Definición de pincel

capilla sixtina

Es un adminículo simpático (¿Adminí-culo? ¡Qué palabra tan ano-dina! Mejor decir que el pincel es un chunche gracioso.

El pincel es simpático porque, a diferencia de muchos otros objetos complicados y pedantes, sólo consta de tres partes. Sus tres partes no sólo forman un todo sino que realizan el Todo. Tal vez el pincel es la explicación más sencilla de porqué el tres es considerado un número cabalístico. Es como si fuese el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los intelectuales más exquisitos se quiebran el cerebro para determinar qué parte es el Padre, cuál el Hijo y cuál el Espíritu Santo. Los más prácticos señalan que despejar tal interrogante es insustancial, lo importante es admitir la grandeza de una pieza tan sencilla.

                Sorprende pensar que el hombre, con ayuda de un simple pincel, ha logrado maravillas como la de la Capilla Sixtina o como los murales de la Secretaría de Educación.

                ¿Es el Padre el mango de madera o es el haz de cerdas? Al tío Epigmenio le gustaba bromear acerca de esta augusta Trinidad y decía que el conjunto de cerdas no podía ser el Espíritu Santo, porque se sabe que el Espíritu Santo es una bandada de palomas y no un hato de hembras de cerdos. El tío era un irreverente simpático, igual que el pincel, ya que el pincel es simpático y también se convierte en un irreverente en manos de artistas irreverentes. ¿Qué decir ante la frase que Diego Rivera escribió en un mural: “¡Dios no existe!”?

                Como siempre, el Diccionario es insuficiente para dar una idea más o menos cercana de lo que es el pincel. El mamotreto oficial dice que pincel es un “instrumento, usado principalmente para pintar, compuesto por un mango largo y delgado de madera o metal que en uno de los extremos tiene sujeto un manojo de pelos”. ¡Qué definición tan plebeya! ¿A quién se le ocurrió decir que uno de los componentes es “un manojo de pelos”? ¡Esto sí es una irreverencia! Por esto, el tío Epigmenio, quien (ya lo dije) era un grosero simpático, le decía a Ramona, una sirvienta que gozaba de muy buena armadura: “Ah, pue, Ramo, ¿cuándo juntamos mi mango de madera con tu manojo de pelos?” ¿Era una irreverencia? Si lo era, era propiciada por la definición boba de la Academia, cuyo objetivo es: “fijar, limpiar y dar esplendor”. ¡Pucha! Lo debe limpiar con una escobetilla que, en su extremo, tiene “un manojo de pelos”.

                Lo que sí alienta de la definición oficial es que dice que el pincel se usa “principalmente para pintar”; es decir, tiene otros usos. Uno de los más lúdicos es el uso que los amantes le dan. A veces, ¡qué bueno!, el pincel abandona su vocación de pintor y adopta el cachondo y juguetón ejercicio de provocar cosquillas en la piel de la amante. El experto, hincado, como si estuviese ante una virgen, juega con el pincel sobre la planta del pie de la amada, quien, con los ojos cerrados y los brazos sobre su pecho, se retuerce tantito, como si fuese una viborita. El amado, experto, sube poco a poco hasta llegar al haz de cerdas llenas de luz que la amada tiene en la entrepierna y juguetea como si el pincel fuese una lengua o como si ella, llena de gracia, fuese un lienzo y él un Picasso cualquiera. ¡Ah, los cuadros más bellos del mundo han sido como mandalas! Los amantes de todos los tiempos han empleado el pincel para pintar cuadros instantáneos en los lienzos de luz de sus amadas. Sólo el Museo del Recuerdo y de la Pasión conservan esas pinturas. Todo esto con un simple y sencillo pincel. Por esto, como dijera el clásico, “de todos los objetos del mundo ¡el pincel es el más amado de mis hijos!”.

               

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