Un árbol vuelto país

Casa de citas/ 148

 

El cigarro,

como el amor,

es una puta incomprendida.

Darwin Petate

 

El breve volumen Apología de una ciudad en llamas (Public Pevert, 2013), de Darwin Petate (Suchiapa, 1989), es una refrescante visión de Tuxtla y Suchiapa desde la perspectiva de un joven poeta homosexual (en sus datos Darwin asienta que “se le va la cocha al monte y en buen pedo”).

Esta alegría de reconocerse, de autodefinirse recorre los poemas que, sin perder profundidad, no usan el cilicio, el martirio como discurso (p. 10): “Recuerdo tu sexo tatuado/ por el dulcísimo sudor de mi lengua/ mientras tus piernas ondeaban en mi espalda/ como banderas en un barco”.

Y no le hace homenajes, sino burlas a los consagrados (la primera línea es una clara alusión a un verso de Sabines, p. 13): “Dicen que los poetas deben tener una estrella en la frente./ O por lo menos un dedo metido en el culo”.

Y describe su oficio y su lugar (p. 14): “La poesía usted la escribe/ en los baches y lunares de esta ciudad/ huérfana/ que por las noches/ gruñe como cerda enfebrecida”.

Hay varios poemas que tienen como espacio vital los colectivos; en uno de ellos (“20 poemas para ser leídos en el colectivo de la ruta 20”) él, definido como “maricón intelectual”, mientras el otro conduce (p. 37) “como no queriendo llegar a ninguna parte”, va “leyéndole poesía al chofer de la ruta 20, con los ojos esmeralda más hermosos que las Lagunas de Montebello en donde hacen pipí los chamacos que van de paseo”.

 

***

 

Olga Sánchez Martínez nació en un pueblo de la costa chiapaneca. De fiera infancia y dura adolescencia, un día, a sus veintitantos, luego de que se la llevaron para trabajar en el DF, la regresaron enferma a Tapachula. En un hospital vio a gente a quienes faltaba una mano, un pie, la pierna completa. Gente que sufría sin salud, sin dinero, sin patria. Habían caído del tren en el que escapaban de sus países de Centroamérica buscando el sueño americano. Alguno necesitaba una trasfusión urgente. No la harían. ¿Por qué? No había dinero para comprar las unidades de sangre. Entonces, salió a la calle a pedir limosna y, cuando llegó a la cantidad que le dijeron, volvió y pudo pagar lo que el pobre moribundo no podría.

Como ella pensó que iba a morirse de dolor, por una enfermedad que los doctores no lograban curarle, y se salvó, prometió a Dios que ayudaría a quienes sufrieran. Por eso rentó una casa y se llevó a todos los mutilados que ya no tenían lugar en el hospital y se consagró a trabajar para ellos. El dueño de la casa quiso echarla, la gente la veía con malos ojos, la policía dijo que era un delito que ayudara a ilegales e intentaron detenerla, meterla a la cárcel por ayudar; ella les dijo que la caridad no tiene fronteras, que el dolor no tiene nacionalidades. Y esa ha sido su defensa.

Contra viento y marea siguió haciendo su labor y con mucho esfuerzo logró levantar un edificio que ya tiene muchos servicios, el Albergue Jesús el buen pastor del pobre y el migrante A. C. Con el dinero de algunos premios ha continuado la labor que empezó hace más de 20 años. Y se ve feliz, sonriente, convencida de lo que hace. Nunca pudo ir a la escuela, me dice. Y me doy cuenta una vez más que los estudios, las universidades no sirven para hacer mejores seres humanos; que sólo envanecen, podan la sencillez, separan, disgregan, enseñan que el dinero obtenido como sea es señal de éxito. Olga hace más que muchas universidades, que muchas organizaciones, que muchos de nosotros. La premiaron, como a mí, los Manatíes del Grijalva. Pero parte de mi premio fue conocerla, hablar con ella; constatar que existe la bondad, el amor, la caridad, la generosidad, la filantropía…

 

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Rubem Fonseca (Minas Gerais, Brasil, 1925) es uno de los más certeros narradores contemporáneos. La violencia es marca de muchas de sus historias. En El agujero en la pared (Cal y arena, 1997), cuentos y obra de teatro, enjuicia sarcásticamente el arte contemporáneo (Pp. 32-33): “Pocos días antes, en otra ciudad, en otro país, había ido a una exposición de arte a ver un cerdo muerto pudriéndose en una caja de vidrio. Como me quedé pocos días en la ciudad sólo pude ver cómo el animal se ponía verde, me dijeron que era una lástima que no pudiera contemplar la obra en toda su fuerza trascendente, los gusanos comiendo la carne”.

En la obra de teatro “Idiotas que hablan otra lengua”, incluida en este volumen, dos personajes conversan (p. 48):

Lavínia: […] ¿Cuál es el peor veneno para ti?

