Definición de puente

Foto: Cortesía.

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¡No! Un puente no es lo que el diccionario dice. El diccionario, ¡por amor de Dios!, dice que puente es “la construcción sobre un río, foso o cualquier depresión del terreno que permite pasar de una orilla a otra de los mismos”. Si nos atenemos a esta definición simple entendemos porqué se llama Pont des Arts a esa construcción que va de una a otra orilla del Río Sena. Pero esto no es un puente, porque un puente no tiene amarres en las orillas, ni tiene planchones de madera en su costillar. Si el lector pone atención verá que el puente es una construcción que va más allá de la mera referencia terrestre.

Con el puente sucede lo mismo que sucede con el relato bíblico. La descripción del origen se concentra en la Tierra. Todo lo que cuenta la Biblia (acerca de la grandeza de la Creación Divina) se reduce a formular qué sucedió en la Tierra. ¿En el principio era El Verbo? Ah, qué poco verbo, entonces. Como que el amanuense no logró pepenar todo el chorro de voz de Dios y sólo pepenó el clásico chisguete de Pedro Infante. Porque, si el lector aprecia bien, en la Biblia sólo se habla de las cosas de la Tierra, como si el relato, en lugar de consignar el origen de Todo, del inicio del Universo, se concretara a dar cuenta de lo que pasó en la Tierra. ¿Con qué pobló Dios el planeta XCEEi34, que está a mil millones de años luz de Comitán? La Biblia nada dice. Lo mismo, ¡qué pena!, sucede con la definición de puente.

¿Qué acaso los sabios de la Real Academia de la Lengua Española nunca han visto que el Universo está lleno de puentes y que éstos no son lo que ellos consignan? El Universo, señores y señoras, caramelos y bolitas, está lleno de puentes, que son esas ligas que unen a los planetas y a las galaxias y que le otorgan el equilibrio y armonía con que el Universo se mueve en ese maravilloso Continuum.

Los sabios de La Academia son tontitos. Mi sobrina Sabrina sabe más que ellos, porque el otro día me dijo que la relación que mantiene con Óscar (su pareja) es el puente más fuerte del mundo y yo, de veras, lo juro, no vi lazo alguno, ni pilote que sostuviera esa fuerza.

Lo que el mundo llama puente no es más que una atadura, no es más que un grillete que se enlaza de una a otra orilla. Nosotros, los simples mortales, hemos creído ese equívoco y pensamos que puente es lo que une el vacío del Río Chiapas y ahí estamos agradeciendo a los ingenieros a todas horas por permitirnos pasar de una a otra orilla.

Los cositías y coletos nos maravillamos ante ese prodigio de ingeniería y damos gracias por tener ese puente que nos permite llegar a Tuxtla. ¿De veras eso es un puente? ¿De veras eso se acerca tantito a la estructura que mantiene la energía del Universo? ¿A poco el que vive en el planeta IIIys99, a mil doscientos años luz de Arriaga, debe pasar a la otra orilla que se llama Venus?

Los puentes, ¡qué pena!, han hecho que nuestro planeta tenga la confusión que tiene. Tantos afanes por unir orillas han provocado las grandes migraciones que tanto mal han causado a la humanidad.

Si el hombre no hubiese confundido el término y hubiese apreciado, al mirar el cielo, qué, realmente, es un puente, no hubiese provocado tales maremotos de gente que inundan las orillas contrarias. Es tan bonito llegar a un lugar en donde, de pronto, se abre a los pies una enorme depresión y hallar que no hay “puente” para cruzar.

El Universo funciona así, millones de puentes están colocados en las orillas de los planetas y de las galaxias y de los agujeros negros (sin albur) y no hay una sola estructura de hormigón que permita el paso de una a otra orilla. Y esto es así porque los puentes de luz no son estas estructuras bobas que los hombres tienden para pasar.

¿Pasar para qué? ¿Volver para qué? Gran daño le hemos hecho a la Tierra al tender tantos “puentes”. Dios, en su infinita grandeza, estuvo tentado, el séptimo día, en hacer un puente programado y, después de la jornada laboral tan pesada, pensó en que sería bueno descansar el sábado (según los sabáticos) y prolongar el descanso al día siguiente, pero Él, en su infinita grandeza supo que los puentes eran dañinos (tal como los mortales lo iban a concebir después).

Dios hizo a las aves, a las plantas y como vio que no era bueno que el hombre estuviese solo también hizo a la mujer, pero jamás, hizo un puente, porque los puentes ya venían integrados a la hora que hizo el pase más increíble y dio esa categoría de armonía al Universo. Los creyentes, a cada rato, tienden puentes hacia Dios, pero no necesitan ni agua ni cemento ni cal ni arena. Los puentes son otra cosa muy distinta a esto que nosotros llamamos puente. Pobre París que tiene tanto puente uniendo orillas sobre el río Sena. Otra cosa sería París sin esas estructuras tontas. ¿Ir al otro lado? ¿Para qué?

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