La Maravilla, la Fantástica
Casa de citas/ 142
“Todas las representaciones son sombras chinescas, parásitos de la realidad […] Toda ficción finge”, dice George Steiner en la página 60 de La poesía del pensamiento, del helenismo a Celan (FCE-Siruela, 2012).
(En Poesía en voz alta, de Roni Unger [INBA-UNAM, 2006] hay una nota presumiblemente de Octavio Paz que complementa lo dicho por Steiner [p. 61]: “El teatro es máscara, pero máscara de cristal: su misión no es ocultar sino hacer más transparente la condición humana”.)
La serie de indagaciones de este maestro estadunidense busca y encuentra la poesía entre los pensadores (p. 117): “Marx está convencido de que el pensamiento puede cambiar el mundo, que no existe una fuerza mayor”.
Sigue (p. 118): “La prosa de Marx se vale de muchas voces. Es un maestro del epigrama: ‘La crítica no es una pasión de la cabeza: es la cabeza de la pasión’. […] Muchas cosas de Marx han pasado al acervo general del lenguaje: ‘Ser radical es entender una cosa en sus raíces. Además, para el hombre la raíz es el hombre mismo’ ”.
Freud es otro pensador que poetiza (p. 159): “Freud sabe narrar, sabe evocar personae para dotarlos de presencia dramática como hicieron Maupassant y Chéjov. Tiene en común con la República o el Fedón la capacidad de configurar mitos representativos para sus propios fines, distorsionándolos descaradamente –como hace con el de Edipo– pero cargándolos de una sugestión inteligible”.
(Los complejos de Edipo y de Electra, inventados por Freud, tomados de las historias griegas, no tienen mucho que ver con ellas. Edipo tuvo relaciones sexuales con su madre sin saber que lo era y eso nada tiene que ver con el amor exacerbado de un niño por su progenitora; Electra amaba a su padre, sí, pero lo que hace ponerse en contra de su madre es que ésta, junto con Egisto, su amante, matan a hachazos a su padre, Agamenón. Eso nada tiene que ver con la inclinación que una niña sienta por su padre.)
W. H. Auden define a Freud (p. 165): “Todo lo que hizo fue recordar/ como los viejos y ser sincero como los niños”.
Hay mucho más en este libro magistral, pero aquí una última (p. 203): “Para Breton, ‘las palabras hacen el amor’ aunque procedan de ‘la boca de las sombras’ ”.
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Dos ideas de Octavio Paz sobre el tiempo en Memorias y palabras, cartas a Pere Gimferrer 1966-1977 (Seix Barral, 1999: 225): “El tiempo, nuestro padre, se ha evaporado: ya no es sentido sino sucesión mecánica, insensata. Ayer, hoy y mañana no son ya sino nombres huecos” y (p. 227): “El 12 de agosto es un día como los otros y es un día único: flota sobre el tiempo y no acaba de ser este ni aquel día. Es todos los días, es ningún día y es el día de hoy”.
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No sé de otro que haya investigado, reflexionado, escrito y publicado más sobre el cuento que el mexicano Lauro Zavala. Sin que yo sea un buscador de cuanto publique tengo siete u ocho libros donde tiene al cuento como materia de exploración. En Cómo estudiar el cuento (Editorial Trillas, 2009), Zavala sintetiza cuatro momentos fundamentales, en 150 años, para la evolución del cuento (p. 21):
“En 1882 se establece el principio de unidad de impresión y la existencia del final sorpresivo (en los textos de Poe).
“En 1892 se reconoce la importancia de la compasión y las posibilidades de participación que ofrece el final abierto (en las cartas de Chéjov a sus amigos acerca de la escritura del cuento)
“En 1942 se publican las Ficciones de Jorge Luis Borges, cada una de las cuales contiene a su vez rasgos estructurales del cuento clásico y elementos narrativos del cuento moderno, de manera simultánea y, por tanto, paradójica. Estamos aquí ante el ejemplo más claro de escritura posmoderna.
“En 1992 se empieza a publicar el testimonio de los escritores que reconocen las posibilidades de rescritura de las tradiciones establecidas hasta este momento.”
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En Pasiones privadas de una mujer (Impromptu, 1991), de James Lapine, se cuenta la probable historia de cómo se volvieron amantes la escritora Aurora Lucile Dupin (cuyo seudónimo literario fue George Sand, y cuya vestimenta masculina, lo mismo que sus costumbres liberales en torno al sexo y su libertad de pensamiento, dio mucho que hablar en su época) y el célebre músico y pianista Federico Chopin. Una parecía el hombre, que le declaraba su amor, lo cercaba y lo inducía a tener relaciones sexuales, y el otro, enfermo de tuberculosis y de miedo a todo, la mujer cuidadosa de las formas.
