El periodismo, según Millennium

Del sueco Karl Stieg Larsson, el gran desconocido hasta antes de su muerte, hoy se sabe mucho: que escribió a velocidad frenética la trilogía Millennium, que fumaba tres cajetillas diarias, que tomaba 20 tasas de café, que se alimentaba de comida chatarra, que dormía tres horas y que murió a los 50 años sin haber disfrutado, pero sí intuido, el éxito de sus novelas.

En Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con un cerillo y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corriente de aire, si bien el personaje principal es Lisbeth Salander, una mujer flacucha de 42 kilos, habilidosa hacker y prodigio en las matemáticas, el personaje secundario, es un periodista.

Por eso es imposible comprender la trilogía Millennium, enmarcada dentro del género negro, sin la actividad periodística, sus valores, prácticas, protagonistas, intereses, grandezas y flaquezas.

El alter ego de Larsson es Carl Mikael Blomkvist, un periodista intachable, “don perfecto”, le dicen, que desbarata imperios fundados en la mentira y en la estafa, a partir de su tesón e intuición informativa.

Tanto Mikael como Lisbeth surgen de los personajes más conocidos de la novelista Astrid Lingren. Mikael toma su nombre del famoso detective Kalle Blonkvist y Lisbeth, de Pipi Calzaslargas. De hecho Larsson reveló que, platicando con sus amigos, se hizo la pregunta de cómo sería Pipi Calzaslargas si se hubiese hecho adulta. Su respuesta fue esa: una joven raquítica, autista, alejada del mundo, incapaz de mantener relaciones sociales pero muy inteligente.

En palabras de Larsson , Blomkvist es una fulana estereotipada. En cambio, Salander es un macho: agresiva, antisocial, valiente y decidida.

Blomkvist deseaba ser periodista “criminal” pero se dedica al periodismo político y económico, es free lance y socio de la revista Millenium, el único medio en donde le tienen paciencia suficiente, porque es uno de sus principales accionistas.

Después de un fracaso, por supuestas imputaciones falsas que comete como si fuera “un periodista suicida” (I, 33), al haber confiado demasiado en una fuente, recibe la encomienda de escribir la biografía de Henrik Vanger pero, sobre todo, de saber el paradero de Harriet, una joven desaparecida hace más de dos décadas.

Pero esa tarea, que prometía ser placentera y bien pagada, se convierte en una búsqueda desesperada de un asesino múltiple.

Blomkvist no pertenece a ningún partido político porque prefiere “conservar su credibilidad periodística” (III, 76). Se abstiene incluso de votar.

           

–¿No tienes ningún defecto?

–No leo ficción, nunca voy al cine y no veo más que las noticias de la tele. Y tú, ¿por qué te hiciste periodista?

–Porque existen instituciones como la Säpo en las que no hay transparencia ni control parlamentario y es preciso denunciarlas de vez en cuando.

Mikael sonrió.

–Si te digo la verdad, no lo sé muy bien. Pero en realidad la respuesta es la misma que la tuya: creo en una democracia constitucional a la que hay que defender de vez en cuando (III, 131).

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Mikael Blomkvist es, pese a ese desliz, un reputado periodista de investigación, obsesionado con su trabajo, dedicado a desvelar fraudes económicos, por lo cual se ha hecho de varios scoops informativos. Sus relaciones amorosas se bifurcan entre una mujer casada, la habilidosa hacker y amantes ocasionales. Es, en un boca de uno de sus enemigos, un detective, pero él no tiene tapujos en aceptar que no es un periodista “objetivo”, sino “un personaje que influye en el desarrollo de los acontecimientos” (III, 66).

El mismo Larsson intentó practicar lo que predica su personaje. En La voz y la furia, un libro que reúne sus mejores reportajes, deja en claro que aborrece la injusticia, que es un declarado feminista y que el periodismo debe desentrañar las oscuras relaciones de los grupos en el poder. Él asumió esa tarea al investigar a la extrema derecha en su país.

La tesis del buen periodismo lo plantea a lo largo de la trilogía, sobre todo en el primer y en el tercer volumen. Para ello, hace que Blomkvist escriba un libro titulado La orden del Temple, el cual lleva un subtítulo aclarativo: “Deberes para periodistas de economía que no han aprendido bien su lección”.

