Desde la tierra caliente a Los Altos

© Frailes franciscanos como hace siglos. Pantepec, Chiapas (2017)

Parte décima cuarta

Observan alguna concentración de personas. Todas llevan globos blancos y celestes, y preguntan por el camino de Pantepec a dos viandantes que muy corteses les responden. Entonces atraviesan algunas calles, pasan junto al flamante plantel regional de la UTS, Universidad Tecnológica de la Selva, cuya sede principal se encuentra en Ocosingo. Muy pronto localizan el panteón que les han referido, a donde la sombra de los cipreses corpulentos de su entrada posterior los invita. Paran entonces ante la invitación, pues ya es hora de almorzar.

Antiguamente toda esta zona enorme fue ocupada por comunidades zoques; desde Solistahuacán a Pichucalco, y desde esa línea hacia el Occidente de Chiapas, tomando como frontera sur algún trazo imaginario entre Tuxtla y Cintalapa. Para recordarlas es que cruzan esta pequeña parte los excursionistas, quienes se desayunan con jugos, frutas, galletas y café, de bajo de los cipreses del camposanto.

Un par de camionetas grandes (no las típicas Nissan de los pueblos serranos de Los Altos y el Oriente), menos abarrotadas, pasan sobre la carretera con gente joven. Los globos celestes antes enunciados van en sus manos, mismo color que el de sus camisas y vestidos. Reanudan el camino y muy pronto resuelven el enigma de los globos y uniformes: inicia ahora mismo una concentración religiosa, precisamente en el atrio abandonado de la iglesia de Pantepec, dedicada a la Virgen de la Asunción. Un antiguo templo dominicano, sencillo, desamparado y algo derruido.

De varios vehículos descienden personas de diversos tipos: hombres, mujeres, adultos, adolescentes, jóvenes. Llegan dos bandas de viento, una en cuya tambora se lee: “Banda San Juan Bautista. Ejido Cálido, municipio de Jitotol, Chiapas”. Baja de un camión la orquesta pronto reconocible de los chamulas, por sus trajes e instrumentos musicales típicos: tambor, arpa, dos guitarras, un violín e incluso acordeón, pero sobre todo… algo que nunca antes habían visto sus ojos en ningún pueblo de Chiapas: siete u ocho religiosos vestidos con sus hábitos cafés, muy al estilo de los tiempos de antes; provistos de capucha, capa, cordón blanco de tres nudos, e incluso rosarios prendidos a la cintura; algunos calzados con sandalias en vez de zapatos formales.

Se acercan, observan varios estandartes de sociedades y organizaciones religiosas, se enteran del alboroto y… todo cobra sentido: los frailes de la orden de San Francisco de Asís, hoy responsables de las parroquias de ascendencia y estado zoque, dentro de la diócesis de Tuxtla, han convocado a los feligreses del área: se congregan para formar desde aquí, una marcha-peregrinación que habrá de concluir en el templo principal de Rayón. Ello debido a que el próximo 24 de agosto, la gente celebra la fiesta de su patrón San Bartolomé.

 

Tapalapa y su templo derruido

Dejan Pantepec y ahora van camino hacia arriba, sobre una carretera pavimentada aunque sinuosa y a tramos arruinada. Continúan hacia la montaña, rodando sobre la famosa Sierra de Pantepec, rumbo Oeste, en donde son notorios los montes de pino-encino muy bien cuidados en algunas partes. Una patrulla de mantenimiento de caminos, provista de dos vehículos, hace lo propio en una zona de hoyancos; campesinos cargan planchones de madera a una camioneta y he ahí, algo más arriba, Tapalapa. Pequeña ciudad zoque, muy parecida al pueblo anterior de calles pavimentadas con concreto hidráulico, de mejor calidad sin embargo que el de las vialidades de la propia Tuxtla Gutiérrez capital.

Paran detrás del templo antiquísimo. Clarita y Juanjo rodean la manzana para ubicarse en frente de la plaza, mientras Augusto decide desentumirse y caminar alrededor del templo: la iglesia y antiguo convento de San Agustín, asiento de una cofradía de origen colonial (que la gente del pueblo recuerda aún ahora). Verdadera joya arquitectónica de rasgos gótico-renacentistas, como todas las erigidas por los dominicos constructores, seguramente pensando en la actividad sísmica y en las sacudidas típicas de la región. Templos gruesos con contrafuertes, desprovistos de torres o campanarios altos.

La torrecilla apenas levantada, la que se encuentra adosada al flanco izquierdo de la nave del templo, hace recordar a Clara y a Augusto, casi con exactitud, los campanarios que a mitad del patio, frente a los templos budistas, se encuentran en varias ciudades del Oriente extremo. Incluso una de las cuatro campanas que aquí se exhiben, guarda la fisonomía de aquellas, muy parecida a cencerros gigantes. Es una lástima que la desidia haya favorecido el derribo del techo y parte de la estructura del ábside, la zona posterior arquitectónicamente más valiosa, pues siempre contienen el altar, el presbiterio, el retablo principal y en ocasiones la sacristía.

Conserva, no obstante, sus puertas laterales, dos cruces atriales y el coro de madera decorada, sobre la puerta principal, aunque nada sobrevive de su probablemente amplio y soberbio atrio, lo mismo que de su convento, del cual no quedan sino restos arqueológicos. Restos que hoy son utilizados como estancia y oficina parroquial. Mismos que en fin, ojalá pronto el INAH pudiera restablecer, por el bien del patrimonio arquitectónico de la región.

 

Vandalismo ante Ocotepec

Satisfechos ante este panorama apenas ahora conocido, reanudan el camino tan sólo para encontrar algo adelante, un paisaje igual de extraordinario aunque no cultural sino del ámbito de  Natura: paredones húmedos cortados a tajo junto a la carretera, tapizados de vegetación nunca antes observada: hojas gigantes, espinosas, parecidas a las pequeñas sosas, pero también plantas de florecillas rosadas que los viveros del Centro comercializan. Abundantes formas variadas de helechos… todo coronado en lo alto de la montaña por pinos gigantes, formidables, aunque ocurre algo raro, a decir por el orden y pulcritud general de la región: casi todas las protecciones metálicas de la carretera, han sido sustraídas. Nos referimos a las colocadas justamente en los tramos sinuosos, para proteger a transeúntes de voladeros y precipicios; sólo funcionales, aunque ilegalmente, en los corrales de ganado y en los patios de fierro viejo.

Retroalimentación porfas. cruzcoutino@gmail.com

 

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