Pornografía

Casa de citas/163

 

A la manera de esas películas que reúnen un grupo variopinto de escritores, productores, directores y actores para contar una serie de historias circunscritas en un espacio determinado [París, te amo (2006); NY, te amo (2009), las que tengo más frescas], 7 días en La Habana (2012) concentra una cohorte de artistas para enhebrar sobre la vida habanera; me llamaron la atención el célebre director serbio Emir Kusturica, actuando de sí mismo, pero en borracho y desobligado; en el terreno musical que Juan Gabriel cante “Inocente, pobre amigo” durante el tiempo que uno de los personajes (el director palestino Elia Suleiman, que se auto dirige) visita el zoológico, y la gordura y la calva del otrora niño bonito y buen actor protagónico de Fresa y chocolate (1994), Jorge Perugorría. La peli, es lógico, tiene como música de fondo (y de primer plano) el ritmazo de Cuba.

Estos ensayos cinematográficos disímbolos me gustan, estos dibujos sueltos del enorme tapiz humano. También los hizo el músico-director-guionista británico Duncan Bridgeman para abordar el ser mexicano en su cinta Hecho en México (2012) que combina entrevistas, reflexiones, netas, gracejos, poetizaciones sobre nuestro país, aunque la columna vertebral de su experimento sea la música, que en muchos casos coescribe y cointerpreta. Una frase que me llamó la atención la dice el actor Daniel Giménez Cacho, quien repite algo que leyó en la etiqueta de un mezcal (cito de memoria): “Otra vez esta maldita felicidad”; Chabela Vargas, por otra parte, improvisa conceptos sobre la vida y la muerte y llega a esta enseñanza: “Si pudiste nacer, puedes morir tranquilamente, como naciste”.

En lo musical, y en una de las mezclas constantes de la cinta (a mí, que soy tan ecléctico, me gustaron casi todas), Gloria Trevi canta con elegancia y distinción (es una broma), en “Cusinela”, estos versos profundos:

 

Al hombre que dice que él es el que manda,

tengo que explicarle qué es lo que le pasa:

Que no tiene sangre para dos cabezas,

que use la de abajo y que la ponga tiesa,

que tiesa la de arriba no nos interesa.

 

***

 

Sobre ponerla tiesa, por lo menos inicialmente, ha girado la industria pornográfica que Naief Yehya desmenuza prodigiosamente en Pornografía. Obsesión sexual y tecnológica (Tusquets, 2012: 37): “Desde sus orígenes la pornografía presentaba visiones de un mundo al revés, un mundo de sexo ficción casi surrealista en el que los valores eran opuestos a los que imperaban en la realidad”.

Habla en un apartado de esos seres humanos complejos, enloquecidos por cruzadas personales que atropellan todo y a todos con el poder que les da su propia vesania. Hubo uno famoso en EUA: Anthony Comstock, quien por su fijación personal en contra de lo que creía “malo” para la sociedad fue nombrado (p. 65) “agente especial por el Gobierno federal en 1873”, que fue como hacerle cosquillas a la panza de un tigre, pues se lanzó a “censurar de la misma manera novelas, anuncios comerciales, naipes o tratados científicos” y “también quiso ‘limpiar el mundo del arte’ ”. Destruyó fotografías de arte que mostraban desnudos, encarceló galeristas, pidió que se censurara la poesía de Walt Whitman y (p. 66) “quemó montañas de libros de ‘carácter impropio’ (160 toneladas de acuerdo con su propio cálculo), causó la quiebra de numerosos hombres de negocios, autores, artistas y editores, destruyó incontables vidas, metió en la cárcel a suficientes personas para llenar casi por completo un tren con 61 vagones (de acuerdo con su estimación) y provocó por lo menos media docena de suicidios”.

Murió, por fin, pero dejó encendida la hoguera de la censura.

Naief también detalla los primeros intentos por crear, luego que la pornografía general logró vencer todas las barreras, una pornografía femenina. En novela, una de las precursoras fue Anne Desclos, quien en 1954, con seudónimo, publicó en Francia La historia de O, y en cine fue Candida Royalle (en 1984), ex actriz porno quien buscó mostrar en sus filmes, según alguna crítica reproducida por Yehya (p. 138), “sexo consensual, mucho juego previo […], sexo seguro y nada de eyaculaciones externas”. Sin embargo, dice Naief (p. 139), “el dilema de los videos sexopositivos de Royalle es que más que pretender contar una historia, quieren trasmitir un mensaje”.

Garganta profunda, el filme mítico de 1972, logró lo que parecía imposible: que las salas de cine “normal” se abrieran para la pornografía. A partir de ellas (p. 141) “las ganancias generadas por la pornografía se multiplicaron 577 veces y el número de películas producidas aumentó 110 veces cada año”.