En el libro, Blomkvist apunta con sus críticas a los periodistas especializados en economía:

 

Durante los últimos veinte años, los periodistas de economía suecos se habían convertido en un grupo de incompetentes lacayos que, henchidos por su propia vanidad, carecían del menor atisbo de capacidad crítica. A esta última conclusión había llegado a raíz de la gran cantidad de periodistas de economía que, una y otra vez, sin el más mínimo reparo, se contentaban con reproducir las declaraciones realizadas por los empresarios y los especuladores bursátiles, incluso cuando los datos eran manifiestamente engañosos y erróneos (I, 33).

 

El reino del periodismo económico está regido, según Blomkvist, por periodistas ingenuos, dóciles y sin deseos de cuestionar la realidad. Por eso, a menudo sentía vergüenza al ser llamado reportero económico, “ya que, entonces, corría el riesgo de ser metido en el mismo saco que las personas a las que ni siquiera consideraba periodistas” (I, 33).

En ese periodismo se rendía homenaje a los hombres más exitosos en el mundillo del dinero, sin excavar jamás en las transacciones y oscuros nexos de las empresas.

Eso era impensable que sucediera en la política, decía, porque ahí los reporteros necesariamente buscaban opiniones divergentes y datos guardados celosamente, pero el periodismo económico –por cortesía, comodidad o por intereses aviesos de los informadores– perdía su batalla con los mafiosos que abundaban por todos lados.

Mikael Blomkvist opinaba que el cometido del periodista económico era vigilar de cerca y desenmascarar a los tiburones financieros que provocaban crisis de intereses y que especulaban con los pequeños ahorros de la gente en chanchullos sin sentido de empresas puntocom. Tenía la convicción de que la verdadera misión del periodista consistía en controlar a los empresarios con el mismo empeño inmisericorde con el que los reporteros políticos vigilaban el más mínimo paso en falso de ministros y diputados (I, 22).

 

No comprendía que los periodistas económicos, en lugar de tratar a los empresarios como ciudadanos comunes, se doblegaran con ellos y les tendieron alfombras como si fueran estrellas de rock.

Se necesitaba, en ese escenario de intereses tan perversos periodistas capaces de investigar y pensar de manera crítica, pero también una persona íntegra “¡y no te estoy haciendo la pelota! Un buen periodista debe poseer esas características” (I, 28).

 

           

Los otros periodistas

 

Dentro de los periodistas buenos, en un escenario donde abundan los malos, está una conductora de televisión, quien por su congruencia con la verdad periodística y su defensa de Blomkvist, se gana todas las exclusivas de los casos en los que trabaja el periodista.

También destaca Dag Svensson, un curtido free lance, que aborda cuestiones oscuras y peligrosas. Cuando aborda la trata de blancas es asesinado. Es un periodista sagaz, inteligente, capaz de encontrar a responsables delictivos y de centrarse en lo más importante de la historia.

Erika Berger, otro personaje importante, mas que periodista, es gestora y

 

buena administradora que sabía tratar a los colaboradores con cariño y confianza, pero que al mismo tiempo no evitaba la confrontación y que, siresultaba necesario, podía tener mano dura. Sobre todo mostraba una extrema sensibilidad y mantenía la cabeza fría a la hora de tomar decisiones sobre el contenido de los próximos números de la revista. A menudo las opiniones de ambos diferían, lo cual ocasionaba bastantes discusiones, pero también había una confianza inquebrantable entre los dos, y juntos formaban un equipo invencible. Él hacía el trabajo duro buscando la historia; ella la empaquetaba y la promocionaba (I, 23).

En Erika se concentra a la jefa de redacción que todo buen periodista desearía tener: organizada, desenfadada, comprensiva, discreta e informada.

La revista Millennium le había otorgado un estatus dentro del periodismo que se le antojaba casi inmerecido: “Ella no escribía las noticias. No era lo suyo. Se consideraba una mediocre periodista de prensa escrita. En cambio, como periodista radiofónica o televisiva resultaba buena y, sobre todo, era una brillante redactora jefe” (I, 68).

 

 

Fuentes protegidas

 

En Millennium el periodismo no tiene sentido sino se respeta a la fuente, no obstante las presiones que puedan recibirse para denunciarla.

