Leer en la hamaca

Casa de citas/ 167

 

En Yajalón, mi compadre Jorge Arturo, amabilísimo anfitrión, ha dispuesto una hamaca para mí en una terraza desde donde puedo ver enfrente las bellas montañas que rodean el pueblo, llenas todavía de árboles (aunque ya se sembraron aquí y allá casas, cuyos frutos generalmente no son buenos para la tierra). Allí me la paso leyendo tres de los varios libros que traje para pasarme estos días de asueto, donde en lo más del tiempo veo películas y escribo un libro que, se supone, debo publicar antes de que termine el año.

A veces quito el libro de mi vista y está allí la niebla o el sol, el viento, las nubes proteicas, la vida verde que llega a mis pulmones.

Dibujos (editorial Sexto Piso, 2011), de Franz Kafka, es un libro cuidado y bello, que muestra la actividad poco conocida de este gran escritor alemán acompañados por textos suyos que, en ocasiones, escribió a propósito. Al dibujo denominado “Mujer serpiente” (dibujo 21) se añadió un breve texto de sus diarios, que habla de lo mismo: “La llegada de nuestra serpiente estaba anunciada para aquel mismo día a última hora de la tarde, hasta entonces tenía que estar reducido a polvo todo, pues nuestra serpiente no tolera ni la más pequeña piedrecita. ¿Dónde se encontraría una serpiente tan sensible? […] Pero eso no es asunto nuestro, lo nuestro es hacer polvo”.

En el dibujo 24, “Casa de campo de Goethe en Stern”, se lee a Kafka: “Alguien que no lleva diario no es capaz de valorar un diario correctamente. Por ejemplo, al leer en el diario de Goethe que el 11 de enero de 1797 se pasó todo el día ocupado con diversos asuntos, tiene uno la impresión de no haber hecho nunca tan poca cosa”.

 

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No me sedujo mucho Re-escribir el guión cinematográfico (Imagia Comunicación-Centro de Capacitación Cinematográfica, 2012), de Beatriz Novaro. Bastante elemental. Releí fragmentos de un libro básico de Eric Bentley (La vida del drama), aquí citados por esta laureada guionista de Lola y Jardín del edén, dirigidas ambas por su hermana María (p. 111): “La trama es ante todo artificial, una resultante de la intervención del intelecto del artista que consigue hacer un cosmos con los hechos que la naturaleza presenta en forma caótica”, y (p. 112): “El buen tramador es un maestro del freno y no del acelerador”.

 

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Nada sabía de Ulises Carrión hasta antes de comprar El arte nuevo de hacer libros (Tumbona ediciones-Conaculta, 2012), coordinado por Juan J. Angius y Heriberto Yépez, quienes con sus textos contextualizan muy bien la vida y obra de este hombre nacido en Veracruz en 1941 y muerto en Ámsterdam en 1989. Me gustó la portada: distribuidos varios signos gráficos, en su mayoría letras, las rojas unidas con guiones corresponden al autor y al título.

En las varias conferencias trascritas y textos que reúne el volumen, Carrión explica sus inicios y cómo llegó a lo que representa el quid de este libro (p. 165): “Estudié filosofía y letras y, en cierto momento, me consideraba un escritor” (en México publicó dos novelas: La muerte de miss O y De Alemania). “Súbitamente comencé a hacer cosas visuales en mi escritura y, para mi sorpresa, se me dificultó a partir de ese momento comunicarme con otros colegas escritores; mientras me comunicaba bien con los artistas. […] Al cabo ya estaba en un contexto de arte en lugar de un contexto literario”.

Después (p. 125): “A mitad de los años setenta abrí en Ámsterdam la primera galería especializada en libros de artista, Other Books and So, que luego se convirtió en Other Book and So Archive”. Lo suyo fue llegar a las obras-libro.

En el texto del título explica qué es un libro (p. 37): “Un escritor, contrariamente a la opinión popular, no escribe libros. Un escritor escribe textos”. P. 39: “En el arte nuevo el escritor asume la responsabilidad del proceso entero. En el arte viejo el escritor escribe textos. En el arte nuevo el escritor hace libros”.

En el análisis comparativo del libro y otras formas le va bien al periódico (p. 77): “Comparada con una página de libro, la página de un periódico ofrece un gran contraste: más movimiento, más vivacidad, incluso cierto desarreglo. Se puede leer en diferentes puntos de la página. Cada columna puede ser escrita por un individuo diferente. Los textos pueden imprimirse en una variedad de tipos, con o sin ilustraciones”.

P. 88: “Si consideramos la producción objetual de obras de arte en formato de libro, un ejemplar del libro no es el libro. El libro es la edición completa; por esto es absurdo afirmar que producir o tener un libro (como obra de arte) es más barato que, digamos, una pintura”.

“Todo libro existente eventualmente desaparecerá”, dice en la página 109: “No veo razón para el lamento. Veo aquí un incentivo para ubicar a los libros dentro de la categoría de organismos vivos. Así que es natural que crezcan, se multipliquen, cambien de color, enfermen y, eventualmente, mueran”.

