Definición de Pasaje

Pintura de Ernest Decals

Pintura de Ernest Decals

 

Los choferes de servicio público llaman “pasaje” a los usuarios. A mí me gusta la acepción que refiere a un lugar techado que permite ir de un lugar a otro. Me gusta imaginar que todo pasaje es como el Pasaje Güemes, de Buenos Aires, que menciona Julio Cortázar.

En Comitán hay un pasaje famoso: el Pasaje Morales. Uno “entra” por el parque central y “sale” a otra calle, la calle donde está la casa que Rosario Castellanos habitó de niña. Llama mi atención el pasaje porque trasgrede la lógica. La traza urbana hace que las ciudades estén constituidas por manzanas. Las manzanas son territorios bien delimitados por calles. La lógica indica que el propietario mete la llave en la chapa, abre la puerta y entra a su casa. Sólo el propietario posee el secreto para entrar al corazón de la manzana. Los advenedizos caminan por las calles. Si un peatón desea ir a otra calle debe caminar por una calle paralela o por una calle lateral. El pasaje desconoce tal regla y parte la manzana en dos. Me gustan los pasajes, porque, a diferencia de las calles, no admiten autos. El pasaje está hecho para uso exclusivo de los peatones. Si un peatón se para a la mitad puede escuchar el corazón de la manzana.

Las casas, cuando menos en Comitán, tienen una traza exquisita: un zaguán, luego un patio central y, al fondo, un traspatio que acá se llama sitio. El pasaje es como un zaguán infinito. Ahí el sitio es un territorio que no tiene cabida.

Me gusta el pasaje porque su vocación está bien definida. El Pasaje Morales, de Comitán, tiene dos puertas en los extremos que alguien cierra en las noches y abre en las mañanas. Es una bobera, pero así es. Hay pasajes en el mundo que no interrumpen jamás el acceso. El Pasaje Morales, en sus inicios, albergó una serie de departamentos. Sus entradas nunca negaron el acceso. Los vecinos entraban a cualquier hora y, de igual forma, los peatones que deseaban cortar paso, entraban y salían sin problema.

El Pasaje Morales no es tan soberbio como el Pasaje Güemes. Este es un pasaje sencillo. Ahora tiene una cubierta que impide el paso de la lluvia, pero durante mucho tiempo fue a cielo abierto. Es un pasaje, podríamos decir, ¡sin gracia! Sin embargo es el único pasaje que tenemos en Comitán, el único espacio donde podemos jugar a darle la vuelta al tiempo. He jugado varias veces a caminar del punto A (parque central) al punto B (casa de Rosario). Lo he hecho caminando por las dos calles que me llevan a tal punto. Y, por supuesto, lo he hecho caminando por el Pasaje Morales. La lógica impondría que la física tiene razón cuando dice que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, que en este caso es casi casi la del pasaje, pero no resulta así. Siempre me ha tocado alguna nube que interrumpe tal lógica. A veces es un amigo que me detiene y me saluda o el paralibros que llama mi atención. Pero, ya caí en la cuenta, mis pies son, en realidad, los que dilatan mi trayecto. Como que ellos saben que ahí vivió mi papá cuando recién llegó a vivir a Comitán; como que saben que, justo a la mitad, el terreno de la manzana estaba destinado a ser un sitio. Y el sitio (todo mundo lo sabe) es un espacio para jugar, para cortar limas de pechito, para esconderse detrás de los árboles, para (en caso de apuro) bajar el cierre y orinar sobre la barda sin repello.

El diccionario dice, en una de sus acepciones, que pasaje es “paso público entre dos calles, algunas veces cubierto”. Hay pasajes famosos (como los que Cortázar describe en su literatura) y hay otros modestos, como el de Comitán. Pero el nuestro, a pesar de su sencillez, tiene el prodigio de alterar el tiempo. Todo mundo cree que si camina por el pasaje ¡gana tiempo!, y llega más pronto a la otra calle. No siempre es así. A mí me sucede lo contrario. Cuando tengo tiempo de sobra camino por ahí. A veces, sólo como mero juego llego al final del pasaje y regreso. No “salgo”. Juego a quedarme en ese espacio que parece revertir el orden de las cosas. Ahí no hay autos, ahí todo toma otra dimensión. Una dimensión que sólo lo crea el pasaje, que es, sin duda, uno de los más grandes descubrimientos de la arquitectura urbana. ¿En dónde se creó el primer pasaje? ¿Para qué lo inventaron? ¿Para ganar tiempo? ¡No! En el Pasaje Güemes, como en los demás pasajes del mundo, la gente pierde su tiempo. Los pasajes son espacios para ganarle a la vida.

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