Mikael pasa tres meses en la cárcel por revelar datos que llevarían a la identificación de su fuente. Y aunque hubo colegas que aprovecharon para tirarle piedras, no faltó quien lo empezara a comparar con esos periodistas norteamericanos capaces de desbaratar gobiernos pero sin revelar a su garganta profunda “y le pusieron la etiqueta de héroe con unas palabras tan halagüeñas que le producían sonrojo” (I, 171).

Pero no solo los buenos periodistas son reacios a revelar el nombre de su fuente, también los malos intentan practicar este principio: recibí los datos, dicen, “en calidad de periodista; me la dio una fuente que no voy a revelar” (III, 202), pero sus fines son aviesos.

 

The bad guys

 

Si no se necesitara transparentar las acciones del poder; si no se requiriera llevar luz a los lugares en donde se toman decisiones que afecta a miles de personas, el periodismo sería innecesario.

Incluso, en las más avanzadas democracias, como la sueca, hay personajes siniestros, mafiosos y gángsteres capaces de estafar a la gente. Corredores de bolsa, inversionistas y abogados con uniformes de Armani son los que Blomkvist retrata como una banda de atracadores de bancos y narcotraficantes.

Wennerström es uno de the bad guys a quien persigue por estafar al erario. Finge que ha gastado millones para generar empleos en zonas devastada por la guerra de los Balcanes y así cobrar apoyos estatales. La ganancia es redonda y de ahí construye su imperio con apariencia empresarial pero con impulsos criminales.

Lo más resbaladizo de la trilogía es cómo lograr que Blomkvist, pese a que su fuente principal es una experimentada hacker capaz de meterse en todas las computadoras del mundo, “de hurgar la vida privada de la gente”, no violente los valores éticos. Su defensa es que no lo hace él, sino otra persona. Se le pondría argumentar, sin embargo, que él sabe quién lo hace y cómo.

Dice que los periodistas tienen una comisión ética que controla los aspectos morales: “Cuando escribo un texto sobre un hijo de puta del mundode la banca, no incluyo, por ejemplo, su vida sexual. No menciono que una estafadora de cheques es lesbiana o que le pone hacerlo con su perro” (I, 133). Su debilidad no está desde luego en cómo escribe, sino cómo consigue la información.

 

 

Periodismo, una profesión íntegra

 

En la novela, Larsson propone que el periodismo debe ser una profesión íntegra y que exige todo el esfuerzo, la capacidad y la inteligencia de sus practicantes.

Un periodista es, desde el sentir y vivir de Blomkvist, alguien que escribe bien y “tiene buen ojo para los detalles” (III, 76). En otra parte señala que la misión del periodista consiste en cuestionarlo y examinarlo todo con sentido crítico, “no en repetir lo primero que alguien te diga, por muy bien situado que esté en la administración del Estado”. Y se permite dar un consejo a un joven periodista: “Que no se te olvide nunca. Escribes muy bien, pero ese talento no tendrá ningún valor si olvidas tu misión (III, 77).

Blomkvist tiene claro que hay “un montón de periodistas profesionales que saben cómo hacer su trabajo”, pero el problema, “es que hay otros que no les dejan hacerlo” (III, 136).

Para el álter ego de Larsson el periodismo de investigación debe ser capaz de desentrañar misterios y de poner en duda “todas las viejas conclusiones” (I, 38). Eso es lo que hace, al desentrañar viejos enigmas.

 

A Karl Stieg Larsson le explotó el corazón en las oficinas de su revista Expo, después de haber subido caminando los siete pisos por un desperfecto del elevador. Dejó inconcluso un cuarto libro, que en realidad era el quinto, en donde Salander y Blomkvist se visten de nuevo de héroes pero en escala planetaria. Se dice que en ese libro, aún no publicado, hay incluso escenas de las muertas de Juárez en una trama mafiosa que se extiende por Suecia, Francia y que aterriza en nuestro país. Lástima que no pudo concluirlo, pero sin duda la forma en que concebía el periodismo está retratada en la trilogía Millennium.

(Texto publicado en la Revista Mexicana de Comunicación)

 

Referencias:

 

Todas la referencias proceden de la trilogía Millennium.

 

Larsson, Stieg (2009). Los hombres que no amaban a las mujeres (Vol. I), La chica que soñaba con un cerillo y un bidón de gasolina (Vol. II) y La reina en el palacio de las corriente de aire (Vol. III). España: Ediciones Destino.

 

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