El heredero y el miedo, el libro que inspiró Juan Sabines

Alfredo Palacios retrata en El heredero y el miedo a Juan Sabines y a su familia. Foto: Sarelly Martínez/Chiapas PARALELO

Alfredo Palacios retrata en El heredero y el miedo a Juan Sabines y a su familia. Foto: Sarelly Martínez/ChP

Sarelly Martínez/Chiapas Paralelo

A Juan Sabines le debemos no solo el primer lugar per cápita nacional de endeudamiento de Chiapas, sino también haber provocado el renacimiento de la novela política en México.

El heredero y el miedo, obra escrita por Alfredo Palacios Espinosa, recupera a ese personaje oscuro, maléfico y terriblemente medroso que gobernó a la entidad en los últimos seis años.

La novela combina ligeros elementos de ficción, en proporción casi insignificante, con una cargada e insoslayable realidad espantosa y casi eterna.

A Alfredo Palacios se le reprochará por haberse inspirado en Sabines para construir el personaje de Pedro Cedrales Custodio; se le dirá que no tiene autoridad moral por haber sido colaborador del exgobernador y también por haber sido su rehén en el Amate.

Para un creador, con un largo andar en las letras, esos reproches no pueden escucharse sino como censuras solapadas para seguir manteniendo el largo silencio en torno a la administración más corrupta y represiva de Chiapas.

Alfredo Palacios, novelista como es, encontró en Sabines a un personaje literario, con  manías, desdoblamientos, aprehensiones, afición a la droga y al saqueo del erario. Lo conoció de cerca. Y le ha de haber fascinado.

Otro descubrimiento, igual de atractivo y deslumbrante, ha de haber sido la madre: María de los Ángeles Guerrero, la verdadera artífice de la llegada al poder del segundo Juan Sabines.

En esa mujer-madre-matrona centra Alfredo Palacios toda la astucia política. Conoce a su hijo a la perfección: sabe de sus vicios, de su inmadurez, de su soledad y de sus miedos terribles, pero también reconoce en él la cualidad del encantamiento y de la zalamería descarada. Fue capaz de ganarse a Pablo Salazar y de entrar en el ánimo de Felipe Calderón, dos hombres inteligentes, que sucumbieron a los halagos y a la frase estudiada del más impuntual de los gobernadores.

En la oscuridad, doña Dolores (María de los Ángeles Guerrero) dirige a los personajes. Los hace aparecer y desaparecer. Les enseña a actuar. A su nuera, la pobre engañada y necesitada y ultrajada Ana Italia (Isabel Aguilera de Sabines) le ordena que asuma su papel de primera dama y que recoja los frutos económicos de lo que comercialice: tejidos, desayunos escolares, cualquier campaña social, menos la contratación de artistas o de obras públicas. Que recoja las migajas pero que no se meta en las tajadas grandes, en donde solo tienen patente de general los Custodio-Guerrero.

Alfredo Palacios no tiene necesidad de alterar el escenario en que desarrolló Sabines su reinado perverso de 2190 días. No le hacía falta. Los personajes habían sido escogidos para cumplir su papel maléfico de novela.

Hay pocos cambios. Lo que sabíamos, por rumor o por fuente directa, se confirma: no hubo otro interés en Palacio que acabar con Chiapas y los ciudadanos honrados. Sabines odiaba y odia a los chiapanecos porque ve en ellos a los verdaderos Sabines, a los parientes de su padre, siempre indiferentes, distantes y hoscos. A esos trató de acabar; con ellos tenía cuentas pendientes, por eso el día a día de su gobierno fue la crónica del pisoteo de ciudadanos con caras de poeta.

No se podría entender el gobierno de Sabines sin la participación activa de los medios de difusión. Alfredo Palacio rescata y redimensiona, con toda justicia la labor de Isaín Mandujano, corresponsal de Proceso, y de su esposa, Ángel Mariscal, excorresponsal de La Jornada.

En la novela se hacen de otros nombres (Virgilio Nampulá y María Engracia) y de otros destinos (la tragedia), pero se conserva su labor profesional en el periodismo, de activistas y de personas dedicadas con celo a la labor de investigación en torno a las figuras públicas.

Sabines, incapaz de entender la crítica profesional, convirtió a los periodistas en enemigos de su régimen. Y hasta trató de encarcelar a Isaín a través de la imputación de un comunicador oficial fantoche. De las campañas de difamación no se salvaron y no se salvan aún, porque muchos de ellos sobreviven como garrapatas pegadas al erario.

Ningún exgobernador en Chiapas había generado una respuesta tan generalizada de rechazo, descrédito y hasta de odio como Juan Sabines Guerrero.

No es para menos: su gestión fue una ofensa constante a los ciudadanos chiapanecos. Se apropió del erario, dilapidó los recursos y enriqueció a sus amigos, con patologías psicológicas, iguales a las de él, y que les sobreviven en la política.

Esta novela se inserta en los memoriales de los agravios; en una piedra de toque para que no vuelva a existir en la entidad ningún Sabines ni otro mandatario cuyos enemigos sean los propios ciudadanos chiapanecos.

 

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