La internet cambió todo y ahora la más bizarra experiencia sexual está a nuestra disposición con un clic; sin embargo (p. 145), “en la red todos nuestros movimientos dejan huellas que pueden ser seguidas por curiosos, criminales, y, peor aún, por la policía del pensamiento, en forma de legiones de agentes que se dedican a cazar pedófilos y criminales sexuales. La cruzada de los ciberpolicías del eros está llevando internet a una nueva era victoriana de represión, paranoia y humillaciones públicas”.

Alfred Kinsey publicó dos volúmenes clásicos para entender la sexualidad: El comportamiento sexual en el hombre (1948) y El comportamiento sexual en la mujer (1953), resultado de un “laboratorio” donde voluntarios se masturbaban y tenían relaciones frente a Kinsey. Fue una bomba para varios sectores puritanos (p. 151): “Leslee Unruh, activista antiaborto y lideresa del grupo Abstinence Clearinghouse, declaró que Kinsey debía ser considerado como Hitler y Saddam Hussein”.

Obra de Manuel Velázquez

Obra de Manuel Velázquez

Las dos posturas básicas sobre la pornografía son contradictorias (p. 153): “Mientras alguien demuestra que la pornografía incita a la violación, otro comprueba que es una valiosa herramienta para la educación sexual y para ser un mejor amante. Mientras unos aseguran que pornografía y crimen van de la mano, otros piensan que  la pornografía es una válvula de seguridad que canaliza la agresividad y los deseos insatisfechos”.

En 2011, Ogi Ogas y Said Gaddam, doctores del Departamento de Sistemas Cognitivos y Neuronales de la Universidad de Boston, decidieron estudiar qué nos excita y con la base de datos del internet revisaron, entre otros (p. 160), “unos cuatrocientos millones de búsquedas (de los cuales 55 millones tenían contenido sexual) realizadas por unos dos millones de cibernautas”. El libro se llama A Billion Wicked Troughts (Mil millones de pensamientos perversos) y una de sus conclusiones es que (p. 161) “cuando se trata de encontrar estímulos sexuales son los cuerpos jóvenes” los más buscados. Encontraron, entre muchísimas cosas más, que (p. 163) “casi la totalidad de quienes pagan por contenido pornográfico son hombres”, pero que en los sitios libres “una de cada cuatro visitantes a los sitios pornográficos es mujer”.

Sobre la censura que se busca para los sitios pornográficos, dice Naief Yehya (p. 192): “La pornografía no es un deporte en el que súbitamente se puedan aplicar las leyes del juego limpio. Es un territorio donde rige el secreto, la transgresión y lo inconfesable; aspirar a convertirlo en un entretenimiento higiénico y light es ridículo. […] Nada puede ser más absurdo que desear imponer un reglamento al deseo erótico, el cual en buena medida depende de factores incomprensibles”.

La censura olvida, además, dice Yehya, que la pornografía es invención y da por hecho que las imágenes son literales, que suceden en la realidad (p. 201) “olvidando que en la mayoría de los casos se trata de material de ficción”.

Las invenciones en torno al sexo son tan importantes, que la esponja anticonceptiva se patentó en 1867 y el primer vibrador vaginal eléctrico ya se anunciaba en revistas femeninas en 1906 (p. 218), “es decir, fue inventado después de la máquina de coser, pero antes de la aspiradora y la plancha eléctrica”.

El oscurantismo también siguió, y sigue, su marcha, e inventaron muchos mecanismos de tortura genital (p. 231): “Resortes con agujas, fundas con picos […] cinturones de castidad, correas que sujetaban al miembro entre las piernas”, porque en 1908, Ellen Perkins, inventor de armaduras sexuales, dijo (p. 231): “Una de las causas más comunes de la locura, la imbecilidad y la debilidad mental, especialmente entre los jóvenes, es la masturbación o el autoabuso”.

Así (p. 232), “coser las labias de la vagina, mutilar el pene y castrar a los incorregibles […] seguían siendo recomendados por lo menos hasta 1936 por la literatura médica para curar casos extremos de onanismo”. Contra ello, en 1977, Albert Ellis, psicoterapeuta célebre (p. 234) “escribió Las ventajas de la masturbación, en donde enumera cincuenta razones para optar por la masturbación”.

Algunas ideas finales (p. 290): “En la industria pornográfica la exageración es parte fundamental del negocio, tanto en relación con las dimensiones genitales, el número de coitos, la duración de los mismos y las proezas acrobáticas para llevarlas a cabo, como con los ingresos generados”.

Y (p. 305) “la pornografía no se define por lo que muestra, sino por las reacciones que provoca en el público”. Además (p. 319): “Si en la pornografía hay sexismo, racismo, clasismo y demás actitudes discriminatorias, se debe a que estas existen en la realidad”.

Por último, Alan Soble escribe (p. 319): “La pornografía es misógina pero únicamente de manera derivativa, ya que la pornografía es, más generalmente, misántropa: reconoce o admite, incluso en sus intentos por negarlo u ocultarlo, lo repugnante que es el ser humano”.

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

 

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