Juan Pablo Zebadúa Carbonell: Desde la izquierda del futbol

Dedicado a mi generación

Le debo una canción indescriptible

Como una vela inflamada en vientos de esperanza

Silvio Rodríguez (Testamento)

 

Hoy es tiempo de ponerse poéticamente correcto y destilar nostalgias invencibles desde la izquierda. Lo que pasó el domingo 1 de julio no es cosa menor. De hecho, es monumental, histórico, algo que siempre pensamos que sucedería pero que no percibíamos ni el cuándo, ni el dónde, ni el cómo. Generacionalmente tienta nuestros corazones y los hincha con insignias de pasión.

En 1988 vi una anciana, descalza, gritando con mucho coraje el fraude a Cuauhtémoc Cárdenas. Me impresionó mucho la estampa, en medio de miles de personas que colmaban las calles de Xalapa. Un amigo tabasqueño me gritó: ¡Zebadúa, únete¡ e inmediatamente hice valla en una fila interminable de estudiantes, gente de la calle, del pueblo, trabajadores. Fue mi primera inserción, literal y simbólica, en las concienciade la política nacional.

Mis maestros de la universidad me formaron bien, porque en política he intentado ser congruente, ese gran valor prostituido por algunos pero santificado por muchos, entre los que me incluyo. A ellos/as, mis maestros/as, les debo mucho desde el antropólogo que formaron, pero también en la posición de afrontar las mejores cosas de la vida desde un sentido político desde la izquierda. Tengo la fortuna de que todos mis grandes y mejores amigos/as son de esa postura. Con mi generación llenamos las plazas y gritamos arengas y protestamos contra todo y exigimos derechos. Lloramos todo el tiempo: nunca habíamos estado en el lado correcto de los ganadores. Incluso había un chiste acuñado cada vez que nos encontrábamos en la plaza de nuestra ciudad, “hace mucho fraudes que no te veo”, decíamos entre resignados y con esa loca candidez de nuestras miradas de que, algún día, las cosas podían ir mejor. Siempre puntuales, acudíamos una y otra vez cuando las circunstancias nos convocaban, tercos, enfurecidos, amorosos, esperanzados. Eternos.

Juan Pablo Zebadúa.

Recuerdo 1994, cuando con mi hermano Luis Ignacio y Leobardo, xalapeño entrañable, recorríamos las casillas de nuestro barrio y vimos con los ojos vidriosos que nuestros vecinos habían votado por el PRI. Antes habíamos tapado una calle con otros aguerridos estudiantes de biología y de antropología en protesta por la lentitud de los resultados en una casilla importante del centro de la ciudad. Era el año del EZLN, del asesinato de Colosio, de la gran crisis financiera que casi quiebra el país. En lo más profundo de mi razón, nunca imaginé otra cosa que el triunfo de la izquierda. La gente no podía ser tan insensible. Pero no.

Entré en depresión durante un mes y pensé que ya me había “curado de espanto” en lo político. Seis años después, a las calles otra vez. Otro fraude y otra decepción, aunque ya con la madurez que te da, a base de madrazos, el saberte parte de una generación que en política serás un marginal, unoutsider.

Hicimos una banda de rock, casi por el simple pretexto de expresar nuestro sentir y nuestra palabra, desde luego en clave política. Tocamos en un sinfín de pequeños y algunos más grandes festivales, mítines, concentraciones por cualquier cosa que evidenciara nuestra postura: desde apoyos al FMLN del Salvador, al FSLN nicaragüense, a diversos movimientos sociales y estudiantiles. Nunca fuimos militantes de tiempo completo, sino un tipo de activista raro que ponía el arte y la poesía como vanguardia de una revolución que a veces nos miraba con recelo, pero nunca nos descobijaba aún en sus dogmas más reacios. Pero aguantamos y nos uníamos cada vez que requerían nuestro grano de arena. El rock y política son un pleonasmo.

