El lado obscuro de las olimpiadas
*Por Juan Pablo Zebadúa Carbonell
Como todo evento mundial, los Juegos Olímpicos no están exento de polémica. Más aún: en el trasfondo de esa cooptación emocional que plantea el olimpismo cada 4 años, existe un argumento político para llevarlo a cabo, entendiendo la política como la forma de negociación-desestabilización que no tiene nada que ver con lo deportivo.
Basta recordar que las olimpiadas fueron, como muchos otros, campo de cultivo para dirimir los conflictos de la Guerra Fría, en Moscú 80 y Los Ángeles 84, en los cuales la bondad de los pacifismos quedó sepultada bajo los discursos ideológicos de los dos bloques políticos de entonces. Nada de inocencias a la hora de revisar las catacumbas institucionales de estos eventos de talla mundial. Entre otras cosas, por ser de alcance planetario, lo que no deja indiferente a cualquier industria mercantil deportiva a gran escala, sea en formato mass media, utilería y equipamiento, coucheo trasnacional, etc. En los olímpicos se abre toda una parafernalia donde participan todos los elementos del gran capital en aras del espectáculo de cada 4 años.
Hablo de que atrás del escaparate humanista que aún fomenta las olimpiadas, existen otros intereses que hacen de este evento un espacio político de gran alcance. No tiene mucho tiempo, antes de la “caída del Muro”, la justa deportiva se promovía desde la disputa del Deportista-Estado contra el Deportista-Mercado, es decir, la pugna política entre socialismo y capitalismo que recorrió el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
El Deportista-Estado, atletas de los antiguos países del bloque socialista, fueron entrenados y patrocinados para competir contra el bloque capitalista. En esta configuración, estos atletas fueron amateurs, con becas gubernamentales, pero no tuvieron patrocinios de marcas para presentar un nacionalismo exacerbado en torno a las competiciones.
Por contrario, los Deportistas-Mercado, atletas patrocinados por distintas marcas, utilizaron los juegos olímpicos para saltar al profesionalismo. Deportistas que con el tiempo se convertirían en verdaderos héroes nacionales, jóvenes ricos viviendo del deporte, ejemplos a seguir de la mano de los patrones capitalistas del “más rápido, más alto, más fuerte”. La pregunta era cuál de las dos formas de pensar los deportes tenía la viabilidad para ser el ejemplo a seguir.
Esta disputa deportiva entre los dos bloques políticos fue lo que sobresalió por décadas, también fue campo de choque discursivo de la Guerra Fría y la virtual politización del deporte a nivel mundial.
Aunque en constante tensión, estas dos visiones deportivas no variaban uno de otra en cuanto a la forma de expandir los (sus) deportes en el mundo. En ambos casos, la industrialización de los cuerpos; la competencia individual o colectiva como razón de ser del deporte de alto rendimiento; la actividad física no como actividad social incluyente, ni de salud pública, sino de beneficio político, fueron la materia prima ideológica para las representaciones nacionales en las Olimpiadas. Ni el socialismo ni el capitalismo quedaron exentos de estos planteamientos que, en Paris 2024, aún se sigue observando en distintos niveles y escalas.
Siendo un evento pensado y desarrollado por Occidente, las alternativas son pocas para las naciones que no tengan sus características, entendido esto como infraestructura deportiva de alto nivel, logística nacional para la promoción y reclutamiento, fondos y logística para ir a competir a otros países, etc.
La lectura clásica sigue siendo así: mayor desarrollo de los países, mayor logros y medallas (que únicamente son tres, acortando las posibilidades a lo más mínimo); los rankings internacionales piden estándares para participar, a veces se laxa de tal forma que muchos logran estar en los juegos, pero al no tener los tiempos y los niveles de los que sí los poseen, por supuesto que no hay una mínima oportunidad de estar en el pódium. Es justificar que los campeones “competirán” democráticamente con todo el mundo, pero se sabe que no es así. Coloquialmente sería “hacer bulto”, comparsa para llenar el discurso de inclusión internacional. Desde luego, hay excepciones, los famosos “milagros” que son usados mediáticamente. En México, está el caso de Felipe, “El Tibio”, Muñoz que seguramente sería unos de los pocos casos extremos de un milagro deportivo, cuando en 1968 le ganó la medalla de oro, en natación estilo pecho, a los representantes de la Unión Soviética y los Estados Unidos. “El Tibio” no era absolutamente nadie antes de eso.
Hoy el deporte ha servido para posicionar políticamente a los países que están en el medallero. Es la regla de la competencia, no hay duda y siempre estará a discusión, pero no deja de llamar la atención que no haya una agenda sociológica y antropológica de alto nivel para hablar seriamente al respecto.
*Profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Chiapas y miembro del Observatorio Maradoniano del Deporte.
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