Suicidios e intentos incrementan sin que el Estado tenga un interés real por evitarlo o prevenirlo

*En Chiapas no existe una estructura especializada completa de atención a la salud mental que responda a todas las necesidades de la población, lo cual se complica con las concepciones indígenas, por ello, es urgente y necesario establecer una agenda que parta de la comprensión misma del fenómeno del suicidio por las propias voces, declaró el investigador Jorge Magaña.

*Según el INEGI, en el 2020, sucedieron 7 818 fallecimientos por lesiones autoinfligidas(suicidio) en el país, lo que representa 0.7% del total de muertes en el año. Siendo los jóvenes de 18 a 29 años, los que representan la tasa de suicidio más alta, 10.7 decesos por cada 100 000 jóvenes.

Por Redacción Alma Martínez

En el marco del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, que se conmemora el 10 de septiembre, se llevó a cabo la ponencia “Economía política de la salud mental y el suicidio en población indígena. Caso Región Tsotsil-Tseltal de Chiapas”, impartida por el Dr. Jorge Magaña Ochoa, investigador de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).

El investigador mencionó que en muchas culturas indígenas el suicidio es considerado un gesto de valentía, un arma de lucha ante la injusta situación que han sufrido y siguen sufriendo como pueblos originarios. De ahí que muchos adolescentes indígenas opten por esta práctica ante la falta de oportunidades, la abusiva dominación blanca y la perdida de todo lo que representa su cultura.

En ese sentido, las y los jóvenes indígenas se frustran por no ser completamente libres para desarrollar su vida sentimental como desean, enfrentan limitaciones y conflictos para entenderse a sí mismos como parte de un ciclo natural en el que la muerte siempre camina cerca, asimismo, la cohesión social que supone vivir en una sociedad cerrada (potencia la emocionalidad del colectivo en deterioro de la individualidad).

Magaña expuso que en los últimos años, en el contexto regional simbólico-territorial Tsotsil-Tseltal, se ha visto un aumento del fenómeno del suicidio tanto en hechos consumados como en intentos de este, sobre todo en población indígena infantil y juvenil sin que el Estado tenga un interés real por evitarlo o prevenirlo.

Detalló que de acuerdo con sus investigaciones, en las que recopila testimonios relativos a experiencias de enfermedad mental, las personas basan sus interpretaciones en valores tradicionales, así como en ideas sobre castigo divino y brujería.

Las niñas, niños y jóvenes indígenas tsotsil-tseltal actúan en función de los mecanismos que la modernidad les ha impuesto, siendo la vergüenza social uno de los indicadores, entendiéndola como padecimiento y no como un señalamiento o descalificación como sucede en culturas urbanas y mestizas.

Un ejemplo del conflicto al que se enfrentan entre lo tradicional y lo moderno, es el tener o no un celular y el no entender el idioma en el que está programado.

El investigador señaló la importancia de reconocer que ellas y ellos viven en un contexto que los explota, excluye y humilla, con un pronóstico de desaparición-asimilación. Así, con el tiempo han ido perdiendo mitos y tradiciones que pudieron haber construido a lo largo de su historia, como identidad propia a la que recurrir en caso de atención y, que hoy se encuentra en grave proceso de extinción.

También explicó que hay investigaciones que establecen un perfil suicida: hombre entre 15 y 25 años con un nivel económico y educativo bajo, que ha perdido su estatus social, que ocupa un trabajo desvalorizado por la sociedad, que vive solo y que no cree en los dogmas de ninguna religión.

Sin embargo, indicó que dicho perfil es una generalización atrevida, puesto que contiene variables que no se pueden superponer a la esencia cultural del suicidio que muestra como esta práctica puede ser tan despreciada socialmente como alabada y venerada.

Por lo cual, concluyó que es necesario establecer una agenda sobre salud mental en los pueblos indígenas, que parta de las voces de los propios protagonistas para tratar de reflexionar y establecer sus relaciones con los problemas sociales, económicos, culturales y políticos, y así generar una comprensión del drama social que actualmente se vive.

Testimonios

Cuando existe un suicidio en la familia, hay una desintegración entre la vida, mediante la privatización y ocultamiento de ésta, haciéndola sinónimo de fracaso. Cortesía: Jorge Magaña Ochoa.