En las obras-libro no importan las palabras y para Carrión (p. 115): “De arranque, los libros tenían que liberarse a sí mismos de la literatura. Luego, tenían que liberarse de las letras. A partir de ese momento, consideré a cualquiera que no leyera libros como mi aliado y a cualquiera que escribiera libros como mi enemigo”.

Da ejemplos de libros de arte y los diferencia de las obras-libro, que ejemplifica con tres ejemplares. Tomo uno de muestra (p. 143): “Uno de mis libros favoritos es de un artista polaco, Henry Gajewski y el libro se titula Eliza Gajewski. Es un álbum fotográfico de su hija. Cada página es el espacio para una fotografía de ella, comenzando por el día de su nacimiento, y luego un año después, otro año después, otro año después. […] Cuando compras o consigues el libro, sólo las dos primeras fotos están ahí. […] Cuando compras este libro, obtienes una especie de vale que tienes que enviarle para que ella te envíe cada año ¡las fotografías!”

Carrión dejó su archivo a Juan J. Angius y este es el número uno de la serie que se proponen publicar. Estaré pendiente.

 

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Obra de Manuel Velázquez.

Obra de Manuel Velázquez.

 

Steve Rogers, el Capitán América, estuvo congelado (literalmente) durante muchos años. Lo vuelven a la vida y hay muchas cosas que se ha perdido. Tiene una lista donde apunta las importantes. En la breve toma que muestra los apuntes de su libreta (Capitán América y el soldado del invierno, 2014, dirigida por Anthony Russo-Joe Russo) alcanzo a ver que uno de sus pendientes es leer a Octavio Paz. Qué maravilla, pensé, que en una película tan popular como esta, haya este guiño al público de todo el mundo. Bien, Capi.

(Revisé luego en Internet y encontré que la lista la adaptaron según las regiones; en España, por ejemplo, en lugar de Paz pusieron a Camilo José Cela, lo que me parece también muy bueno.)

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¿Quién teme a Virginia Woolf? (ediciones Cátedra, 1997), el título que eligió Edward Albee para su célebre obra de teatro, es en realidad un chiste universitario que parodia la canción –popular en los tiempos en que Albee la escribió, en los 60– de los tres cerditos, de Disney, que cantan en son de burla ¿Quién teme al lobo feroz?

Y son universitarios los cuatro protagonistas de la obra: George y Martha, los anfitriones, son el uno maestro y la otra hija del rector; el matrimonio visitante lo constituyen Nick, maestro recién llegado, y sólo Honey, su esposa, no está ligada directamente a los asuntos de la universidad.

Vienen de la misma fiesta y durante noche y madrugada Nick y Honey, que no llegan a la treintena, estarán en casa de George y Martha, un matrimonio de inteligencia burlona (“sólo sacamos a pasear lo que nos queda de cerebro”), cerca de los 50 años, de compleja relación, y mostrarán y verán la descarnada verdad que esconden sus vidas.

Estas ediciones de Cátedra incluyen un estudio introductorio (en este caso de Alberto Mira) que arroja luces sobre la vida y la obra del autor; al margen de todo lo claramente expuesto acerca de las influencias de Albee, que son muy obvias (Largo viaje hacia la noche, de O’Neill, y Un tranvía llamada deseo, de T. Williams, las más), algo que es básico para mucho de lo que se ha escrito después en teatro es lo que Edward tenía claro (p. 53): “La realidad representada es representación, no realidad”.

Los diálogos, uno de los puntos fuertes de Albee, son aleccionadores en muchos casos. Dice George (p. 156): “Lo más triste de los hombres… Bueno, no, una de las cosas más tristes de los hombres es cómo envejecen… al menos algunos”.

Y la contradictoria Martha (p. 205): “George que quiere hacerme feliz, y yo no quiero ser feliz; y también sí, quiero ser feliz”.

 

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Mi amigo Jorge Zárate me regaló recientemente (¡Muchas gracias!) un gordo volumen de Francisco Carrasquer: Antología de la poesía neerlandesa moderna, de la que hasta ahora nada sé. Hace varios años un amigo, no recuerdo quién, me dio en obsequio un cuadernillo que se llama El fin de los sufrimientos y es la trascripción de una charla de Sant Thakar Singh, del 29 de julio de 2002; una línea importante dice (p. 2): “Si eres rey pero estás durmiendo, ¿quién eres entonces? ¿Eres un rey? No, nada”.

Y leo otro cuadernillo, que me regalé yo mismo: Jesús en el Corán (Suluk Ediciones, 2012) que dice sobre la misma idea (p. 28): “Por la noche no tengo nada y por la mañana no tengo nada, y sin embargo en la tierra no hay nadie más rico que yo”. Jesús nada llevaba consigo, cuenta, salvo un peine y una vasija (p. 29): “Un día vio a un hombre que se peinaba la barba con los dedos, y entonces tiró el peine. Luego vio a otro que bebía agua del río con las palmas de las manos, y entonces tiró la vasija”.

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

 

 

Un comentario en “Leer en la hamaca”

  1. Antonio Cruz coutiño
    13 mayo, 2014 at 18:33 #

    Gracias Héctor por tus lecturas, siempre, y por tu experiencia yajolonteca. Gracias sobre todo ahora cuando me he dado este respiro obligado. Gracias porque de este modo, recuerdas nuestros faltantes. Cruzcoutiño

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