “guapo, rico y famoso” (dixit), sino porque, según mi inoperante moral atravesada por mis prejuicios judeocristianos, la humildad debería ser la antesala de toda acción que uno haga. Por supuesto, eso no aplica a un deporte de alto nivel como el futbol. ¿Qué diablos me importa si el tal CR7 se ufana de su fama si es el mejor delantero de todos los tiempos? Porque lo es, sin duda. Y esto no es un concurso de simpatía, sino de contundencia y estrategia. Cristiano Ronaldo no se merecía este final; digamos que fue menospreciado hasta por su propia fama, no le dejaron desplegar su juego. Pero el deporte de alta competición exige sangre, y mucho más. El tiempo físico del gran Ronaldo ya pasó. Honra al atleta quien lloró por su falta de contundencia en el campo, ante una invisible alfombra roja que la FIFA debería otorgarle por el simple hecho de quién se trata cuando se menciona CR7.

Messi juega (¿por fin?) como Messi. Lionel, el chico tan solitario, tan autista, desahuciado por su frialdad emocional en un juego donde no impera esta fórmula; tan tierno en un espacio de masculinidades proclives a los embates violentos de chavos llenos de cortisona. Tan Messi todo el tiempo.

Pero sucede lo impredecible. Es cuando muere Maradona cuando la “pulga” se libera, se siente libre de tan omnipotente presencia; tiene el 10 tatuado, pero fue lápida cuando tenía que someterse a la tiranía de sobrellevar un equipo (y una nación) en los hombros. El Diego, carajo, qué presencia. Pobre Messi, tener que pelear contra sí mismo y la historia futbolera de un país.

Ahora Lionel en la final. Se ve relajado, más seguro; tan firme, tan genio como solamente él. Hasta parece normal.

En esta su etapa final en los mundiales, este domingo tiene todo el ambiente para que logre coronar una brillante carrera, y no tan solo por la exigencia de una nación que demanda, y mucho, la inmediatez de la gloria del balompié en toda línea: no hay pasado, ni mañana para Argentina. Nunca lo fue, siempre es hoy y ya: nadie tuvo errores, no hay explicación de tantos subcampeonatos, nadie tiene “responsabilidad” a la hora de encarar, otra vez, interminable, el triunfo anhelado. Es hoy, tiene que ser ahora, a como sea, a costa de lo que sea, pero sobre todas las cosas, de la mano del artista del cual solo se esperan cosas buenas. Nada más, nada menos.

Puras acciones mágicas en donde pende de un hilo, tanto un orgullo “nacional” trasnochado, como la necesidad de que un país, un continente y una identidad, Latinoamérica, que podamos derrotar toda la hegemonía impuesta desde Europa. El único chance, el gran momento para tod@s nosotros para decir que también existimos y estamos con el halo de la historia en nuestras manos y de nadie más.

Ni duda cabe que el chaparrito lo sabe. Este domingo Messi brillará, pero no por la inmensa presión que cualquier profesional de su talla lo mantiene en vilo, sino porque él siempre quiso jugar, competir, sin la saña que provoca la rivalidad profesional y mercantilizada del futbol mundial.

Frente a Messi, la Francia más poderosa de los últimos años, en físico y en la matemática racional de un sistema de juego contemporáneo; rudeza de trazo, esquemas tácticos en ángulos perfectos a toda velocidad. Dos escuelas, dos tradiciones.

Lionel Andrés Messi sabe que tiene que hacer el mejor partido de su vida.  El juego de juegos para él. A su modo, ya insultó, ya hizo esa rudeza innecesaria tan recurrente en el futbol pampero, tiene barba y tatuajes que, en el efecto simbólico de las masculinidades, eso se espera de él, está bravo y tenso.

Pero cualquier artista sabe de pasiones. Conoce los altibajos de la inspiración y de la famosa “musa” griega que, caprichosa como es, no llega cuando uno quiere, pero puede ser invocada con cualquier delirio emocional logrado a tope.

Creo que tendremos un duelo sin igual entre la “vieja” y “nueva” generación de genios del futbol. Soy parcial, como ya se puede inferir (pero también podría ser Brasil, por si la argentinofobia mexicana comenta lo que a diario dice. Son los dos únicos países con quienes, en el futbol, podemos competir a ese nivel en la arena internacional). De Mbappé a Messi, quiero ver concluir a una argentina ávida de conquistar lo que mejor sabe hace en el deporte profesional. Por el chavo insulso que lleva el 10 en su espalda, por el país -tronado de tantas crisis-, por haber ahí herman@s que han brindado conmigo, por el Diego. Pero, por encima de las cosas, por la historia de Latinoamérica, la nuestra, la underground, la contracultural. que exige seamos vistos no desde encima del bosque, sino como parte de éste, donde también podemos disfrutar de las glorias y triunfos.

Se va el Mundial y las puertas se cierran poco a poco. El último que cierre, con todas las fuerzas, para sellar esta saga mundialista caracterizada por el drama de los subalternos, prometeicos, que no buscan ser los mejores (nunca, no somos iguales), sino ser parejos, iguales, en las mismas condiciones por las cuales debemos pertenecer en esta parte del mundo y de la vida que nos toca convivir. Chao y salud y nos vemos en cualquiera de las celebraciones.

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