En la deliciosa película, una noble dueña de una finca y admiradora del arte invita a los que considera los mejores de la época, entre los que se encuentran los ya dichos (George Sand se invita sola porque quiere conocer y poseer a Chopin), además del compositor y pianista Franz Liszt, el pintor Eugene Delacroix y el dramaturgo Alfred de Musset. El marido, en lugar de esperarlos y ser el comedido anfitrión, decide irse de caza, porque no quiere soportar las presunciones de esos que se creen artistas y que no son para él más que gorrones.
Y esta separación entre los que debieran ser los naturales consumidores de arte (la gente simple) y los artistas que se consideran elegidos de los dioses (aunque este aspecto no sólo no se subraya en el filme, sino al contrario: Sand habla a gusto con el dueño y Chopin, cuando el dramaturgo pretende burlarse ellos, defiende la gratitud que debe tenerse con los anfitriones) aún continúa, desgraciadamente. Por lo menos en teoría, Shakespeare estaba mezclado con los comunes, algo que los artistas o los que creen serlo debieran aprender.
En Conversaciones con José Revueltas (Era, 2001), compiladas por Andrea Revueltas y Philippe Cheron, este autor mexicano dice (p. 27): “Los escritores son en México más que escritores sociales, bichos de sociedad, es decir: escritores de cocteles y homenajes. La solución es que el escritor mexicano se ligue de una manera auténtica a los problemas del país, trate de comprenderlos y los estudie”.
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Hago una lectura de textos inéditos por la amable invitación de mi amiga Damaris, en Casa Disner (Cuarta Norte Oriente 342, en Tuxtla, que pone a disposición del público obra del maestro Rodolfo Disner). Decido no invitar más que a quienes me encuentre ese día y supongo que llegarán dos o tres. Me equivoco. Leo cuatro textos.
Emiliano, un niño de cinco-seis años, llega con su abuela, mi amiga Sadia. Me escucha con atención todo el tiempo y cuando al final digo si alguien quiere hacer un comentario o preguntar algo, él es el primero en levantar la mano y venir hasta el micrófono para hacer su pregunta.
Me cuentan que después insiste con su abuela sobre si en verdad me conoce. Ella le dice que sí, que incluso él ya me ha visto antes en alguna reunión familiar. No parece muy convencido. Luego de un silencio reflexivo, dice de mí:
—Está muy viejo. Debe tener 100 años.
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Terrence Malick, luego de hacer tres películas se retiró por 20 años. He visto sólo cuatro cintas suyas y todas me han gustado mucho, especialmente por su desentendimiento del público y la promoción (no da entrevistas). Su cine es de imágenes y de voz en off, sus historias no son redondas ni sus personajes forman parte del mismo mundo, no se preocupa por usar el tiempo lineal. Me gusta lo que cuenta y como lo cuenta.
Vi recientemente La maravilla (To the Wonder, 2012). En ella hay un sacerdote lleno de dudas, serio, interpretado por Javier Bardem (curiosamente dice muchos de sus textos en español), a quien una viejecita le dice lo que quizá un hombre de iglesia debiera decir a sus fieles:
—Padre, rezaré por usted, se ve tan miserable…
En la misma cinta, una mujer aconseja a otra que deje a su marido: No necesitas nada; eres una gitana, como yo…
El texto me llevó a una charla que tuve con mi amiga Mirna. Hablábamos de cómo nos hemos llenado de cosas innecesarias. Ella me dijo algo similar, cuando yo le dije que, a mis 18 años, cuando me fui a vivir a San Cristóbal, lo que tenía (ropa, casetes, libros, todo) cupo en una maleta mediana. Si en esos días hubiera muerto, eso hubiera sido lo único que dejara. ¿A qué más?, como dice Silvio Rodríguez en “La vergüenza”.
En tres cintas al hilo de Malick (El nuevo mundo, El árbol de la vida, La maravilla), ha sido su fotógrafo el mexicano Emmanuel Lubezki, quien también fotografió la nueva y gran película de Alfonso Cuarón, Gravedad (Gravity, 2013). Esta cinta de Cuarón es evidente, por su originalidad, por su perfección técnica (no me gustó la música y algún arrebato de melodrama, pero la resolución fílmica es portentosa), va a ganar muchos, muchos premios. El de Lubezki está asegurado, qué gran artista.
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Leo Gramática de la fantasía (Editorial Planeta, 2009), de Gianni Rodari, quien no acierta a explicar de qué va su libro (p. 13): “No es siquiera un ‘ensayo’. No sé bien qué es en realidad”. No me hace feliz, pero me entretiene. En sus preliminares dice (p. 9): “Un día, en los Fragmentos de Novalis (1772-1881), encontré aquel que dice: ‘Si tuviésemos una Fantástica, así como tenemos una Lógica, estaría descubierto el arte de inventar’ ”.
Contactos: hectorocrtesm@hotmail.com
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