José Roberto: Soñar.”

En el cuento que da título al volumen, plantea dos ideas contradictorias acerca de la lectura. Primero dice (p. 162): “Leer era mejor que comer. Leer era mejor que andar. Leer era mejor que crear sueños inconscientes, leer era crear sueños conscientes”; y luego opina (p. 170): “Nadie aprende nada en los libros. Aprende en las esquinas de las calles”.

 

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Por cierto, Rubem Fonseca en La novela murió. Crónicas (Cal y arena, 2008) cuenta que el poeta Luis Camoens (autor del clásico Los Lusiadas) viajaba en un navío, en compañía de una mujer amada. El navío naufragó y Camoens (p. 12) “sólo pensó en salvar el manuscrito de Los Lusiadas y de sus poemas. Dejó que la mujer amada muriera ahogada (confieso que tengo mis dudas) y perdió todos sus bienes, pero salvó sus manuscritos. ¿Para que los leyera quién? Era el siglo XVI y muy poca gente en Portugal sabía leer. Pero Camoens (Fonseca lo escribe con una virgulilla que mi compu no tiene) pensó en ese puñado de lectores; escribía para ellos, no importaba cuántos fueran.

“¿Se van a acabar los lectores? Tal vez. Pero los escritores no. El síndrome de Camoens va a continuar. El escritor va a resistir.”

En otra crónica cita a Elbert Hubbard con un consejo (p. 40): “Para evitar la crítica, no hagas nada, no digas nada, no seas nada”.

Hace muchas Casas… divagué sobre esta palabra, que nombra a varios pueblos ficticios (p. 63): “Yahoo aparece definido en los diccionarios en inglés como salvaje, bruto y también, como una interjección, una expresión de alegría y excitación, yippee!, oh yeah! El yahoo de internet viene de ahí”.

En el patio de mi casa (que es particular) hay varios árboles de una especie que me encanta. Le llaman “Palo de Brasil” y de éstos habla Fonseca (p. 106): “Nuestro nombre, ‘brasileño’, proviene de un árbol de médula roja, manchada de oscuro, el palo de Brasil, de donde vino el nombre de nuestro país”. El árbol le dio nombre al país, qué maravilla.

 

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No le vas a enseñar a escribir historias al gran Cormac MacCarthy, admiradísimo novelista (aquí autor del guion); ni a dirigir cine a Ridley Scott ni a actuar a gente mayor que ya sabe mover el abanico (Bardem, Penélope, Brad Pitt, el meticuloso Michael Fassbender, Cameron Díaz…); sin embargo,  la cinta El abogado del crimen (The Counselor, 2013), pese a varios valores de producción innegables, no funciona. Qué pena.

Qué hermosa es Cameron en la escena donde muestra un tatuaje felino y la toalla apenas cubre su desnudez. De ella es un diálogo que recuerdo una semana después de haber visto la peli. Le pregunta Bardem, luego de una confesión sobre un amor pasado:

—¿Eso que dices no es muy frío?

Y ella:

—Creo que la verdad no tiene temperatura.

Rubén Blades, cantante y actor panameño, quien también aparece para dar un discurso al personaje central, le dice algo así: “Nada puedes comprar con el dolor. El dolor no tiene precio, nada vale”.

 

Obra de Manuel Velázquez

Obra de Manuel Velázquez

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En su Ciudadana del mundo, volumen 1 (Emi Music, 2013), Eugenia León canta una vieja canción, “Patria”, de Rubén Blades, donde un hombre explica a un niño, “flor de barrio, hermanito”, qué significa esa palabra: “Son las paredes de un barrio,/ de su esperanza morena,/ es lo que lleva en el alma/ todo aquel cuando se aleja […] No memorices lecciones/ de dictaduras o encierros,/ la patria no la definen/ los que suprimen a un pueblo:/ La patria es un sentimiento/ en la mirada de un viejo…”

 

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También editado por Public Pervert, en 2013, leo Otra versión de vos, del poeta salvadoreño Antonio Cienfuegos. Son sus poemas descarnados, politizados, duros. Lo dice el mismo en “Parábola antes de la poesía” (p. 6): “Los poemas que escribo no son poemas, sino lucha, resistencia, desencanto pero, sobre todo, protesta e indignación”.

Escribe, por ejemplo, en “Tecún Umán” (p. 9): “Diariamente aparecen muertos/ ¡maras o policías! Qué más da, ¡carajo!/ muertos todos bajo una anochecida guerrilla urbana”.

Dice Cienfuegos (p. 14): “Soy un salvadoreño en el exilio de las generaciones/ ¡CARAJO!/ Porque sólo así se entiende este dolor/ llamado país”. Pero lo que pasa en su patria puede extenderse a toda la región (p. 31): “Me di cuenta/ que aún en el sitio más calmo/ de Centroamérica/ la muerte es cosa de todos los días”.

            Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

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