El domingo pasado tuvimos un sentimiento extraño, incluso nostálgico. Aunque sin saber bien de que se trataba, no dejamos de sorprendernos a nosotros mismos, emocionados hasta la médula, de que algo habíamos hecho bien, desde cada lugar, desde lo que nos corresponde hacer, desde la consecuencia y del habitar una ilusión perecedera, ahora de millones de personas. Saberte parte de una narración como protagonista desde hace 30 largos, larguísimos, años.

Cansados pero felices, la cercanía de lo palpable, del triunfo de la izquierda política, de los “muertos de mi felicidad”, inundaron toda la noche entrelazados, neta que sí, con toda una generación maravillosa que con seguridad compartía este extraño gozo.

Por eso era muy importante que la selección nacional pudiera llegar a ese famoso “quinto partido”, figura retórica que significaba, en este momento, justo ahora en el tiempo de los sueños, la contingencia única del “sí se puede”. De que a la par del triunfo político más importante de la historia reciente del país, había en los rescoldos de la obscuridad de nuestro futbol de cada cuatro años, un amanecer tan perceptible como un tiro a gol de Chuky Lozano. Pero no. Hay demasiados fantasmas que aún no podemos doblegar, aunque si desde nuestra propia izquierda.

Vencer a Brasil tenía que ser de la talla de la epopeya de Andrés Manuel López Obrador. El lunes pasado todos estábamos atentos al televisor viendo no solo a los once jugadores sino, quizá, por primera vez en muchos años, a la canija certeza de ahuyentar la carga de la “posibilidad”, del “ahora sí”, lo que hubiese ocasionado otra gigantesca ola esperanzadora en los sentimientos nacionales. Pero no.

Ganar y pasar al “quinto partido” quedaría plasmado como una especie de vuelta de tuerca del sentido colectivo como país. Sentirnos, como en la política, por primera vez ganadores en un deporte en el que no somos tan buenos pero ciertamente es el más popular del país. Dejar de lado la propensión permanente del axolote, aquel animal indefinido, ni por una esencia ni por otra; del país conquistado, europeo e indígena y viceversa, en una rueca imparable que dista mucho de ser una verdad identitaria. Hubiésemos…quizá…tal vez…palabras y frases que cobran sentido cuando los nuestros fallan un tiro de media distancia. Cuando Guillermo Ochoa ataja un tiro salido de cualquier rincón del cuerpo de cualquier crack sudamericano.

No es que México haya jugado mal. Es lo que da nuestro nivel y eso debemos asumir con decoro, pero también con humildad. Tampoco que Brasil haya jugado maravillas, pero en su nómina multimillonaria por supuesto que se exigen genialidades, y las cumplen. Una sola que tengan y son un inminente peligro. Pero no hay que dejar de ser críticos atendiendo el hecho de que no pasó mucho con nuestro futbol internacional, igual que cada contienda mundialista. Más de lo mismo, sin que suene a conformismo; una reflexión a fondo de que hay que dejar de lado las inverosímiles expectativas mediáticas que mucho daño han hecho a las emociones nacionales.

Aprender la lección de Obrador. Poco a poco, paso a paso, siempre con la frente en alto y con la dignidad sin tacha. Mientras, es hora de hacer patria, esa que con la ayuda de todos/as nos devolverá nuestra herencia perdida en este país roto, pero inmenso, bello, totalmente nuestro por siempre.

 

 

 

 

 

 

 

Un comentario en “Juan Pablo Zebadúa Carbonell: Desde la izquierda del futbol”

  1. Roselver
    4 julio, 2018 at 13:56 #

    Y desde las nostalgias y con las utopías, parece que la mayoría de los mexicanos ha obligado a la caída del Dinosaurio. El meteorito AMLO, ha hecho su trabajo. Ayudemos a finiquitar esa especie, con trabajo honesto y sin revancha. Esta es de gente vil.

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