Los amores de Sor Juana

No es raro que el libro de Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, haya sido quemado por la inquisición de la iglesia católica. Su pecado: haber descubierto dos aspectos fundamentales en la vida de la Décima Musa: su amor por una mujer, la joven virreina y duquesa María Luisa Manrique de Lara, y su falsa conversión, al final de sus años, a la vida religiosa.

Sor Juana es, en el libro de Paz, una religiosa dedicada a la vida intelectual y amorosa, pero ajena a las oraciones y a su comunidad de San Jerónimo. Se enamora de la virreina, y le dedica encendidos poemas eróticos: «El amor –escribe el autor de El laberinto de la soledad– no es exclusivamente la unión entre un hombre y una mujer. Si el amor verdadero –indistinguible de la caridad y de la amistad– es amor recíproco y, esencialmente, amor a Dios, ‘no sólo un hombre y una mujer pero también dos hombres o dos mujeres pueden unirse en ese sentimiento de amor'».

sor-juana-1 Según Paz, el deseo libidinal de sor Juana no podía invertirse en un objeto del sexo contrario: «Había que sustituirlo por otro objeto: una amiga. Transposición y sublimación: la amistad amorosa entre sor Juana y la condesa fue la transposición; la sublimación se realizó gracias y através de la concepción platónica del amor».

Estos son muestra de esos versos amorosos de sor Juana hacia la duquesa:

Ser mujer, ni estar ausente,

no es de amarte impedimento;

pues sabes tú, que las almas

distancia ignoran y sexo.

 

Sor Juana, como se desprende de los poemas, fue correspondida por María Luisa Manrique, y la poeta sufría su ausencia, en especial en las cuaresmas:

…pobre de mí,

que ha tanto que no te veo,

que tengo, de tu carencia, cuaresmados los deseos,

la voluntad traspasada,

ayuno el entendimiento,

mano sobre mano el gusto

y los ojos sin objeto.

De veras, mi dulce amor;

cierto que no lo encarezco:

que sin ti, hasta mis discursos

parece que son ajenos.

 

Hay endechas, dirigidas a María Luisa Manrique, en donde no se puede leer otra cosa sino manifestación erótica:

Así, cuando yo mía

te llamo, no pretendo

que juzguen que eres mía,

sino sólo que yo ser tuya quiero.

Las afirmaciones de que sor Juana se enamoró de la duquesa Manrique provocaron un escándalo en el seno de la iglesia católica, además porque retrata a una poeta narcisita, orgullosa, vanidosa, hábil política y cortesana.

«En una ocasión una superiora –dice Paz– se quejó de la altanería de sor Juana y la acusó de haber replicado a una observación suya en estos términos descomedidos: ‘Calle, madre, que es tonta’. El arzobispo escribió al margen de la queja: ‘Pruebe lo contrario y se le hará justicia…'»

Asimismo, sor Juana se divirtió con cientos de epigramas que se hicieron famosos en la Nueva España de finales de 1600, como aquella que escribió a una fea presumida, a la que dice que por su cara «no te darán el premio a la hermosura pero con ella ganarás el de la virginidad». Casi todos sus epigramas son crueles y son el reverso de su sátira contra los hombres: no zahieren costumbres ni opiniones sino personas.

Otro aspecto que no podía pasar inadvertido para la iglesia católica, son las afirmaciones de Paz en el sentido de la conversión de sor Juana no fue tan sincera. Más bien el miedo, sobre todo a la Santa Inquisición, hizo que la Décima musa renunciara al ejercicio de las letras profanas y se desprendiera, no sin tristeza, de su biblioteca. De esa manera pudo salvar su vida, ante un arzobispo que odiaba a las mujeres, Aguiar y Seijas, y un confesor, Antonio Núñez de Miranda, calificador del Santo Oficio.

La sor Juana de Paz es una hábil política que busca siempre la protección del palacio virreinal para el quehacer literario, ante el asedio constante de los clérigos mexicanos. Cree que se le persigue y prohíbe el ejercicio de las letras profanas, no por ser religiosa, sino por ser mujer. Su lucha contra los jesuitas se prolonga por 20 años, pero al final pierde, y tiene que doblegarse ante los príncipes de la iglesia.

«La fe y las creencias de sor Juana fueron cómplices de su derrota. Regaló sus libros a su persecutor, castigó su cuerpo, humilló su inteligencia y renunció a su don más suyo: la palabra. El sacrificio en el altar de Cristo fue un acto de sumisión ante prelados soberbios», escribe Octavio Paz al final del libro.

Y es que sor Juana no escogió el convento por auténtica vocación, sino por profesión, «el convento no era escala hacia Dios sino refugio de una mujer que estaba sola en el mundo. Se encerró en un convento no para rezar y cantar con sus hermanas sino para vivir a solas con ella misma». Dice Paz que estuvo sola pero no solitaria, sor Juana vivió en su mundo y con su mundo.

En las páginas de Las Trampas de la fe, Paz manifiesta su admiración por la más grande poeta mexicana, por su inteligencia y su rebeldía al luchar contra la iglesia para ejercer su derecho, pero también reconoce flaquezas, de las que nadie está exento, incluso el alma de sor Juana.

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