Jorge Magaña, en su libro: “Voces sobre el suicidio en el mundo indígena. Distintas narrativas sobre el fenómeno y la muerte”, reflexiona sobre las formas en que se conceptualiza el suicidio a partir de las palabras de las y los involucrados. De 2008 a 2016 registró conversaciones y entrevistas a niñas, niños y jóvenes de distintos municipios de la región Tseltal-Tsotsil.

Uno de los testimonios le pertenece a Maclovio Santíz Hernández, indígena tojolabal, quien comentó que en el municipio de Altamirano hay un árbol en el que se han llevado a cabo suicidios. Hecho que comenzó a ser común entre adolescentes, al punto en que pasó de ser un suicidio cada dos meses a dos por mes.

Creo que muchas personas se deprimen de un momento a otro, desparecen de sus casas y es muy no sé, desconozco la causa porque hay gente que ha ido a ese árbol a suicidarse y no tenía problemas, por el contrario tenían trabajo, tenían familia, dijo Santíz.

Señaló que la mayoría de los que eligen dicho árbol para quitarse la vida son personas del sexo masculino, y aunque principalmente son jóvenes también han sido muchos adultos que aparentemente no tenían por qué hacerlo.

La familia del suicida es objeto de críticas, en muchos casos es señalada como partícipe del acto, las esposas o esposos son acusados por temas de maltrato o por problemas económicos, entre otros.

En Altamirano no usan la palabra suicida o se suicidó, si no que usan la palabra se mató. Siempre la gente comienza a murmurar de porque se mataría, cuál sería la causa, pero todo eso se olvida después de cierto tiempo. Digamos que ya se ha vuelto parte de lo normal, no lo ven como un problema, la misma gente se ha introvertido en esto y no se da cuenta de que en realidad es un problema de salud, indicó el entrevistado.

El libro también aborda argumentos desde la práctica profesional en Chiapas. La psicoterapeuta, Cristina Reyes Ramos mencionó que darle voz al suicidio es abordarlo desde la perspectiva de la salud pública, es decir abordando el ámbito de la salud, en un sentido más amplio, abarcando la educación, los servicios sociales, la formación e información sobre esta problemática en la sociedad civil y el fomento de la participación ciudadana.

Hablar de suicidio, romper la ley del silencio es visibilizar a las familias que han tenido una pérdida, apoyar a quienes enfrentan un duelo prolongado, traumático culposo que no solo les afecta a ellas y ellos sino a su entorno más cercano como amigos y compañeros; es levantar la voz para que los sistemas de prevención mejoren, para que las administraciones dediquen recursos y esfuerzos.

Gilberto Ruiz, cineasta y comunicólogo dijo que se debe visualizar la problemática del suicidio para generar acciones desde los gobiernos y los sectores sociales. También realizar nuevas investigaciones que brinden mayor conocimiento del fenómeno social que involucra a entornos rurales, semiurbanas y urbanas; indígenas y no indígenas.

Dichas intervenciones pueden generar acciones que permitan detectar a tiempo comportamientos agresivos contra la integridad del mismo sujeto e incidir en la prevención del suicidio entre los infantes, uno de los sectores más vulnerables de la sociedad.

Estadísticas

Suicidio

En tanto, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) difundió este 8 de septiembre, las estadísticas a propósito del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, fecha que insta a fomentar en todo el mundo compromisos y medidas prácticas para prevenirlos.

Las estadísticas de mortalidad reportan que, para 2020, del total de fallecimientos en el país (1 069 301), 7 818 fueron por lesiones autoinfligidas, lo que representa 0.7% de las muertes y una tasa de suicidio de 6.2 por cada 100 000 habitantes, superior a la registrada en 2019 de 5.6.

De los decesos por sexo destaca que los hombres tienen una tasa de 10.4 fallecimientos por cada 100 000 (6 383), mientras que esta situación se presenta en 2.2 de cada 100 000 mujeres (1 427).

El grupo de población de 18 a 29 años presenta la tasa de suicidio más alta: 10.7 decesos por cada 100 000 personas; le sigue el grupo de 30 a 59 años con 7.4 fallecimientos por cada 100 000.

Las entidades que presentan mayor tasa de fallecimientos por lesiones autoinfligidas (suicidio) por cada 100 000 habitantes son: Chihuahua (14.0), Aguascalientes (11.1) y Yucatán (10.2). Por el contrario, Guerrero (2.0), Veracruz (3.3) e Hidalgo (3.7) presentan las tasas más bajas.

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